sábado, 1 de septiembre de 2012

La cara del mal




Lo que horroriza de los asesinos más crueles no es tanto la brutalidad de sus actos como que sean nuestros congéneres. Lo que pasma y conmueve es que sean como nosotros y no tengan nuestras emociones y nuestros sentimientos: que sean seres humanos y no estén dotados de humanidad, que sean padres o madres y no tengan la devoción de la paternidad o la maternidad, que no sientan amor, como nosotros sentimos, ni lástima, ni ternura, ni compasión, y que todo en ellos sea odio o, lo que es peor, una absoluta frialdad.

En las conversaciones que he mantenido sobre el caso de la desaparición de los niños Ruth y José, los que defendían la inocencia de José Bretón, o al menos los que no lo juzgaban como causante de la muerte de sus hijos, acudían a su condición de padre. Ningún padre –decían–, por afrentado que se sienta y por mala que sea su condición, puede asesinar de una manera tan fría a sus hijos. Los que así se expresaban eran padres o madres, por lo que hablaban con bastante conocimiento de causa de las emociones de la paternidad, que suponían inherentes al hecho de ser padre.

Si los indicios se confirman y José Bretón resulta ser el causante de la muerte de sus hijos, dicho crimen no sería sino uno más en la historia de la infamia de la humanidad, una humanidad que ha sido capaz de cometer muchos crímenes como esos, y que un día comprendió en su ámbito los campos de exterminio nazis y el Gulag, las persecuciones religiosas y las masacres de la Guerra Civil.

El horror de los criminales más fríos nos afecta, en cierta manera, como la locura. La locura nos inquieta porque la sentimos próxima y amenazante, incluso dentro de nosotros, dispuesta a devorarnos como ha hecho con alguno de los seres que conocemos y amamos. ¿Dormirá en nuestro corazón, también, el germen del crimen, como lo ha hecho en esos seres que son como nosotros?, nos cuestionamos.

Esa pregunta me lleva a otras: ¿Me hubiera adherido yo, como hicieron muchos alemanes, a la corriente sanguinaria del nazismo? ¿Habría yo, puesto en el lugar de los hechos, comprendido o incluso alentado los crímenes que se cometieron en la Guerra Civil? ¿Por qué, cuando veo el telediario, me inquieta más el horroroso crimen de un padre que las noticias que dan cuenta de un genocidio?