lunes, 1 de octubre de 2012

Al pantano de Valtravieso


                “Aprovechad ahora, que todos podéis aspirar al bien, porque afuera el mal de unos será el bien de otros”, recuerdo que decía uno de mis profesores de la facultad. La lluvia de estos días de feria en Pozoblanco me ha hecho recordar aquellas palabras. Al mal del feriante y de todos aquellos que han puesto en la feria de Pozoblanco buena parte de sus ilusiones, se contrapone el bien que ha hecho la lluvia en las encinas y en los prados y, en consecuencia, en los bolsillos de los agricultores y los ganaderos.

                Han caído más de cien litros de agua por estos lares, que para un territorio tan de secano como el nuestro es una cantidad enorme, y han caído bien, poco a poco, de manera que la tierra ha ido perdiendo su costra reseca y ha ido asumiendo la humedad como una piel que se hidratase con una pomada. Andar con las botas de invierno por los caminos de Los Pedroches tenía el día 30 de septiembre de 2012, último día de la feria de Pozoblanco, algo de felino por lo esponjoso y muelle de las pisadas, y tenía el interés del que estrena otro otoño,  que este año parece venir bueno.

13,899 kms

   Por eso de la lluvia, José Luis y yo hemos resuelto ir a ver correr los arroyos. El camino que hemos escogido empieza en la carretera de El Guijo a San Benito, y se toma a unos quinientos metros a mano izquierda más allá de la ermita de Las Cruces. Nosotros no hemos dejado el coche en la misma carretera, sino unos cuantos cientos de metros más allá, junto a una reja canadiense que atraviesa el camino, muy cerca del arroyo Santa María, al que se accede desde allí por lo que antes era la salida de camiones de una cantera de áridos.

                Hace mucho tiempo, durante la sequía de los años 90, yo recorrí en bicicleta el margen derecho del Santa María e hice cómodamente la ruta que se propone en esta página, pero las lluvias torrenciales que terminaron con aquella sequía se llevaron para siempre el camino, de manera que ahora resulta poco menos que imposible recorrer ese tramo en bicicleta y tiene alguna dificultad hacerlo a pie, pues la vereda que sigue el trazado del arroyo lo mismo se adentra entre los tamujos que abundan en la parte seca del cauce que gatea por el cerro contiguo, sin más seguridad que la que da un palmo de anchura sobre la frágil piedra de pizarra.

                Como a cuatro kilómetros de donde dejamos el coche, el Santa María hace un meandro y se encamina hacia el Oeste para fluir en paralelo al Guadalmez, en el que desemboca no muy lejos de allí. Nosotros, en cambio, tomamos el Noroeste por un camino que pasa entre una cortijada de dos casas y una enramada y subimos el cerro que nos separaba del Guadalmez, el río que sirve de frontera entre Andalucía y Castilla La Mancha.

                 El Santa María, al que traté con cierto desdén en una entrada anterior, corría, y corrían los arroyuelos que le son tributarios. El Guadalmez, en cambio, tenía charcas, unas charcas enormes, pero no corría. Tiene, eso sí, una rambla anchísima, de varios cientos de metros, en la que crecen todo tipo de plantas vinculadas al medio fluvial, algunas de ellas de especies invasoras.

                Aunque hay un camino que aparenta atravesar la rambla, hemos optado por caminar siguiendo el curso del río en busca del pantano que yo conocía como de La Perdiguera, y que en el plano se llama de Valtravieso. La ruta, que es siempre bonita, lo ha sido más allí, pero ha sido más complicada, y a veces hemos debido utilizar las vías que han abierto los jabalíes y los ciervos para salvar la floresta.  Finalmente, hemos llegado al otro lado del río y, ya en Castilla La Mancha, hemos andado por una pista de tierra que nos ha llevado hasta casi el dique de contención, con cuya vista y la del lago que forma hemos tomado la merienda.

Pantano de Valtravieso.Al fondo, Santa Eufemia

                 Para la vuelta hemos sido más previsores y, con la berrea de los ciervos como acompañamiento, hemos seguido la pista de tierra hasta que la vegetación de ribera ha sido más escasa. Sólo entonces hemos cruzado la rambla para iniciar el camino de vuelta.


 

               En total, mi GPS ha contabilizado que hemos hecho un kilómetro más de los casi catorce que he sacado en el plano.