martes, 23 de octubre de 2012

Entre lobos




                En esa excursión conjunta que suelen organizar al menos una vez al año Guatamatilla, asociación para la defensa del medio ambiente, y Piedra y Cal, asociación para la defensa del patrimonio artístico e histórico, algunos miembros de ambas asociaciones tuvimos la oportunidad el domingo pasado de ver la zona del parque natural Cardeña-Montoro donde se rodaron la mayoría de las escenas de la película Entrelobos, de Gerardo Olivares. Dado que anduvimos por fincas particulares, no doy el plano del recorrido, del que, sin embargo, puedo hacer público que tuvo su origen y su final junto al cementerio de Azuel y que una parte del trazado discurrió por la orilla derecha del río Yeguas, que por aquel lugar hace frontera entre Andalucía y Castilla-La Mancha. 

                 El parque de Cardeña-Montoro está situado al noroeste de la provincia de Córdoba y ocupa el extremo oriental de Los Pedroches. Es una de las zonas de mayor biodiversidad de la península Ibérica y en ella conviven el águila imperial, el lince ibérico y el lobo. Toda una invitación, en fin, para quienes, como nosotros, suelen levantarse los domingos con la ilusión de hacer un poco ejercicio andando por esos caminos de Dios. Como al hecho de andar se añadía la atracción de recorrer los escenarios de la mencionada película y la compañía de los colegas de ambas asociaciones, también se apuntaron a la caminata nuestras mujeres y algunos amigos más, con lo que formamos un grupo más que numeroso, que compartimos el camino, la charla y, llegado el momento, la bota de vino, de la que hicimos uso, mientras tomábamos el bocadillo, sentados frente a la cuerda de montañas de Sierra Madrona, que limita a Los Pedroches por el Norte.

                “Habla de la magia del cine”, me sugirieron algunos para esta entrada después de lo explícito que era David, el guía de Hyla Educación Ambiental S.L., hablando de la forma en que se movían los lobos en la realidad y cómo, después de cortar y pegar la cinta, se les veía en la película, que parecían totalmente a las órdenes del señor Olivares. 

                 Bien sabe Dios que yo salí del parque con esa idea, hablar de la magia o de lo mágico o de la línea tan sutil que separa a la realidad de la ficción, especialmente en parajes con este, que parecen sacados de una película, más que la película de la realidad, pero el paseo coincidió con eso que se ha dado en llamar la “Feria del lechón” de Cardeña y, al terminar el recorrido, que fue de cinco horas, nos fuimos a comer de tapeo a esa población, a la que llegamos pasadas las tres de la tarde.

                No sé cuánta gente se había metido en el pueblo, que sin sus aldeas no llega a los mil quinientos habitantes, pero sí sé que todos los bares, todas las terrazas y todos los chiringuitos que se habían montado estaban hasta la bola, de manera que para coger un sitio en la tercera o cuarta fila de la barra y conseguir que te sirvieran una cerveza y una tapa de lechón había que esperar un buen rato, demasiado para quienes después de haber andado durante tanto tiempo por el territorio de los lobos y conviviendo con las imágenes de los lobos tenían hambre canina, qué digo canina, de lobo.

Al fondo, Azuel

                 Y como lobos nos lanzamos hacia las tapas, que eran pequeñas y venían despacio, como con cuentagotas, o eran pequeñas para la necesidad que teníamos, que era mucha, tanta, que se fue clareando el local y tomamos posición en la barra y seguimos comiendo, y luego se fue la gente de las mesas y nos sentamos alrededor de dos de ellas y seguimos comiendo, y luego se fue la gente del bar y nosotros nos fuimos a otro y seguimos comiendo, y luego, como no estábamos hartos, nos fuimos a la cafetería de la Piscina Municipal, donde nos tomamos un café y unas obleas que alguien compró en la Caseta Municipal y unas galletas, unas tortas y unos rosquillos que otros compraron en una panadería cercana.

                No sé qué hora sería, pero era tarde, cuando resolvimos volver a Pozoblanco. Durante el camino de vuelta, yo pensé que, siguiendo el plan para el que Guadamatilla y Piedra y Cal nos habían convocado, algunos habíamos pasado, en efecto, un domingo entre lobos.