“No
preguntes por saber que el tiempo te lo dirá, que no hay cosa más bonita que
saber sin preguntar”, expresa uno de los dichos españoles más tontos que
conozco, porque la experiencia se amasa a fuerza de hacer y de errar, de
conocer y reconocer, de aprender y desaprender, de viajar, de sentir, de
emocionarse, de gozar y de sufrir, porque, en fin, no enseña el tiempo, sino el
tiempo bien gestionado, porque la vida por sí misma enseña lo justo y lo justo
no debe ser nunca suficiente para los seres humanos, que tenemos las mismas
pretensiones emocionales e intelectuales que los dioses. Estudiar por el gusto
de saber es uno de los mayores placeres de que pueden gozar una persona, como lo
es preguntar a quien sabe más que tú y oír de sus labios una explicación bien
articulada.
Esta
página se llama “Tratado de lo que ignoro” porque podría escribir varios
volúmenes sobre lo que me gustaría saber y no sé, sobre lo que me gustaría
hacer y no hago, sobre lo que quisiera explicar y no puedo. El conocimiento es
el descodificador del alma, de las propias y de las ajenas, y hay quienes saben
lo que sienten y quienes no lo saben, y quienes saben lo que sienten los otros
y quienes lo ignoran por completo, y hay quienes se preguntan qué es lo que
está pasando a su alrededor y no se conforman con la primera respuesta y
quienes responden con absoluta certeza a todas las preguntas sin haberse antes cuestionado
nada.
El
conocimiento es, también, el descodificador de los sentidos. Oír, ver, oler,
palpar y degustar adquiere su verdadera dimensión cuando se es consciente de lo
que se está sintiendo. El oído educado siente más la música, como siente más
perfumes el olfato cultivado y más sabores el gusto del gastrónomo. Cuando salgo
al campo, me gustaría saber de pájaros, para disfrutar identificándolos por sus
colores y sus trinos. Ante la visión de la noche estrellada, me gustaría saber
de astronomía. Y me gustaría saber de música, para entender buena parte de lo
que llega a mis oídos. Y de pintura. Y de poesía.
No soy el único de mis compañeros de marcha al que le
gustaría saber más. José Luis se presentó el pasado domingo con el libro sobre
las flores vasculares de Los Pedroches y él sobre todo, pero también Rafael y
yo, nos entretuvimos durante la marcha intentando catalogar algunos de los
muchos ejemplares que por estas fechas adornan los campos de esta tierra. Como no
anduvimos demasiado y nos encontramos con caminos cortados, no doy un plano del
recorrido que hicimos. Diré, no obstante,
que, finalmente, dejamos el coche en el llano que hay junto al puente que la
carretera de Pozoblanco a Villaharta (CO-6410) tiene sobre el Cuzna y que
anduvimos contra el sentido de la corriente por el margen derecho del río.
Las ramas secas encajadas muestran la altura a la que llegó el agua |
Aquí, de siempre ha habido una vereda bien dibujada por
la que no era difícil caminar. Este año, sin embargo, una hierba altísima ha
tomado posesión de todo y las más de las veces el caminante debe ir campo a
través, como quien dice, y probar aquí y allá para ver cuál es la senda que
debe seguir, que unas veces es alguno de los ramales secos del río y otras, en
cambio, es la parte más baja de la falda de la montaña, que por ser de pizarra
es muy frágil y escurridiza y, en consecuencia, conlleva algo de peligro.
Lo procedente es ir despacio, tanto por lo dificultoso de
los pasos como por lo bello del lugar. Ir despacio y asomarse a las mismas charcas
donde cuando era niño vi los primeros barbos que recuerdo y me bañé cuando era
adolescente. Ir despacio y pararse a oír los cantos de los pájaros, e incluso a
buscarlos entre las hojas de un árbol. Ir despacio para observar las huellas
que las últimas riadas han dejado en los árboles de la ribera. Ir despacio para
contemplar esa suerte de nevada que pintan las flores de las jaras en el monte
del otro lado del río. Ir despacio para buscar el encuadre perfecto de una
fotografía. E ir despacio para abrir el mencionado libro sobre las flores e
intentar catalogar algunas, labor que no es tan fácil como podría suponerse,
dada la enorme diversidad que hay y lo parecidas que son entre sí muchas de
ellas.
Para salvar dos kilómetros en línea recta, el Cuzna
recorre por esta zona más de ocho, lo que puede dar una idea de las vueltas y
revueltas que da entre los cerros. Subir por alguno de ellos es una labor
complicada, pero que tiene su compensación. Nosotros lo hicimos y, bajo la
amenaza de una lluvia que no llegó a consolidarse, pudimos otear el horizonte, en
silencio y de pie primero y, luego, mientras dábamos buena cuenta de unos
cuantos trozos de queso, sentados y en amigable conversación.
(El libro mencionado es "Flora vascular de Los Pedroches", de Pedro López Nieves, Emilio Laguna Lumbreras, Antonio
María Cabrera Calero, Pedro López Bravo, Claudio Rodríguez Rodríguez
y Juan García Sánchez).