De Zubiri, el Camino toma sendas
umbrosas en paralelo al río Arga, cuya placentera compañía el caminante siente
y agradece, especialmente cuanto el susurro parece una voz despierta que acaba en
sincera conversación entre los dos, como ocurre cuando, tendido bocarriba en
una confortable hamaca, uno percibe el rumor de las olas o el murmullo de las
hojas cuando el viento sopla. Si los seres humanos tienen alma, también deben
tenerla los ríos. Y los bosques. Y los océanos. Esa es la conclusión de la
charla. Y no hace falta tener fe en cosas raras ni ser ecologista para creerlo,
sino disponer de una mínima sensibilidad, la misma que a los seres humanos nos
dio el Creador de Todas las Cosas, de todas. Los peregrinos, que son seres
sensibles por lo general, lo saben, y respetan el entorno por el que circulan
con la reverencia que se respeta un templo. Porque eso es todo lo creado, un
templo.
Mucho más adelante, el rumor del
bosque se torna en rumor de ciudad y se pierde la conversación. La etapa es
fácil, corta y bonita en casi todo su trazado, pero el tramo final por la
ciudad de Pamplona y su área metropolitana resulta bastante tedioso. Entre
otras cosas porque el rumor de la ciudad es ruido. Y el ruido, ya se sabe, es
como las conversaciones de los políticos, una suma de sonidos cruzados y sin
sentido que se meten entre las sienes como el eco de una motosierra lejana.
En este ruido de ciudad, la gente
se expresa en castellano (a mi gusta más español, que parece más de todos, pero
aquí lo voy a decir así), aunque los carteles estén en euskera. A mí me gusta
que la gente tenga su idioma, que lo quiera y lo defienda. No tengo nada en
contra mientras alguien que sabe castellano me conteste en castellano cuando yo
le pido algo en castellano, como ha ocurrido desde Roncesvalles hasta aquí, a
pesar de que yo los he oído hablar en euskera. Es más, me parece bonito este
babel de lenguas: el francés que me hablaban más allá de la frontera, el inglés
en el que nos entendemos los peregrinos, el castellano que se habla aquí y el
euskera que se hablaba hasta aquí. Y no he observado que nadie tenga algún
problema con ello.
Según he leído, los navarros son los que menos españoles se sienten de todos los españoles. No me extraña: tienen el territorio dividido en tres territorios lingüísticos (zona vascófona, zona no vascófona y zona mixta) debido a razones históricas, sociales, culturales y políticas relacionadas con el uso y la presencia del euskera en distintas partes de la comunidad. Están sometidos a la presión política de muchos ciudadanos de Euskadi, que la consideran parte de su territorio, y, en paralelo, a la presión política contraria. Y, por último, tienen un régimen foral propio, por lo que cuentan con un conjunto de derechos, instituciones y competencias que Navarra conserva desde que era un reino independiente (el Reino de Navarra) y que fueron reconocidos y respetados tras su incorporación a la monarquía española en el siglo XVI.
Lo que tienen los navarros, el
régimen foral, no se discute por nadie, aunque se trate de un privilegio,
porque ha sido así desde siempre y así está reconocido por la Constitución. Pero
eso, es un privilegio, pues el régimen foral trata al Estado casi de tú a tú, de una forma muy
diferente a como la Constitución trata a los demás territorios de España menos el País Vasco,
que también es un territorio aforado. Que se mantenga un privilegio, sea territorial
o sea personal, ya cuesta trabajo de entender en estos tiempos, especialmente
por las personas más de izquierdas, que son las que supuestamente más a favor
están de la igualdad, pero que se dé un privilegio a quien no lo tiene (por
mucho que lo tuviera hace siglos) solo para mantenerse en el poder, como el
PSOE de Pedro Sánchez pretende hacer con Cataluña, me parece un argumento muy
poco democrático y, sobre todo, muy poco de izquierdas.
Los españoles nos miramos desde dentro y nos vemos diferentes unos de otros, pero tengo comprobado que los de fuera, que siempre son los que mejor nos conocen, nos tienen calados y saben que, dentro de la diversidad que nos caracteriza, tenemos características esenciales que nos unen. Es como si no fuera una cuestión de amor o de querer, sino de sangre. Como ocurre con los hermanos.
Eso de no sentirse español es muy
español, casi una señal de nuestra identidad. Por eso, aunque los navarros sean
los que menos españoles se sienten de todos los españoles, tal vez sean los más
españoles de todos.
Por cierto, cuando llegué a Pamplona,
mi reloj marcaba 21,86 kilómetros.
Aquí la etapa en GRONZE