Camino de Navalpozuelo
El mundo –se decía antes– se
divide entre los que se acuestan tarde y los que se levantan temprano. Los que
se acuestan tarde son más dados a la nostalgia, al sedentarismo y a la lírica.
Los que se levantan temprano, en cambio, prefieren tener muchos proyectos por
delante, son personas de acción y, por eso, más proclives a la épica. Ahora
resulta que, según ha explicado Satoshi Kanazawa, experto en psicología evolutiva de
la Escuela de Ciencias Económicas de Londres, las personas con mayor coeficiente intelectual son más propensas a ser noctámbulos,
mientras que aquellas con menor
coeficiente intelectual tienden a restringir sus actividades en el día y prefieren irse a la cama temprano y ser madrugadores. (Este señor fue
el mismo que dijo que la fidelidad puede venir dada en gran medida por la
inteligencia, de manera que los hombres más inteligentes tienes menos aventuras
y dan más importancia a las relaciones estables que aquellos que poseen un
coeficiente intelectual bajo).
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14,53 km |
Viene
al caso esto porque el sábado nos acostamos bien tarde y, en razón de eso,
determinamos quedar media después de la acostumbrada, a las ocho, hora que no
obstante considero temprana para un domingo de estas fechas. A las ocho,
coinciden en España los que se acuestan tarde (los que se acuestan temprano,
diría yo) y los que se levantan temprano. Unos que todavía no se habían
acostado eran los jóvenes pasajeros de un coche que viajaban por la
circunvalación sentados sobre la parte baja de la ventanilla, con las piernas
por dentro y el resto del cuerpo fuera del vehículo. Y lo eran otros jóvenes
que vimos un poco más adelante, frente a una discoteca cuyas puertas estaban
cerradas. En cambio, unos que se habían levantado temprano eran los componentes
de un grupo de ciclistas que habían quedado frente a la churrería de remolque
que está instalada frente a la puerta del recinto ferial, que ya estaba
operativa. O el señor Kanazawa no lleva razón o el coeficiente intelectual está
reñido con la inteligencia, al menos durante una época concreta de la vida –pensé
entonces–.
Nada
dije a mis compañeros, para no aburrirlos con mis disquisiciones, que eran
demasiado espesas para el comienzo de la jornada, y me mantuve en silencio por
la carretera que lleva al Cerro de las Obejuelas (CP-203) hasta que, al pasar
el antiguo ventorro de El Sales, nos desviamos a la izquierda por el camino de
Navalpozuelo, al que los planos llaman de la Loma del Moreno, y dejamos el
coche al comienzo del mismo, tras asegurarnos de que no estorbaba.
El
camino está asfaltado los primeros kilómetros y es llano y muy cómodo. Desde el
principio, el paisaje está ocupado por el bosque de dehesa, que tiene aquí una
de sus mejores muestras, pues la tierra es buena y el encinar es denso y relativamente
joven. Al ir encajonado entre árboles, el caminante no divisa montañas ni tiene
sentido alguno del horizonte, por lo que debe andar con cuidado para no
perderse, máxime teniendo en cuenta que hay múltiples caminos y que casi todos parecen
iguales.
Alguno
de estos caminos debieron tomar los ciclistas que se habían citado junto a la
churrería de remolque (supongo que serían los mismos), porque cuando llevábamos
sobre una hora andando los vimos venir de frente, formando un grupito que hacía
ostentación de su alegría.
Un
poco más adelante, pasado el sitio de Navalobos, nos desviamos hacia el Norte, ya
por un camino de tierra, y buscamos el arroyo Guadalcázar, que más adelante (cuando
se une con el del Judío) se llama Gato y bordea por el Este el cerro de las
Obejuelas antes de desembocar en el Cuzna en la llamada “Junta de los Ríos”. Del
Guadalcázar (en el que están construyendo un vado) sale un camino hacia el
Norte que va a la ermita de la Virgen de Luna. Nosotros tomamos allí mismo otro
que va hacia el Sur, que ahora están pavimentando con el plan Encamina2, el
cual, según mis cortas luces, aplica en estas vías técnicas similares a las de
las calles (y, consecuentemente, presupuestos), lo que puede ser útil en territorios
densamente urbanizados o con explotaciones intensivas, pero tal vez no lo sea tanto
en estos, que tienen explotaciones extensivas y necesitan de múltiples actuaciones
puntuales más que de labores perfectas sobre un tramo concreto.
El
camino en cuestión, que tiene poco más de kilómetro y medio, nos devolvió al de
Navalpozuelo. La vuelta la hicimos admirando las bien cuidadas cercas de piedra
y comentando, entre otras cosas, lo mal que viene la bellota este año.