Quienes me conocen saben que me
gusta viajar y que, cuando estoy fuera, no extraño las comodidades de mi casa.
No tengo problemas para dormir en cualquier cama, por ejemplo, la plasticidad de
la almohada nunca me ha preocupado y disfruto la comida sencilla y conocida de
la misma manera que la compleja y desconocida. Por eso, como me conocían, mis
compañeros de trabajo me regalaron un viaje para dos personas a La Rioja cuando
me jubilé, que Carmen y yo disfrutamos hace solo unos meses. Antes, ya había
estado en La Rioja con Piedra y Cal, una asociación de Pozoblanco para la
defensa del patrimonio, y, antes, había estado con mi familia política, y,
antes, había estado solo, y antes... Si no me canso de estar en los sitios,
tampoco me caso de volver, y mucho menos de volver aquí, donde el paisaje y las
ciudades son hermosas, la Historia está por todas partes y la gente es
acogedora.
Estar, solo estar, y disfrutar
estando. No suelo ir por ahí viendo repetidamente lo que ya tengo en el
recuerdo. Y pongo un ejemplo: cuando voy a Córdoba, que es con mucha
frecuencia, no voy a ver la Mezquita-Catedral, sino a pasear por sus calles y a
sentarme en una terraza. Pues ahora, aquí, medio lo mismo. Me estoy limitando a
observar lo que veo al paso y únicamente me he desplazado para ir a Ezcaray, a
donde solo había ido una vez, donde he recordado a un buen amigo que estuvo allí
de secretario del Ayuntamiento.
Es más
o menos lo que hacen los peregrinos que recorren este tramo del Camino. Para
ellos, lo importante es el Camino y su paisaje inmediato, no tanto el
territorio donde el Camino se inserta. Es más, yo diría que lo importante son
ellos mismos, su entorno territorial inmediato y su ámbito más personal.
En cierta manera, es como si
estuvieran en una burbuja y viajaran con ella a lo largo de la ruta. Casi
ninguno habla español, además, lo que limita la extensión de sus relaciones,
que deben circunscribirse a los que hablan inglés o su idioma, casi todos peregrinos,
como ellos.
El inglés es aquí una suerte de
idioma cooficial, que se habla en todos los lugares habituales de los
peregrinos. Y pongo algunos ejemplos de uso del inglés que me han llamado la
atención: en Santo Domingo de la Calzada he visto pintado en el suelo una
indicación pública que dice «SUMMER’S BUS» (AUTOBÚS DE VERANO). En la etapa de
hoy, cerca de Cirueña, he visto un cartel en el que, junto a la flecha
indicadora del camino, alguien tan cachondo como incivil había escrito en spanglish:
«In de morning ruta del colesterol» (Por la mañana, ruta del colesterol). Y en
otro sitio, en un gran canto rodado inserto en la tierra al lado del camino,
alguien ha escrito con letras pequeñas: «Peace in you. No pain no gain! So young» (Que haya paz en ti. ¡Sin
esfuerzo no hay recompensa! Tan joven aún).
Los peregrinos no saben nada de leires
ni de koldos, ni de los de aquí ni de los de sus países, donde también
debe haberlos, aunque quizá no tan casposos y cutres. Ellos van a lo suyo: andan,
comen, duermen y, mientras hacen todo eso, disfrutan del paisaje, de la
relación que tienen con su propio interior y de las pequeñas y grandes
relaciones que encuentran mientras dejan hacer al tiempo, que probablemente sea
la mejor manera de gozarlo.
Ellos no son como yo, está claro.
O, mejor, yo no soy como ellos. Yo estoy al corriente de las noticias y sé lo
que está pasando en España y en el mundo, yo tengo que hacer un parte diario
para mis hijos y yo sé lo que pasa en mi casa, porque hablo a diario con mi
mujer. En fin, que yo no estoy en ninguna burbuja. Eso se nota en los restaurantes
donde como, en los supermercados donde entro a comprar y en las calles por las
que me muevo. Entiendo a todo el mundo y sé que todo el mundo me entiende, y no
solo porque hable español. Es que tenemos los mismos políticos, el mismo
sistema de pensiones, unos impuestos parecidos y, en resumen, la misma forma de
entender la vida. No es chica semejanza, os lo aseguro.
Caminando con peregrinos desde Nájera a Santo Domingo de la Calzada, he recorrido hoy 23,00 kilómetros, según mi reloj.