Dicho sea con perdón, por lo feo
que está autocitarse, apuntaré que entre los 25 recordatorios para seguir en la
realidad que se recogen en esta página hay uno referido al ejercicio de las
virtudes en el que se dice que las propias no se pregonan, sino que se niegan y se
ejercen. Eso es especialmente aplicable a la virtud de la humildad.
Lo
he recordado cuando estaba repasando las fotos del paseo que dimos el pasado
uno de mayo. Viéndolas, he pensado en la silenciosa humildad de las encinas,
que no dan frutos para los hombres, sino para los cerdos, y aguantan
estoicamente las inclemencias más duras, en la de las flores silvestres,
especialmente las de las plantas más comunes y aparentemente menos vistosas,
como los cardos y los jaramagos, en la de los buitres, que limpian el campo de cadáveres, y en la humildad de la agreste tierra por la
que anduvimos, en la que aún podían verse algunos vestigios del paso de los
pastores de la trashumancia, esos seres que bien pueden considerarse el
prototipo del sacrificio y de la modestia.
Dejamos
el coche junto a la carretera de El Guijo a Torrecampo, cerca del puente sobre
el arroyo Santa María, y empezamos a andar por la ribera izquierda, según el
sentido de la corriente, es decir, hacia el Norte. La vereda que discurre por
aquí estaba borrada por completo con una hierba que nos llegaba hasta la
cintura y que, como consecuencia de las lluvias recientes, estaba impregnada de
agua. A la nada, teníamos los pantalones tan húmedos como si nos hubiéramos
metido con ellos en el río, de manera que avanzar se nos hacía extremadamente
difícil. Por algunos tramos, además, la senda estaba tomada por matas con
pretensiones de árbol, con arbustos pinchosos, como varios bosquecillos de
cardos mariano de más de tres metros, e incluso con zarzas, que a falta de
machete debíamos apartar a palos.
Lo que hay a la derecha y a la izquierda de Rafael y José Luis son cardos mariano |
Nuestra
idea original era llegar hasta la ermita de la Virgen de las Cruces (patrona de
El Guijo), que está a unos diez kilómetros río abajo del punto donde dejamos el
coche, y volver por la carretera CP-312,
pero también teníamos la idea de ir, al terminar, a la romería de la Virgen de
las Veredas (patrona de Torrecampo), que se celebraba ese día, y bien pronto
quedó claro que al ritmo de nuestro avance debíamos optar por una de las dos
alternativas. Como preferimos la segunda, buscamos el encuentro del cauce con
la anchísima cañada Real de la Mesta, que se halla totalmente desdibujada y,
tras varias dudas sobre la identidad de la ruta que llevábamos, nos afianzamos
hacia el Oeste por un terreno expedito de alambradas y portones, como
antiguamente iban los rebaños trashumantes que venían del Norte, aunque al
principio no hay abierta en él ni una pequeña senda. Si hubiéramos tomado el Este,
si hubiéramos cruzado el Santa María y seguido por la cañada en el sentido
contrario al que finalmente adoptamos, habríamos llegado a la ermita de la
Virgen de Veredas, que está a algo más de diez kilómetros del cauce, y nos
habríamos presentado en la romería mojados, magullados y sudorosos.
La
ruta por la cañada a la ermita de Las Veredas (el nombre indica dónde está
ubicada) no la pudimos hacer un día que salimos de El Guijo con ese fin porque
el Santa María venía muy crecido. Esta vez el arroyo nos lo hubiera permitido,
pero uno tiene una reputación que mantener y debe ir curioso, cuando menos, a
los lugares a los que se le invita con saluda oficial, como era el caso. Lo
procedente era, pues, volver a casa, asearse y cambiarse, antes de aparecer por
la romería.
En las proximidades de estas sierras es fácil encontrarse con nubes de buitres |
A
un kilómetro del río, poco más o menos, la cañada contiene un camino que admite
bien el paso de vehículos. Lo tomamos y anduvimos por él sin prisas pero a buen
ritmo, deteniéndonos lo justo para catalogar alguna flor y buscando entre los
elementos del paisaje alguno que nos hablara de las vivencias de los pastores.
“Las cañadas reales”, precisamente, se llama la bonita casa rural de El Guijo,
ubicada en la calle Juan Ramón Jiménez, por la que cruzamos El Guijo hacia el
Sur antes de tomar un callejón que nos llevó hasta las afueras del pueblo, que
también son las afueras del término municipal, pues el de Torrecampo llega
hasta las últimas casas.
(Por
cierto, que el domingo siguiente volvimos a andar con más amigos por las
inmediaciones de El Guijo y tuvimos como premio una opípara comida casera en el
restaurante de la casa rural mencionada, experiencia que recomiendo vivamente).
Matas de jaramagos |
De
El Guijo al arroyo Santa María hay menos de tres kilómetros por la carretera de
Torrecampo, una vía poco transitada por la que puede andarse sin demasiado
peligro observando las normas propias de los peatones. Junto a ella, y a la
sombra de una encina, nos sentamos a tomar un bocado. Hacía una temperatura
estupenda, y el sol a veces se ocultaba tras las nubes. Mis amigos de
Torrecampo estaban de suerte: hacía el tiempo ideal para celebrar una romería.
Flor del jaramago |
Otra flor de jaramago |
* Sobre la flora de Los Pedroches, recomiendo el libro "Flora vascular de Los Pedroches", de Pedro López Nieves, Emilio Laguna Lumbreras, Antonio
María Cabrera Calero, Pedro López Bravo, Claudio Rodríguez Rodríguez
y Juan García Sánchez.
**Sobre trashumacia, recomiendo el libro “Dehesas y
trashumancia en el sur”, de Francisco Javier Domínguez Márquez (aquí completo
en pdf)