8.8. Un decorado muy grande
En España todo el mundo
era consciente después del año 2000 de que se estaba produciendo
una burbuja inmobiliaria. (Las causas son conocidas y no conviene a
estas páginas profundizar en ellas. Entre otras, lo fueron el
crédito barato, los beneficios fiscales, la falta de suelo
edificable, la normativa urbanística y la entrada de pequeños
inversores). Los que compraban los pisos los vendían enseguida por
más dinero a otros que muy pronto los vendían más caros. Había
millones de personas dedicadas a la construcción directa o
indirectamente. El paro había bajado hasta tal punto que el país
fue capaz de digerir (con alguna pesadez, es cierto) cinco millones
de inmigrantes, que se ocuparon de los trabajos que no querían los
españoles. Los bancos y las cajas concedían hipotecas por encima
del precio de tasación a cualquiera que le presentara un contrato de
trabajo, otorgaban cantidades ingentes a los promotores y ponían a
sus directivos (en las cajas había sacerdotes, impositores,
sindicalistas y, sobre todo, políticos) retribuciones de escándalo
que no escandalizaban a nadie. El dinero se movía sin descanso y
crecía a una velocidad increíble. Los trabajadores ganaban lo que
no habían ganado nunca, lo mismo que muchos profesionales y muchos
autónomos, y numerosos empresarios se estaban haciendo ricos. Menos
los empleados públicos (cuyos sueldos subían al ritmo de la
inflación prevista o por debajo de ella) y los más parias de los
trabajadores, toda la sociedad veía hincharse su nivel de vida como
no lo había hecho jamás.
Todas las burbujas están
vacías. En toda burbuja hay una desproporción tan grande entre su
realidad huera y su gigantesca apariencia que se nota a simple vista.
Cuando los gobernantes son inteligentes y cumplen con su función,
hacen explotar la burbuja antes de que engorde demasiado. Las
burbujas inmobiliarias se han dado en otros momentos de la Historia y
en otros Estados y se conoce lo arrasadas que quedan las sociedades
después de que explotan. Pero en España el Estado pagaba poco por
desempleo y recaudaba mucho por IVA y por IRPF, lo que a pesar de sus
gastos inmensos lo llevó a tener superávit presupuestario. Las
Comunidades Autónomas recibían cada vez más transferencias del
Estado, con las que podían realizar más gastos (muchos de ellos “de
cercanía”, que son más rentables electoralmente, por identitarios
y demagógicos). Las Diputaciones podían conceder más subvenciones
y establecer más servicios. Y los Ayuntamientos podían recaudar más
por los convenios urbanísticos y el impuesto de construcciones.
Y todos ellos podían
garantizar más préstamos, pues con las cantidades enormes que
percibían por la vía de los impuestos y las transferencias no
tenían suficiente: la necesidad crea el órgano, que para mantenerse
requiere dinero, y la necesidad de las sociedades en las que casi
todo es gratis (aparentemente gratis) es tan gigantesca como la
imaginación de sus dirigentes para satisfacerlas.
¿A quién interesaba hacer
estallar la burbuja?
Los gobernantes españoles,
a medias entre la candidez y la estupidez, ajenos al interés público
y siempre con escaso sentido de Estado, paseaban por el mundo el
éxito español como si fuera producto del desarrollo de la sociedad,
cuando casi todo era consecuencia de la especulación y detrás del
decorado de ladrillos en que se había convertido España había muy
poco de sustancia.
La burbuja española
estalló, finalmente, y lo hizo, además, en el peor momento, pues la
economía internacional se hallaba inmersa en una crisis bancaria
derivada en buena medida de una burbuja similar nacida en Estados
Unidos y propagada por el globo como un virus de la mano de la
codicia y del ultraliberalismo, que hizo quebrar a bancos (como
Lehman Brothers) y a Estados (como Islandia), a la que luego se
añadió una crisis específica de la zona euro, causada por la
desconfianza de los mercados financieros en la deuda de algunos
países de la misma y la subsiguiente serie de ataques especulativos
sobre los bonos públicos
de los menos estables, entre ellos España.
Los países de progreso
real, esto es, los que tenían formación, patentes y universidades
ligadas a la producción, los que tenían unos trabajadores unidos
con la empresa y dispuestos a sacrificarse por su puesto de trabajo y
por el de sus compañeros, los que dedicaban buena parte sus
presupuestos a investigación y desarrollo, los que tenían un
régimen laboral que podía adaptarse a la circunstancias, una clase
política que miraba al largo plazo y unos dirigentes sociales que
posponían sus intereses particulares por los de la sociedad, los que
tenían muchos empresarios que amaban a su empresa más que a su
patrimonio y los que poseían una Administración dimensionada
adecuadamente, consiguieron salir adelante en no demasiado tiempo.
España, en cambio, tenía
un progreso muy inferior al grado de bienestar de su sociedad, que
había obtenido en buena parte con las ayudas de Europa y el engañoso
dinero de la construcción. Cuando los especuladores huyeron del
ladrillo y el sistema económico se vino abajo, la sociedad se
encontró que había invertido buena parte de su dinero en unos pisos
tan caros que nadie podía comprar, con unos bancos lastrados por
numerosos activos vinculados a la construcción, hipervalorados o
fallidos, y excesivos banqueros ineptos con sueldos multimillonarios
que se aferraban a su cargo, con unas Administraciones dimensionadas
para unas necesidades que ya no se podían mantener, con unos
sindicatos que seguían defendiendo para los trabajadores los mismos
derechos que en las épocas de bonanza, con una normativa laboral tan
rígida que hacía saltar las empresas cuando les llegaba una crisis,
con unos políticos incapaces de renunciar a la demagogia por un
puñado de votos, con un sistema territorial tan descentralizado que
complicaba la adopción inmediata de políticas conjuntas y con unos
ciudadanos acostumbrados a su nueva condición de ricos de pronto.
Cuando sobrevino la crisis,
España tenía menos deuda pública que otros países, incluso estaba
por debajo de la media europea, pero los mercados se dieron cuenta de
que el desarrollo conseguido por España era en buena medida como el
decorado de una gran producción cinematográfica y de que muchos
ciudadanos estaban endeudados hasta las cejas.
Y llegada la crisis, el
país no tuvo capacidad de respuesta, porque ni estaban preparadas
las instituciones, ni la legislación, ni los políticos, ni los
agentes sociales, ni los ciudadanos, porque el país, en fin, había
educado su mentalidad para un bienestar que le venía grande, pues
sus estructuras de producción no podían mantenerlo.
(Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando sobre la imagen que hay en la columna de la derecha)