sábado, 21 de junio de 2025

3. Pamplona o El respeto por lo creado

 

De Zubiri, el Camino toma sendas umbrosas en paralelo al río Arga, cuya placentera compañía el caminante siente y agradece, especialmente cuanto el susurro parece una voz despierta que acaba en sincera conversación entre los dos, como ocurre cuando, tendido bocarriba en una confortable hamaca, uno percibe el rumor de las olas o el murmullo de las hojas cuando el viento sopla. Si los seres humanos tienen alma, también deben tenerla los ríos. Y los bosques. Y los océanos. Esa es la conclusión de la charla. Y no hace falta tener fe en cosas raras ni ser ecologista para creerlo, sino disponer de una mínima sensibilidad, la misma que a los seres humanos nos dio el Creador de Todas las Cosas, de todas. Los peregrinos, que son seres sensibles por lo general, lo saben, y respetan el entorno por el que circulan con la reverencia que se respeta un templo. Porque eso es todo lo creado, un templo.

Mucho más adelante, el rumor del bosque se torna en rumor de ciudad y se pierde la conversación. La etapa es fácil, corta y bonita en casi todo su trazado, pero el tramo final por la ciudad de Pamplona y su área metropolitana resulta bastante tedioso. Entre otras cosas porque el rumor de la ciudad es ruido. Y el ruido, ya se sabe, es como las conversaciones de los políticos, una suma de sonidos cruzados y sin sentido que se meten entre las sienes como el eco de una motosierra lejana.

En este ruido de ciudad, la gente se expresa en castellano (a mi gusta más español, que parece más de todos, pero aquí lo voy a decir así), aunque los carteles estén en euskera. A mí me gusta que la gente tenga su idioma, que lo quiera y lo defienda. No tengo nada en contra mientras alguien que sabe castellano me conteste en castellano cuando yo le pido algo en castellano, como ha ocurrido desde Roncesvalles hasta aquí, a pesar de que yo los he oído hablar en euskera. Es más, me parece bonito este babel de lenguas: el francés que me hablaban más allá de la frontera, el inglés en el que nos entendemos los peregrinos, el castellano que se habla aquí y el euskera que se hablaba hasta aquí. Y no he observado que nadie tenga algún problema con ello.


Según he leído, los navarros son los que menos españoles se sienten de todos los españoles. No me extraña: tienen el territorio dividido en tres territorios lingüísticos (zona vascófona, zona no vascófona y zona mixta) debido a razones históricas, sociales, culturales y políticas relacionadas con el uso y la presencia del euskera en distintas partes de la comunidad. Están sometidos a la presión política de muchos ciudadanos de Euskadi, que la consideran parte de su territorio, y, en paralelo, a la presión política contraria. Y, por último, tienen un régimen foral propio, por lo que cuentan con un conjunto de derechos, instituciones y competencias que Navarra conserva desde que era un reino independiente (el Reino de Navarra) y que fueron reconocidos y respetados tras su incorporación a la monarquía española en el siglo XVI.

Lo que tienen los navarros, el régimen foral, no se discute por nadie, aunque se trate de un privilegio, porque ha sido así desde siempre y así está reconocido por la Constitución. Pero eso, es un privilegio, pues el régimen foral trata al Estado casi de tú a tú, de una forma muy diferente a como la Constitución trata a los demás territorios de España menos el País Vasco, que también es un territorio aforado. Que se mantenga un privilegio, sea territorial o sea personal, ya cuesta trabajo de entender en estos tiempos, especialmente por las personas más de izquierdas, que son las que supuestamente más a favor están de la igualdad, pero que se dé un privilegio a quien no lo tiene (por mucho que lo tuviera hace siglos) solo para mantenerse en el poder, como el PSOE de Pedro Sánchez pretende hacer con Cataluña, me parece un argumento muy poco democrático y, sobre todo, muy poco de izquierdas.

Los españoles nos miramos desde dentro y nos vemos diferentes unos de otros, pero tengo comprobado que los de fuera, que siempre son los que mejor nos conocen, nos tienen calados y saben que, dentro de la diversidad que nos caracteriza, tenemos características esenciales que nos unen. Es como si no fuera una cuestión de amor o de querer, sino de sangre. Como ocurre con los hermanos. 

Eso de no sentirse español es muy español, casi una señal de nuestra identidad. Por eso, aunque los navarros sean los que menos españoles se sienten de todos los españoles, tal vez sean los más españoles de todos.

Por cierto, cuando llegué a Pamplona, mi reloj marcaba 21,86 kilómetros.


Aquí la etapa en GRONZE