Los periodistas y los políticos actúan en la
Democracia sobre la misma realidad, en la que también se encuentran los
ciudadanos. La misión de los políticos es transformar la realidad en nombre y
representación de los ciudadanos, con la pretensión de mejorar su calidad de
vida. La misión de los periodistas no es operar sobre la realidad, sino dar
cuenta de lo que en ella acontece, en especial de lo que hacen los políticos,
para que los ciudadanos puedan formarse una opinión. El operar o no sobre la
realidad determina que sea necesario o no el proceso electivo: por eso los
dirigentes públicos son elegidos por el pueblo, en tanto que los periodistas no
lo son.
Entre ser convincente opinando (sobre lo que
ocurre, debe ocurrir y debe hacerse) e intentar convencer hay una diferencia
sustancial. Según el diccionario de la Real Academia Española, opinar es
simplemente discurrir con razones, que serán más convincentes cuanto más
sólidas sean, mientras que convencer, según ese mismo diccionario, es mover con
razones a alguien a hacer algo o a mudar de dictamen o comportamiento. En la
opinión, consecuentemente, no hay una intención añadida y se deja al espíritu
crítico del destinatario la asimilación del mensaje. En la intención de
convencer, en cambio, se da el objetivo concreto de traspasar las líneas
críticas del destinario para posicionarse en su juicio.
El intento de convencer a los ciudadanos no es
pueril, dado que ellos son los electores. De hecho, los partidos políticos
intentan convencerlos continuamente y de todas las maneras legales para que les
den el poder, con el fin declarado de transformar la realidad política (aunque
ya hemos visto que el fin real es el poder por el poder). El convencimiento,
por tanto, es siempre un paso previo al poder, es decir, al actuar.
Como todo convencimiento está relacionado con
una idea trascendente para el juego de las fuerzas que articulan el escenario
político, cuando un periodista va más allá de lo que haría un mero observador
que describe y opina e intenta convencer a los destinatarios de su mensaje (que
son también los electores) asume un papel que no le corresponde, el del
político, si bien es cierto que, al contrario de lo que le sucede a este, ahí
debe quedarse, pues no puede transformar directamente la realidad.
La imposibilidad de operar sobre la realidad
política, para alguien que por estar tan pendiente de ella cree conocerla tan
cabalmente, puede ser frustrante. Y lo es más cuando se tiene un incalculable
poder sobre la masa de ciudadanos, que constituye su juicio (y, por
consiguiente, fija el sentido de su voto) con las informaciones que dan los
medios de comunicación y las opiniones que emiten quienes en ellos trabajan. La
tentación de meter las manos en la realidad política, consecuentemente, debe de
ser muy fuerte. Y lo incuestionable es que muchos caen en ella, a tenor del
modo en que tratan a los destinatarios de sus mensajes, a quienes consideran
más como electores que como ciudadanos, y la forma en que asocian su criterio
al de determinados proyectos políticos.
* Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando aquí o sobre la imagen que hay en la columna de la derecha.