Me lo decía mi amigo Leo, experto
caminante y un maestro en esto del Camino de Santiago: conforme vas haciendo
kilómetros, vas notando que el cuerpo responde mejor. Yo puedo dar fe de que es
verdad. No he tenido accidentes ni enfermedades y mi cuerpo se ha adaptado a
hacer los kilómetros que le echen. Es casi como el de esa señora búlgara que viene
desde Canadá que me encontrado hoy. Casi. Porque ella iba como si tal cosa y yo
llevaba la respiración un punto entrecortada.
Según me ha dicho, quiere hacer
el Camino completo partiendo desde Saint Jean en 26 etapas, que son bastantes
menos de lo que mandan los cánones. ¿Sin mochila?, le he preguntado, porque he
observado que llevaba una del diario, como yo. A lo que me ha contestado que
hoy estaba de descanso. Descanso un día de cada siete, me ha dicho. En esos
días, ando lo que una etapa normal y no llevo la mochila grande. O sea, para
que quede claro: esa señora (unos cincuenta años, tal vez más) descansaba
haciendo lo que yo hacía de ordinario.
Hemos hablado, entre otras cosas,
de las paellas, de los quesos de España y de las fresas. Al parecer, le
encantan las fresas y quería probar unas de aquí, pero todas las que ha podido
encontrar vienen del extranjero. No sé en qué tiendas habrá preguntado, ni
cómo, y como me ha parecido raro que ocurra eso en un país productor de fresas,
me ha dado pelos y señales de lo ocurrido y me ha preguntado qué puede hacer
para conseguirlas. En esa conversación estábamos, cuando se ha acordado de que
se había dejado atrás a su acompañante, que se había apartado para orinar
detrás de unas matas, según pude observar antes de empezar a hablar con ella. «Perdona,
pero tengo que esperar a mi amigo», me ha dicho, y ahí nos hemos despedido.
La etapa normal, la que iba a
hacer ella excepcionalmente, llega hasta Belorado, que es un pueblo
relativamente grande para lo que se ve por aquí y cuenta con muchos servicios
para los peregrinos. Pero al llegar a Belorado me he encontrado bien y he
decidido seguir hasta Tosantos, el siguiente pueblo. Así, acortó la etapa de
mañana, que es muy larga. En Tosantos para el autobús de Jiménez que ha de
devolverme a Santo Domingo de la Calzada, así que no hay problema.
Tosantos es un pueblo pequeño, de
53 habitantes, según la Wikipedia, pero ha llegado a tener casi 300, una despoblación similar a la de otros pueblos de por aquí. Cuando
llegó, lo primero que hago es buscar un bar donde tomar una Coca-cola, y lo
encuentro junto a la carretera N-120, Logroño-Burgos, que en esta parte del camino
está omnipresente. En el bar (en el que solo hay un parroquiano), cuando le pido la bebida,
cuando le pago y, luego, cuando le pregunto por la parada del autobús, observo
que el camarero es extranjero y tiene alguna dificultad para entenderme.
Por hablar de algo, de eso hablo con una señora que me acompaña luego en la parada.
«Pues era el único extranjero de
los que se presentaron», me contesta con algo de irritación. Según me dice, el
bar es municipal y es el único del pueblo. ¿Municipal? ¿Este pueblo tiene
Ayuntamiento?, le pregunto, en vista de que el pueblo es muy pequeño. Sí, lo tiene.
Ella asegura estar muy enterada de todo el proceso. Al parecer, se habían
presentado seis vecinos a la licitación (lo de seis me lo dice varias veces),
pero el alcalde se lo había dado a un extranjero al que nadie conocía. Habría
unas bases y el alcalde se regiría por ellas, le digo yo. Nada, nada, el
alcalde se lo había dado al que él había querido, ha resuelto ella.
Luego hablamos del Camino y de
los servicios que había en el pueblo. Me ha dicho que hay muchos, y me hablado
de dos albergues, el parroquial, donde hasta treinta peregrinos pueden dormir
en el suelo, y el otro, que estaba justo enfrente de donde nos encontrábamos,
donde los peregrinos dormían en literas, aunque ahora está cerrado.
Después, por seguir hablando de
algo, ya que estábamos solos y el silencio era un poco embarazoso, le he dicho que
los coches pasaban delante de nosotros a mucha velocidad, a pesar de que había
una señal de limitación a 50 kilómetros por hora. Y entonces la señora me ha
hablado de la necesidad de que hagan pronto la autopista. En esto se ha
extendido bastante, quizá porque yo le he metido los dedos en la boca con la
proximidad de las obras. De hecho, aquel mismo día, mientras caminaba, había
visto que las obras de la autopista se iban acercando.
Ella quiere la autopista para
tardar menos en ir a Burgos, porque ahora, con aquel tráfico, se tarda una
barbaridad. «Coges un camión y tienes que ir detrás de él todo el camino», me ha
dicho. Yo he pensado en lo que ocurriría cuando el pueblo tuviera una autopista
que pasara a varios kilómetros del casco urbano. El bar, que ahora servía a los
usuarios de la carretera, probablemente se vería obligado a cerrar, porque no
iba a poder subsistir con los 53 vecinos censados y los escasos caminantes que
se quedaran en el pueblo, especialmente cuando no es temporada alta. Y ella,
que ahora estaba esperando el autobús, probablemente vería que los servicios de
la línea mermaban o desaparecían, pues el tráfico fundamental de viajeros era entre
las localidades de Logroño y Burgos, y esos viajeros demandarían que el tráfico
fuera por la autopista en lugar de por la antigua carretera. Es algo parecido a
lo que está pasando con el AVE a Galicia y las paradas en Sanabria y Zamora.
En fin, que me acordé de mis
paisanos y sus demandas de más servicios y una autopista. Ella quería la
autopista para ir más rápidamente a Burgos y nosotros la queremos para ir más
rápidamente a Córdoba, a Sevilla, a Málaga, a Madrid y a todas partes, lo cual
está muy bien, estupendo. Pero vamos, que, cuando la tengamos (si eso ocurre
algún día), eso va a hacer que en Los Pedroches tengamos menos habitantes
todavía. Por lo que menos si seguimos con la mentalidad de ahora, que es la que
tiene esta mujer.
Dándole vueltas al asunto
mientras iba en el autobús se me han ocurrido más cosas al respecto, pero, como
se me está alargando esta entrada, las dejaré para mejor ocasión.
Al final de la jornada en el Camino, mi reloj marcaba 27,06 kilómetros.