Ayer, después de varios meses sin lluvia, una tormenta de granizo dejó de golpe más de veinte litros en Pozoblanco y esta mañana, con las primeras luces de la alborada, el suelo del pueblo mostraba la suciedad que guardaban los tejados hasta entonces. En el campo, la lluvia ha matado el polvo y poco más, por lo menos en el recorrido que hemos hecho hoy, que ha sido excepcionalmente corto.
10,242 km |
Hemos tomado la carretera en dirección a El Guijo y hemos dejado el coche en el primer anchurón del camino de la Cañada de las Zorras, que se inicia casi a dos kilómetros del cruce con la carretera de Pedroche a Dos Torres. Según he podido comprobar en el mapa, desde allí hasta Pedroche hay 3.700 metros en línea recta, una minucia para el aparato que emitía música desde la feria de aquel pueblo, pues sus canciones nos llegaban con tanta nitidez que nos daban ganas de bailarlas.
Como a las ocho de la mañana, ya que habíamos visto el espectacular amanecer y los distintos planos que las líneas de claroscuros formaban en el horizonte, dejamos de oír la música. Poco después, la mole imposible de la torre de El Salvador cargaba el paisaje de Historia o, quizá mejor, de fantasía, pues a mí me recuerda a esos mundos que crean los escritores en las novelas de ficción extrema.
Al cruzar el arroyo Santamaría, que llevaba un hilo de agua, cogimos la dirección contraria al pueblo por la carretera que lleva a El Guijo, de la que nos apartamos en la desviación de la ermita de Piedrasantas, en la que anteayer y ayer se celebró la famosa romería de los Piostros. La ermita es hermosa, y el puente que le da acceso, también, pero nosotros no llegamos a cruzarlo, y, alegrados por el bien entonado canto de uno de los cuatro o cinco operarios que limpiaban el recinto, tomamos enseguida la carretera por la que los vecinos de Pedroche suelen ir a ver a su patrona.
Antes de coronar la cuesta, en el mismo borde del casco urbano, nos desviamos a la derecha para entrar en el pueblo por el recinto ferial. En el exterior de este también oímos música (si puede llamarse así a ese chunda-chunda), si bien provenía de un coche que tenía las puertas abiertas. A su lado, un grupo de unos veinte jóvenes, muchos de ellos con vasos o botellas en la mano, estaban de pie (alguno quizá bailase) en medio de un auténtico estercolero de plásticos.
Atardecer en la feria de Pedroche de 2008 |