martes, 25 de septiembre de 2012

Oporto



                Escribo esto desde Oporto, poco antes de ponerme en camino hacia Pozoblanco. Durante la última semana, Carmen y yo hemos podido disfrutar de esta ciudad y de esta zona de Portugal, un país al que nos une la climatología, la geografía y la Historia, pero al que no solemos tener demasiado en cuenta.

Oporto

                 A lo largo de estos días he podido sestear en la hamaca de una terraza de Gaia, frente a las bodegas Sandeman, mientras el placer de dejarse vencer por el sueño a que refería Borges me invadía con la visión espectacular de Oporto al otro lado del Duero, he podido comer dentro del mercado de Bolhão, cerca de la suciedad y de los puntales que retrasan su derrumbe, entre pescaderas que gritaban y un grupo de turistas que hacían cola para pillar una de las pequeñas mesas en las que servían medio kilo de percebes y medio litro de vino verde por catorce euros, he comprado un libro en la librería Lello e Irmao,  quizá la más bonita del mundo, junto a la torre de Los Clérigos, y me he tomado un café con hielo en la famosa cafetería Magestic.

Santuario del Bom Jesus. Al fondo, Braga

                  Oporto es una ciudad que produce emociones contradictorias. Junto a espectaculares edificios nuevos, como el del Palacio de la Música, en Boavista, muy cerca del magnífico bloque de apartamentos donde nos hemos alojado, hay una sensación generalizada de vísperas de la demolición total, pues una parte sustancial de su parque de viviendas de halla visiblemente abandonado y amenaza ruina, algo parecido a lo que había observando en la otra gran ciudad de este país, Lisboa. Según tengo entendido, las causas de esta degradación de la ciudad son debidas a la crisis, pero también a una irracional Ley de arrendamientos, que premia excesivamente a los arrendatarios, y a su declaración como patrimonio de la humanidad, lo que obliga a su conservación.


Playa de Aveiro

                En todo caso, no es extensible a las otras ciudades que he visitado en este viaje (Guimarães, Braga, Coimbra y Aveiro), en las que el pulso urbano no es muy distinto del de España. Todas ellas son recomendables, pero en mi frágil memoria quedaran para siempre las vistas desde el santuario del Bom Jesús, en los alrededores Braga, al que he vuelto después de 25 años, y la impresión enorme que me han producido las majestuosas playas de Aveiro bajo la amenaza de una borrasca.

Playa de Aveiro

                 El considerable presupuesto que se va en el pago de las autopistas, prácticamente todas de peaje (y con un sistema de pago muy complicado, además), no debe ser obstáculo para viajar a esta zona de la península Ibérica, extremadamente hermosa, en la que sus habitantes nos han hecho sentir como en casa.