domingo, 12 de mayo de 2013

La tentación de convencer y de hacer



Los periodistas y los políticos actúan en la Democracia sobre la misma realidad, en la que también se encuentran los ciudadanos. La misión de los políticos es transformar la realidad en nombre y representación de los ciudadanos, con la pretensión de mejorar su calidad de vida. La misión de los periodistas no es operar sobre la realidad, sino dar cuenta de lo que en ella acontece, en especial de lo que hacen los políticos, para que los ciudadanos puedan formarse una opinión. El operar o no sobre la realidad determina que sea necesario o no el proceso electivo: por eso los dirigentes públicos son elegidos por el pueblo, en tanto que los periodistas no lo son.

Entre ser convincente opinando (sobre lo que ocurre, debe ocurrir y debe hacerse) e intentar convencer hay una diferencia sustancial. Según el diccionario de la Real Academia Española, opinar es simplemente discurrir con razones, que serán más convincentes cuanto más sólidas sean, mientras que convencer, según ese mismo diccionario, es mover con razones a alguien a hacer algo o a mudar de dictamen o comportamiento. En la opinión, consecuentemente, no hay una intención añadida y se deja al espíritu crítico del destinatario la asimilación del mensaje. En la intención de convencer, en cambio, se da el objetivo concreto de traspasar las líneas críticas del destinario para posicionarse en su juicio. 


El intento de convencer a los ciudadanos no es pueril, dado que ellos son los electores. De hecho, los partidos políticos intentan convencerlos continuamente y de todas las maneras legales para que les den el poder, con el fin declarado de transformar la realidad política (aunque ya hemos visto que el fin real es el poder por el poder). El convencimiento, por tanto, es siempre un paso previo al poder, es decir, al actuar.

Como todo convencimiento está relacionado con una idea trascendente para el juego de las fuerzas que articulan el escenario político, cuando un periodista va más allá de lo que haría un mero observador que describe y opina e intenta convencer a los destinatarios de su mensaje (que son también los electores) asume un papel que no le corresponde, el del político, si bien es cierto que, al contrario de lo que le sucede a este, ahí debe quedarse, pues no puede transformar directamente la realidad. 

La imposibilidad de operar sobre la realidad política, para alguien que por estar tan pendiente de ella cree conocerla tan cabalmente, puede ser frustrante. Y lo es más cuando se tiene un incalculable poder sobre la masa de ciudadanos, que constituye su juicio (y, por consiguiente, fija el sentido de su voto) con las informaciones que dan los medios de comunicación y las opiniones que emiten quienes en ellos trabajan. La tentación de meter las manos en la realidad política, consecuentemente, debe de ser muy fuerte. Y lo incuestionable es que muchos caen en ella, a tenor del modo en que tratan a los destinatarios de sus mensajes, a quienes consideran más como electores que como ciudadanos, y la forma en que asocian su criterio al de determinados proyectos políticos.

* Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando aquí o sobre la imagen que hay en la columna de la derecha.