9-5-2020
Esta noche he soñado que Carmen y yo volábamos sobre el mar. Casi
nunca me acuerdo de los sueños, pero al despertarme me lo ha recordado el piar de
unos pájaros, tal vez porque los pájaros tienen alas, tal vez –he pensado con
los ojos fijos en el techo–, porque entre los pájaros y yo ha habido esta noche
una suerte de comunidad, como debe de haberla entre los ángeles y ellos.
En el sueño, yo era feliz. Era feliz sin hacer nada, sin
tener nada, sin pensar nada, solo volando.
Algunas veces me pregunto qué habría sido de los hombres si
hubieran nacido con alas. ¿Se las habrían recortado de niños? ¿Se las habrían
quitado unos a otros? ¿Habrían ido perdiendo poco a poco la capacidad de volar
a fuerza de vivir en el suelo, como les ha ocurrido a las gallinas?
Los seres humanos no tenemos alas físicas, pero tenemos otras
alas, el pensamiento, y no lo utilizamos como es debido. Yo fui educado para el
miedo, por ejemplo, como era habitual en mi generación. El miedo es una emoción
que sirve para avisarnos del peligro, pero también es un instrumento para
limitarnos, y puede llevarnos a una seguridad obsesiva, como a esos pájaros que
a fuerza vivir en una jaula no saben buscarse la vida fuera de ella.
No lo utilizamos como es debido porque no nos enseñan a
pensar, sino lo que tenemos que pensar. Lo hacemos incluso con nuestros hijos, especialmente
con ellos: nada más nacer, les inculcamos una religión, la verdadera, que
casualmente es la nuestra, les inculcamos una filosofía de vida, la que va a
hacerlos más felices, que casualmente es la que nos habría hecho más felices a
nosotros, y los damos de alta en la asociación que nos encanta o le compramos
la camiseta de nuestro equipo favorito. Todo lo hacemos por mejor sin darnos
cuenta de que, en realidad, estamos considerando que son una extensión de nuestra
vida en lugar de que ellos tienen la suya propia.
No utilizamos el pensamiento como es debido porque se lo
entregamos a otros. Vengo diciéndolo en esta página y no quiero ponerme pesado,
pero me gustaría que los pacientes lectores se preguntaran por unos momentos
cuánto de su pensamiento es de verdad de ellos y cuánto les ha sido inculcado. Y,
luego, que se preguntaran con qué fines. ¿No han pensado nunca que los pensamientos
libres, como los pájaros, no forman rebaños?
¿Las alas o el pensamiento? Ahora que sé lo que sé, si al
nacer me hubieran dado a escoger entre tener alas y tener pensamiento, no sé
por cuál me habría decidido.