“Stephanie,
no hay dolor más atroz que ser feliz”, se dice en la primera canción de la cara
B del disco “Guitarra Negra”, de Alfredo Zitarrosa. Siempre he intuido detrás
de esa declaración la inadaptación al mundo de las personas con un exceso de
sensibilidad. Este mundo es tan maravilloso pero tan grotesco, hay en él tanto
amor a la par que tanto sufrimiento que las personas extremadamente sensibles o
se hacen monjes o conservan un espíritu autodestructivo.
En Zitarrosa sospeché
esto último cuando oí por primera vez su poema por milonga “Guitarra negra”. Yo
estaba recién llegado a Córdoba, era de noche y en la radio sonaba un programa de
música sin presentador. De pronto, la voz grave y personalísima de alguien a
quien yo no conocía empezó a enhebrar un poema con la música de una guitarra
como fondo. Todavía recuerdo el asombro con que lo oí y lo apabullado que me quedé
cuando, al cabo de dieciséis minutos impresionantes, la radio cambió de
canción.
Yo no tenía
tocadiscos y en mi economía de guerra apenas había dinero para comprar una casete,
pero hice un esfuerzo y compré “Guitarra negra”, una obra maestra que ahora
está gratis alcance de todos.
Guitarra negra
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Stephanie