San Juan de Ortega es el punto
final más utilizado por los peregrinos para mi etapa de hoy, pero es un núcleo
urbano muy pequeño (26 habitantes en 2023) y está a unos cuantos kilómetros de
la parada que el autobús tiene en la N-120. Por eso había decidido alargar la
etapa hasta Zalduendo (69 habitantes en 2023), el primer pueblo con parada más
allá de San Juan de Ortega.
El día ha amanecido fresco en
Tosantos (53 habitantes en 2023, donde terminé ayer) y, luego, hemos tenido que
subir por los montes de Oca rodeados de bosque, de modo que el calor no se ha hecho
sentir sino hasta que estábamos cerca de San Juan de Ortega, por donde he
pasado sin detenerme para dirigirme enseguida a Santovenia de Oca (25
habitantes en 2023). No recuerdo haber visto a nadie ni en Tosantos ni en San
Juan, y en Santovenia vi de lejos a una mujer regando las macetas que tenía en la calle, pero no pude decirle nada, porque se metió en su casa antes de que
llegara hasta ella.
A partir de San Juan, tampoco he
visto a caminante alguno, pues todos habían tomado la vía más común, que va por
Agés y Atapuerca. No me he topado con nadie hasta que, pasada Santovenia, he
visto a un señor sentado en el pretil de un puente que cruzaba un arroyo. Había
salido a pasear al perro, según me dijo, porque yo enseguida me puse a hablar
con él. Como le he dicho que no había visto a nadie, ni siquiera a caminantes,
me ha dicho que sí, que caminantes había. La confirmación de sus palabras la he
tenido un poco más adelante, porque he visto a otro señor sentado en otro
pretil que cruzaba otro arroyo. Y, este, a juzgar por la mochila que había a su
lado, era peregrino. También con él me he parado a hablar.
Era de Canadá. Cuando le he
preguntado por qué había tomado aquel camino en lugar del de Agés, me ha dicho
que estaba lesionado en una rodilla y, según le habían comentado, este camino era
más fácil, porque tenía menos altibajos. No parecía un problema grave el suyo,
sino limitativo de lo que quería hacer. Con todo, le he preguntado si tenía
algún seguro médico de viaje, a lo que me ha contestado que quería ir a una
ciudad grande, como Burgos, para ser atendido.
Debe haber muchos casos como el
de este peregrino. De hecho, he leído que hasta el cincuenta por ciento de los
que empiezan en Saint Jean abandonan antes de llegar a Santiago, cifra que a mí
me parece prudente, incluso baja, a tenor de la edad y la condición física de
los que me he encontrado.
En fin, que los pueblos eran
pequeños y aquel hombre no tenía forma de ser atendido como él quería. Y eso me
ha llevado a pensar en los pueblos de mi tierra, que son ciudades en
comparación con los de aquí, aunque están afectados por un proceso de
despoblación similar, que parece irreversible. El de aquí lo es, desde luego.
¿Lo es también el de Los Pedroches?
Cuando hablo con alguien de esto
y oigo quejas de lo mal que nos tratan las instituciones públicas, causa última
de la despoblación, según parece, siempre expongo que la balanza fiscal entre las
instituciones públicas y los pueblos de Los Pedroches es favorable a nuestros
pueblos. ¿Nos tratan las instituciones mal en inversiones? Desde luego en gasto
corriente no. Nuestros pueblos tienen muchos pensionistas, que reciben su
pensión de los fondos públicos. Tienen muchos funcionarios, que reciben del
mismo sitio sus retribuciones. Tienen muchos desempleados, que perciben
subsidios. Y tienen muchos agricultores y ganaderos subvencionados.
Y, además, los ayuntamientos de
nuestra tierra reciben mucho dinero del Estado, de la Junta de Andalucía y de
la Diputación Provincial de Córdoba. Y cuando digo mucho es mucho mucho, un
montón. La gente se cree que con los tributos que ellos pagan al Ayuntamiento
se costea el presupuesto municipal, pero no, eso costea solo una parte, porque, en general, la mayoría de sus ingresos son transferencias que vienen de otras instituciones
públicas y pagan los ciudadanos de toda España. ¿Qué hacen los ayuntamientos
con esos fondos? Ah, ahí está el quid de la cuestión. Cuando vean las reseñas que
el propio Ayuntamiento pone en Facebook y en otras redes sociales, pregúntense cuántos
empleados del Ayuntamiento están trabajando para elaborar esas noticias (que
son propaganda de quien manda) y lo que hay detrás de ellas y cuántos planificando actuaciones a medio y
largo plazo para el desarrollo de la localidad. Pregúntense cuánto pagaron por
esa comida que aparentemente les salió gratis. Cuánto, por esa verbena, por ese
folleto, por ese viaje, por ese día del Rosquillo Redondo, que según las cuentas oficiales tanta gente trajo
de otros pueblos…, o cuánto cuesta el mantenimiento de ese edificio que solo se
utiliza una vez al año.
O sea, que en Los Pedroches somos muy felices, cada vez más, pero cada vez menos conscientes de lo que somos y cada vez menos.
Llegué a Zalduendo con bien. En
el pueblo, junto a la carretera, hay un bar que por fuera parece una casa
consistorial, con una bandera de España en la fachada, donde por doce euros me
tomé dos tercios de cerveza Magna, sin alcohol, dos huevos fritos que me comí mojando muchas sopas, cuatro
filetes de lomo y un café solo con hielo. Mientras estuve esperando y, luego,
mientras comía, no pasaron por el bar más de tres personas.
Según mi reloj, el recorrido de aquel día fueron 25,74 kilómetros.