10-5-2020
Los 56 días pasados han sido muy especiales para todos.
Muchas personas han muerto, con lo que eso supone de desolación en una
civilización como la nuestra, que ha vivido tan de espaldas a la muerte. Han
muerto y no hemos podido ni despedirlas: se ha añadido dolor al dolor y se ha
dejado pendiente la reconstrucción de las vidas afectadas por las ausencias.
Muchas personas han trabajado en condiciones penosas,
arriesgando sus vidas para salvar las de otras, con lo que se ha demostrado, una
vez más, que el espíritu humano puede ser tan sublime y hermoso como el de que
aquel hombre ideal que fue creado a imagen y semejanza de Dios.
Muchas personas han perdido su trabajo o se han visto
obligadas a dejar en suspenso sus empresas y están sufriendo, bastantes de
ellas en condiciones que no se puede permitir una sociedad mínimamente justa.
Ha cerrado los colegios, los bares, los comercios… Ha cerrado
casi todo y nos hemos recluido en nuestras casas, pendientes de un montón de
medios de comunicación que nos traían a la par noticias y bulos y de las
decisiones de quienes debían representarnos, todas ellas difíciles por lo
inaudito del caso, decisiones para que las esperábamos una unidad que no
siempre se ha producido.
Y mientras ese mundo distópico se hacía realidad, yo escribía.
Durante un mes lo hice con mi mujer en el hospital o encerrada en su habitación.
Yo escribía porque había gente que me leía y, leyéndome, me acompañaba. Te he
sentido, paciente lector anónimo en el que pienso ahora, a las 6:50 del día 10
de mayo de 2020, y aunque tú no lo sepas, me has hecho mucho bien.
Pero el mundo va recobrando su normalidad y ya va siendo hora
de que la recobre esta página, que no tiene vocación de diario. A partir de
ahora escribiré en ella como antes, cuando me apetezca, con la libertad y las
limitaciones que lo he hecho siempre.
«Es hermoso partir sin decir adiós, serena la mirada, firme
la voz», decía aquella admirable canción del maestro Serrat. Sería bonito marcharse sin despedirse, en efecto, pero yo no puedo hacerlo porque soy una persona
educada y porque todavía no me he cansado de preguntarle al mundo «por qué y
por qué», porque esto, en fin, no es una despedida, sino un cordial y sencillo «hasta
pronto».