Hace
algunos años, me sorprendió ver en un pueblo de Alemania que los comercios cerraban
y se dejaban en la calle y durante toda la noche el género que habían tenido
expuesto en la acera, y que al día siguiente amanecía intacto y en su sitio. ¡Cuántas
cosas tenemos que aprender de esta gente!, me dije entonces.
Destruida
su sociedad por el nazismo, y destruida su economía y su población durante la
guerra, Alemania fue capaz en pocos años de recomponerse y, gracias a la
inteligencia de sus gobernantes y al tesón de sus ciudadanos, de convertirse en
una sociedad democrática, en un Estado social de primer nivel, en una potencia económica
y en uno de los más férreos defensores de la unidad europea. Alemania, que en
buena parte de su territorio había estado sometida durante decenios a una
dictadura extranjera, fue luego capaz de digerir en poco tiempo la integración
y más tarde, cuando el mundo desarrollado sufría los embates de una crisis
global, salió de ella antes que nadie, a fuerza, como siempre, de talento, de
espíritu de sacrificio y de un sentimiento de unidad que le hace siempre trabajar
a largo plazo, como los padres trabajan por el futuro de sus hijos.
Contemplando el Königssee, en Alemania, muy cerca de Austria |
A
lo largo de estos años, Alemania ha sido, primero, contribuyente neto a la
Comunidad Económica Europea y, luego, a la Unión Europea. Cuando el marco era
una moneda con una estabilidad de referencia, cambió el marco por el euro, a
sabiendas de los problemas que ello podría ocasionarle, y ha mantenido siempre
esa apuesta, tanto por razones económicas como políticas, a pesar de los engaños
a que ha sido sometida la eurozona por Estados que, como Grecia, falseaban la
contabilidad y a pesar de países que, como España, tenían gobernantes que vivían
en la inopia y sociedades que gastaban lo que tal vez no podrían pagar.
Es
cierto que los alemanes hacían todo eso, en buen parte, porque les interesaba contar
unos vecinos ricos a los que poder venderles sus manufacturas y una Europa
estable política y económicamente. Pero no es menos cierto que también le
interesaba al Reino Unido, por ejemplo, y su contribución a la Unión Europea ha
sido mucho menor. Y no es menos cierto que también nos interesaba a nosotros, a
España, y en lugar de ser aportadores netos de fondos y ser generadores de
soluciones hemos sido receptores netos y, últimamente, un foco permanente de
problemas para la Unión.
Ahora
que los alemanes piden más rigor cuando de dar dinero se trata, ahora que exigen
que recompongan su casa y adapten sus pretensiones a lo que de verdad ingresan
los países que han estado de fiesta mientras ellos trabajaban, hay quien piensa
que nos están explotando y que nuestra pobreza está causada en buena parte por
ellos.
Aparte
de negar la autocrítica, como suele ocurrirnos a los españoles, esa opinión me
parece una injusticia y un atraso. De hecho, propongo que nuestros dirigentes
(políticos, sindicales, empresariales y sociales) se vayan una temporada larga a
aprender cómo lo hacen los alemanes. Dados lo sectario de condición y su
ceguera, tal vez no aprendan, pero al menos estaremos durante un tiempo sin
ellos.