viernes, 23 de noviembre de 2012

Una maraña de políticos, personal de confianza, funcionarios y personal laboral



Como los brigadas encargados de la cocina del que fue mi cuartel, a los que me he referido un par de entradas más abajo, muchos jefes de la Administración no intentan solucionar los problemas de fondo del sistema. Por un lado, siguen obligando a parte del personal al ejercicio de un trabajo excesivo sin el acompañamiento de una mayor gratificación, y, por otro, para superar la exigua productividad de sus subordinados y sus propios errores acuden a la fórmula de incrementar el número de los recursos humanos.
En general, la Administración española posee más servicios de los que se puede permitir de acuerdo con los recursos del país, dedica a su funcionamiento y al control de las relaciones entre las instituciones que la integran unos recursos desmesurados, tiene algunos servicios escasamente dotados de personal, que salen adelante por el enorme compromiso de quienes trabajan en ellos, y dispone de muchos otros dotados en demasía o en los que la sociedad se gasta más de lo que recibe como retorno. Dicho de otra forma, las pretensiones de la Administración están muy por encima de sus posibilidades, su actividad podría ser muy inferior sin menoscabar sus resultados, el número de sus efectivos es superior a lo que necesita, sus recursos están mal distribuidos y, normalmente, en cada uno de los servicios no hay una adecuada organización del trabajo.
A esa excesiva dotación de personal debe añadirse el exceso de cargos políticos, muchos de ellos con dedicación exclusiva o parcial, así como el impresionante número de personal de su confianza, casi totalmente prescindible, que trabaja más para los partidos políticos que para la institución que les paga.

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