Cuando éramos chicos,
los amigos bajamos más de una vez sin frenos en la bicicleta por la calle
Demetrio Bautista, la nuestra, pasamos por la bocacalle de Hermanas Moreno
Pozuelo, cruzamos la calle El Toro y nos paramos frente a la fachada lateral
de la enorme casa de las Obispas. Por aquel entonces, la casa de las Obispas
estaba ocupada por el internado de las Concepcionistas y no era infrecuente oír
desde la calle la bulla que metían las niñas, con algunas de las cuales
coincidimos luego en el instituto.
Las Obispas que daban nombre a la majestuosa
casa que todavía hoy se levanta entre la calle El Toro (o Mayor) y la calle
Doctor Rodríguez Blanco habían sido las Hermanas Moreno Pozuelo, a las que en
los años 50 del pasado siglo el Ayuntamiento dedicó una calle en las
proximidades. Se las apodaba así porque eran las sobrinas de D. José Proceso
Pozuelo y Herrero, que fue obispo de Córdoba entre los años 1898 y 1913, en el
que murió, si bien estuvo viviendo en Pozoblanco, en la casa de su única
hermana (Isabel, casada con Francisco Moreno) más o menos la mitad de su
episcopado, debido al estado de ruina del Palacio Episcopal de Córdoba.
De las tres hermanas, las dos solteras
heredaron buena parte de la fortuna del obispo, entre la que se encontraba la
casa natal del mismo, que donaron a la orden de los Salesianos junto con otros
inmuebles próximos, sobre los cuales se levantó el colegio de esa congregación que
conocemos hoy en día, el cual abrió sus puertas por primera vez en 1930.
Viene a cuento todo esto porque el pasado
domingo anduvimos por un camino que va de Este a Oeste entre las carreteras
A-2214, que une Villaharta con Obejo, y CP-317, la conocida como carretera de
Los Chivatiles, como a unos dos kilómetros de cada una de ellas y en paralelo a
ambas, y que cuando he ido a fijar el recorrido en el plano del visor Iberpix,
del Ministerio de Fomento, me he encontrado con que al cortijo de Plaza de
Armas se le llama “de las Avispas”, cuando en todo caso debía llamársele “de las
Obispas”, pues de ellas le viene el nombre, y a tenor de la leyenda que hay
sobre su puerta principal (“Plaza de Armas. Molino de San José. 1902”), debió
de inaugurarse en tiempos en que el obispo Pozuelo se hallaba viviendo en
Pozoblanco.
Los errores en los topónimos y en la denominación
de las construcciones son lógicas en los mapas, dado que quien los redacta
recibe mucha información de boca de los lugareños, a quienes quiere corregir
luego utilizando la razón técnica y el lenguaje oficial. Con serlo poco, es más
lógico para la razón de un técnico de ciudad el rústico nombre de “Cortijo del Arrascao”
que el más sutil de “Cortijo del Arriscao”, pongo por ejemplo, aunque “El
Arriscao” fuera un habitante de San Benito que dio nombre a su propio cortijo.
Sin embargo, los planos recogen “Cortijo del Arrascao”, y por la misma razón
recogen “Cortijo de las Avispas”, nombre más en consonancia con el sentido
común de los forasteros que “Cortijo de las Obispas”, especialmente porque
hasta ahora a las mujeres les está vedada esa alta dignidad eclesiástica.
“Plaza de Armas” (pues así es como la
llamaremos nosotros, dado que así es como se la conoce en Los Pedroches) está
cerca de la carretera de Obejo a Pozoblanco (CO-9050) y no llegamos a ella sino
al cabo de las dos horas que nos costó hacer el camino desde la carretera de
Villaharta a Pozoblanco (CO-421). De ella salimos con el sol bien levantado,
aunque por lo lejano que este lugar está de nuestra residencia habíamos quedado
media hora antes de lo habitual. Al sol, sin embargo, lo entrevimos y poco más durante
un buen trecho del camino, por culpa de una bruma no muy espesa que difuminaba
los olivos más cercanos y nos impedía ver el horizonte.
El camino no es muy ancho, pero tiene una
pendiente suave y es perfectamente apto para el tránsito de toda clase de
vehículos. Cuesta abajo, con la temperatura favorable y las fuerzas intactas
cruzamos el arroyo de la Adelfa, recorrimos los llamados llanos de Villaharta y
pasamos a unos centenares de metros de la famosa fábrica del Chato, cuyo chupón
de ladrillos se ve desde el sendero, a una cota inferior a la de caminante y
encajonado entre dos cerros. No tardamos mucho en llegar al río Guadalbarbo,
junto al que hay un cartel indicador de la riqueza ambiental de sus contornos y
dos indicadores del GR-48, el gran sendero de Sierra Morena, del que este
camino forma parte.
Sobre el río Guadabarbo, el Ayuntamiento
de Pozoblanco construyó hace algunos años un puente, de cuya inauguración
Rafael nos dio algunas noticias aparecidas en la prensa mientras veíamos correr
el agua cristalina a nuestros pies. El Guadalbarbo está más o menos a mitad de
camino entre las dos carreteras y es, obviamente, el punto más bajo del
recorrido. Desde allí hasta Plaza de Armas el trazado es sinuoso pero suave y
se hace con mucha comodidad, rodeados de olivos que o ya han cuajado las
aceitunas o tienen la flor a punto de hacerlo, de pastizales a medio secar y de
un auténtico jardín de flores silvestres, entre las cuales, en las proximidades
del cortijo citado, pacen los animales de la yeguada que allí tiene su sede.
De Plaza de Armas a la carretera de Obejo
hay menos de un kilómetro. Cerca de la carretera hay un pequeño bosque de
eucaliptos de los que salían decenas de sonidos distintos producidos por los
pájaros. Frente a él, a la sombra de una encina y sentados sobre la hierba, nos paramos a
echar un bocado. Habíamos hecho casi diez kilómetros y no estábamos cansados, pero
todavía nos quedaban los otros diez de la vuelta y el sol lucía ya en todo su
esplendor. Sospechábamos que nos iba a ser trabajoso llegar hasta el coche,
pero no tanto como luego lo fue. “En verano –nos dijimos subiendo la cuesta que
empieza en el Guadalbarbo–, aquí deben derretirse hasta las piedras”.
* Sobre el
obispo Pozuelo, resulta imprescindible el libro de Manuel Moreno Valero El obispo Pozuelo y Herrero, hijo ilustre de
Pozoblanco. (Hay comentarios sobre el libro y su autor aquí y aquí)
** Resulta muy
interesante el libro El palacio episcopal
de Córdoba: Historia y transformaciones, de Rocío Velasco García (aquí en
pdf), en el que se detallan las razones por las que el obispo Pozuelo vivió en
Pozoblanco gran parte de su episcopado.