8-5-2020
Soy alérgico a no sé muy bien qué que viene en primavera. Tengo
moquillo, estornudo. Estoy ahora sí y ahora no llevándome las manos a la nariz y
gasto pañuelos de papel a mansalva. No es grave, estoy bien, no me duele nada. Es
un poco molesto, eso es todo, y la mayor parte del tiempo ni siquiera me doy
cuenta. Además, me tomo unas pastillas que moderan bastante los síntomas.
Cuando era joven no tenía alergia, o eso creía. La alergia me
ha venido con los años, como otros males que en mi casa llamaban «dolamas»
cuando, como es el caso, eran crónicos y débiles. Ahora que con esto del
coronavirus tanto se habla de curvas, yo, que hice la mili en artillería,
podría decir que la alergia me ha llegado cuando la curva trazada por la bala ha
sobrepasado el punto más alto, que allí llamaban «el vértice de la
trayectoria», y se halla en franca bajada, que es tanto como decir en un claro
declive. Pero me gusta más pensar que la alergia me ha llegado con un cuerpo más
experimentado y, en consecuencia, más instruido sobre lo que le conviene y lo
que no, más sabio. Si el cuerpo responde así a un elemento exterior, por algo
será: tal vez se esté defendiendo. Tal vez, detrás de esa explosión de vida que
anida en la primavera haya venenos ocultos, virus malísimos, millones de ácaros…
Tengo, además, la experiencia de la mente, que también tiene
sus alergias, aunque no son primaverales, sino mucho más constantes. Resulta
que con los años he ido notando una mayor sensibilidad contra ciertas cosas que
antes me pasaban inadvertidas. No es nada grave, no me impiden conciliar el
sueño ni me quitan el apetito, pero de vez en cuando me molestan. Yo las llamo
«los afanes». Vienen de todas partes, pero sobre todo de los que están muy pero que muy seguros de algo y se afanan para que todos estemos tan seguros como ellos. Esos
afanes me incomodan un poco, como cuando los testigos de Jehová tocan el timbre
a horas impropias y me veo obligado a pedirles amablemente que se vayan.
Ahora, los afanes son fundamentalmente políticos y también tienden
al apostolado. Las redes sociales les han dado unas alillas enormes. Un afán por
convencerte de algo se multiplica enseguida al ritmo que le dan aire sus creyentes
mensajeros y te llega de improviso por la persona o el grupo más inesperado. Cuando
lo descubro, noto el afán de quien lo ha mandado y moqueo (en sentido figurado,
claro), como si la mente se defendiera con una mansa alergia primaveral.