miércoles, 5 de septiembre de 2012

Alemania





                Hace algunos años, me sorprendió ver en un pueblo de Alemania que los comercios cerraban y se dejaban en la calle y durante toda la noche el género que habían tenido expuesto en la acera, y que al día siguiente amanecía intacto y en su sitio. ¡Cuántas cosas tenemos que aprender de esta gente!, me dije entonces.
                Destruida su sociedad por el nazismo, y destruida su economía y su población durante la guerra, Alemania fue capaz en pocos años de recomponerse y, gracias a la inteligencia de sus gobernantes y al tesón de sus ciudadanos, de convertirse en una sociedad democrática, en un Estado social de primer nivel, en una potencia económica y en uno de los más férreos defensores de la unidad europea. Alemania, que en buena parte de su territorio había estado sometida durante decenios a una dictadura extranjera, fue luego capaz de digerir en poco tiempo la integración y más tarde, cuando el mundo desarrollado sufría los embates de una crisis global, salió de ella antes que nadie, a fuerza, como siempre, de talento, de espíritu de sacrificio y de un sentimiento de unidad que le hace siempre trabajar a largo plazo, como los padres trabajan por el futuro de sus hijos.
Contemplando el Königssee, en Alemania, muy cerca de Austria
                 A lo largo de estos años, Alemania ha sido, primero, contribuyente neto a la Comunidad Económica Europea y, luego, a la Unión Europea. Cuando el marco era una moneda con una estabilidad de referencia, cambió el marco por el euro, a sabiendas de los problemas que ello podría ocasionarle, y ha mantenido siempre esa apuesta, tanto por razones económicas como políticas, a pesar de los engaños a que ha sido sometida la eurozona por Estados que, como Grecia, falseaban la contabilidad y a pesar de países que, como España, tenían gobernantes que vivían en la inopia y sociedades que gastaban lo que tal vez no podrían pagar.
                Es cierto que los alemanes hacían todo eso, en buen parte, porque les interesaba contar unos vecinos ricos a los que poder venderles sus manufacturas y una Europa estable política y económicamente. Pero no es menos cierto que también le interesaba al Reino Unido, por ejemplo, y su contribución a la Unión Europea ha sido mucho menor. Y no es menos cierto que también nos interesaba a nosotros, a España, y en lugar de ser aportadores netos de fondos y ser generadores de soluciones hemos sido receptores netos y, últimamente, un foco permanente de problemas para la Unión.
                Ahora que los alemanes piden más rigor cuando de dar dinero se trata, ahora que exigen que recompongan su casa y adapten sus pretensiones a lo que de verdad ingresan los países que han estado de fiesta mientras ellos trabajaban, hay quien piensa que nos están explotando y que nuestra pobreza está causada en buena parte por ellos.
                Aparte de negar la autocrítica, como suele ocurrirnos a los españoles, esa opinión me parece una injusticia y un atraso. De hecho, propongo que nuestros dirigentes (políticos, sindicales, empresariales y sociales) se vayan una temporada larga a aprender cómo lo hacen los alemanes. Dados lo sectario de condición y su ceguera, tal vez no aprendan, pero al menos estaremos durante un tiempo sin ellos.