sábado, 13 de octubre de 2012

La Democracia retórica (IV)





1.6. Democracia y liderazgo

 Al cacique le viene al pelo la alegoría del pastor que conduce a sus ovejas, ese animal memo que ha sobrevivido a sus enemigos agrupándose en rebaños, dejándose guiar por una pedrada o por un perro y entregando a los más tiernos de los suyos. El pastor que lleva a sus ovejas por los prados más verdes con el afán último de procurarse su lana, su leche o su carne es la antítesis del líder. El líder encabeza la marcha y asume la suerte del grupo que dirige, o incluso se sacrifica por él, a veces de una forma heroica.

En puridad, la Democracia no quiere ni pastores ni héroes. La sociedad demócrata toma las decisiones por sí misma, sin miedo al lobo y sin temor a las consecuencias. A la sociedad demócrata sana le repugnan los liderazgos, porque suponen un ejercicio de la voluntad ajeno al suyo. En las democracias más asentadas, que se corresponden con las sociedades más sanas, los gobernantes tienen menos papel que los meros representantes y ambos ejercen su función con la máxima transparencia pero casi inadvertidamente. No hay en ellas desasosiego por la pérdida de la persona que encarna el poder porque esta es reemplazable con facilidad, dado que se limita a seguir a una línea trazada por el conjunto.

Sólo en situaciones de crisis, en las que la realidad demanda medidas rápidas y arriesgadas, la sociedad coloca al frente a uno de sus miembros más preclaros para que la guíe con firmeza hacia la solución del problema. El líder demócrata, entonces, asume el poder que la comunidad le ha conferido sin recelo para sacrificarse en la misión, esto es, olvidándose de la condición de votante del ciudadano y siguiendo con el máximo respeto el cumplimiento de las normas. Winston Churchill es un ejemplo perfecto de ello: nombrado Primer Ministro en mayo de 1940, lideró al Reino Unido durante toda la II Guerra Mundial, especialmente cuando su país era el único que se oponía a la Alemania de Hitler, y al término de la contienda, su partido, el Conservador, sufrió ante el Laborista una de las derrotas más amplias que se recuerdan.

En comunidades muy grandes, la cohesión del país y su papel internacional obligan al nacimiento de un Gobierno central fuerte, que pueda maniobrar con prontitud ante las circunstancias. Un Gobierno o un gobernante fuerte no es lo mismo que un líder, pero ejerce esa labor de una forma legítima. Así, los EE.UU. han concedido una suerte de liderazgo automático por la vía del régimen presidencialista. De hecho, la elección directa por el pueblo otorga al presidente estadounidense una autoridad que no tienen los gobernantes elegidos por los Parlamentos.

La Unión Europea, en cambio, no ha arbitrado procedimientos para la elección directa de sus dirigentes. Es más, sus dirigentes no son los que mandan de verdad en las instituciones europeas, sino los dirigentes de los países que la integran. En tal situación, la comunidad que constituyen los ciudadanos europeos no asume el papel internacional que le corresponde y las situaciones de crisis se agravan por el fallo de la cohesión interna y los titubeos de quienes deben tomar las decisiones. En los términos actuales, para que la Unión Europea crezca y haga frente a las situaciones de crisis, hacen falta líderes que, como todos los líderes, sacrifiquen sus intereses por los del colectivo. Sólo que en la Unión Europea los intereses a sacrificar no son los del partido sin más, son también los nacionales.


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