La realidad se discute hasta cuando es objetiva
y se ubica a la vista de todos. Es más, la realidad puede negarse en las mismas
circunstancias y ser más creída la negación que su experiencia, porque dada la
naturaleza limitada, medrosa y arbitraria de los seres humanos siempre hay
muchos de ellos aprestados a creer más en lo increíble que en lo creíble. A la
vista de la realidad, pues, lo importante es la disposición ante ella. Los
políticos lo saben, y niegan sistemáticamente la evidencia o ponen como
evidente lo que no hay por donde cogerlo, sin que ello suponga merma alguna de
su credibilidad entre sus adeptos. Lo saben los publicistas, que repiten
machaconamente los mensajes más inverosímiles hasta que son digeridos y
asimilados por la masa. Y lo saben algunos periodistas, que toman partido
(político) y hacen de voceros o incluso de publicistas de algunos sectores
políticos, como sus compañeros de deportes toman partido con los clubes donde
radican sus sedes.
Como lo importante no es la realidad, sino la
disposición de los electores hacia ella, el mensaje publicista de los políticos
y sus voceros no pretende tanto abrirse a la razón del sujeto pensante como
modificar su voluntad. A partir de ahí, la realidad se olvida por completo y se
monta una estrategia estable de información interesada cuyo objetivo es, simple
y llanamente, convertir al ciudadano en un seguidor fiel o, en su defecto, en
votante.
Para los actores del escenario político (los
políticos, los medios de comunicación de masas, los cabecillas de los grupos de
presión y demás cabecillas del sistema establecido) la desconsideración del
individuo como ciudadano es, en consecuencia, mayor cuanta más consideración
les merece como cautivo de una doctrina o hasta de unas siglas. En verdad, ese
escenario no está construido para representar fielmente la realidad, sino una
farsa, siempre la misma, en la que los actores se intercambian los papeles de
una representación a otra sin que por ello se altere sustancialmente la obra,
una farsa en la que los actores gritan más, hacen gestos más creíbles o
introducen alguna morcilla para ganarse el aplauso de los pocos espectadores
que aún no se han amodorrado.
La salvación de la Democracia no vendrá de la
mano de los actores de la farsa, que se hallan cómodamente asentados en el
escenario, sino de los espectadores, quienes deberán despertar de su sopor,
abandonar con orden la sala y, como deberían haber hecho los prisioneros de la
caverna de Platón cuando tuvieron la oportunidad, salir a la calle para
enfrentarse directamente con el agobio de la luz.
Tal vez afuera reparen en que no se necesitan
unas normas muy distintas para regenerar su régimen político y social, de que
es suficiente con limpiar el sistema de deshonestos, de pródigos, de
incompetentes y de todos aquellos que, con el afán declarado de defender sus
intereses, se han establecido en los más diversos ámbitos de dirección de la
sociedad y viven a su costa mucho mejor que ellos o se pelean por ocupar una
posición más favorable en las esferas de poder o de influencia. Los ciudadanos
lo pueden hacer, ahora tienen los medios para percatarse de que son poderosos y
libres y de que los mensajes que reciben de quienes los dirigen son arengas que
pretenden movilizarlos para que acudan portando banderas a una manifestación o
emitan el voto en un determinado sentido.
Internet ha puesto toda la realidad al alcance
de los ciudadanos, para disgusto de quienes pretenden manejar la voluntad del
pueblo dándole caramelos y contándole cuentos, lo que ha resultado definitivo
para derribar varias dictaduras y está siéndolo para fragmentar los cimientos
de otras. Internet es un medio de comunicación directo, sin intermediarios y de
opinión libre, al que le afecta poco el totalitarismo de la mentira, que sin
embargo ocupa todos los ámbitos establecidos de influencia social. En internet,
surgen libremente las ideas y se extienden, sometidas al contraste de otras; en
internet alcanza su verdadera dimensión el insólito principio de igualdad, ese
por el cual vale lo mismo el voto de un catedrático que el de un ignorante,
pues el medio está a disposición de cualquiera; con internet se puede convocar
al pueblo al margen de los intereses establecidos; en internet, incluso, se
puede contar el número de asistentes a una manifestación, con lo que debería
acabarse para siempre con esa práctica dictatorial de falsear las cifras con el
fin de manipular a la masa.
Si internet es un medio temido en las
dictaduras, debería serlo también por quienes en la Democracia declarada tienen
comportamientos demagógicos y dictatoriales, por más que se autoproclamen
demócratas. Para que eso ocurra, como sucede con la curación de las patologías
que afectan a la voluntad, el pueblo debe darse cuenta de que tiene un problema
y de que la solución depende de él mismo.
* Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando aquí o sobre la imagen que hay en la columna de la derecha.
** Sobre la flora de Los Pedroches, recomiendo encarecidamente el libro "Flora vascular de Los Pedroches", de Pedro López Nieves, Emilio Laguna Lumbreras, Antonio
María Cabrera Calero, Pedro López Bravo, Claudio Rodríguez Rodríguez
y Juan García Sánchez