El desprecio
Si
estuviéramos lejos unos de otros, no dolería tanto. Si tuviéramos vecinos
distintos, proyectos distintos y fines distintos a los que llegar por caminos
separados. Si tuviéramos culturas distintas o religiones distintas. Si
pretendiéramos una moneda distinta o un sistema político distinto. Si no
hubiera una Historia común, una Historia en la que hemos estado unidos mucho
más tiempo que separados. Si no hubiera mestizaje, y unos no hubieran emigrado
a la tierra de los otros. Si no hubiera multitud de parejas mixtas, o multitud
de amigos en una y en otra parte. Si no hubiera multitud de empresas que están
aquí pero venden allí y viceversa, empresas que son de los dos lados y que no
pueden vivir sin los unos y sin los otros.
Lo que duele
es que esgriman los mismos argumentos que si nosotros fuéramos la metrópoli y
ellos la colonia y que hablen de opresión, como si nosotros fuéramos opresores.
Lo
que duele es que, probablemente, si fuéramos más ricos, nos tratarían de otra
forma.
Lo que duele
es que partimos del mismo sitio y vamos al mismo sitio por el mismo camino y al
mismo tiempo y, sin embargo, no quieren venir con nosotros, sino un poco
separados, formando un grupito aparte.
Lo que duele
es que quieren ponerse en la otra punta de la barra cuando lleguemos al mismo
bar y tener un fondo común propio para pagarse las cervezas, porque quizá así
caigan a una más o puedan costearse un pincho de tortilla que nosotros no podremos
costearnos.
Lo que duele
es que no se conformen con hablar en su idioma cuando se junten entre ellos, sino
que no quieran pararse con nosotros en el mismo descansadero porque eso les
obligaría a hablar en nuestro idioma, que sin embargo entienden, y también es
suyo.
Lo que duele
de algunos de ellos es que quieran venir con nosotros y ponerse en nuestro lado
de la barra pero caer a una cerveza más, porque en el fondo común pusieron una
moneda más que nosotros.
Ellos dirán
que no nos desprecian, nos hablarán del conflicto y del encaje en el Estado y utilizarán
todos esos eufemismos que sirven para no llamar a las cosas por su nombre, pero
lo cierto es que cuando nos tratan así nos desprecian. Y eso es lo que nos duele.
Lo que duele en
el asunto de la independencia de Cataluña no es que vayamos a quedarnos
huérfanos sin ellos, sino el desprecio que muestran algunos catalanes hacia los
que no lo somos.