La cara del mal
Lo que
horroriza de los asesinos más crueles no es tanto la brutalidad de sus actos como
que sean nuestros congéneres. Lo que pasma y conmueve es que sean como nosotros
y no tengan nuestras emociones y nuestros sentimientos: que sean seres humanos
y no estén dotados de humanidad, que sean padres o madres y no tengan la
devoción de la paternidad o la maternidad, que no sientan amor, como nosotros
sentimos, ni lástima, ni ternura, ni compasión, y que todo en ellos sea odio o,
lo que es peor, una absoluta frialdad.
En las
conversaciones que he mantenido sobre el caso de la desaparición de los niños
Ruth y José, los que defendían la inocencia de José Bretón, o al menos los que
no lo juzgaban como causante de la muerte de sus hijos, acudían a su condición
de padre. Ningún padre –decían–, por afrentado que se sienta y por mala que sea
su condición, puede asesinar de una manera tan fría a sus hijos. Los que así se
expresaban eran padres o madres, por lo que hablaban con bastante conocimiento
de causa de las emociones de la paternidad, que suponían inherentes al hecho de
ser padre.
Si los
indicios se confirman y José Bretón resulta ser el causante de la muerte de sus
hijos, dicho crimen no sería sino uno más en la historia de la infamia de la
humanidad, una humanidad que ha sido capaz de cometer muchos crímenes como
esos, y que un día comprendió en su ámbito los campos de exterminio nazis y el
Gulag, las persecuciones religiosas y las masacres de la Guerra Civil.
El horror de
los criminales más fríos nos afecta, en cierta manera, como la locura. La
locura nos inquieta porque la sentimos próxima y amenazante, incluso dentro de
nosotros, dispuesta a devorarnos como ha hecho con alguno de los seres que
conocemos y amamos. ¿Dormirá en nuestro corazón, también, el germen del crimen,
como lo ha hecho en esos seres que son como nosotros?, nos cuestionamos.
Esa pregunta
me lleva a otras: ¿Me hubiera adherido yo, como hicieron muchos alemanes, a la
corriente sanguinaria del nazismo? ¿Habría yo, puesto en el lugar de los hechos,
comprendido o incluso alentado los crímenes que se cometieron en la Guerra
Civil? ¿Por qué, cuando veo el telediario, me inquieta más el horroroso crimen
de un padre que las noticias que dan cuenta de un genocidio?