domingo, 18 de noviembre de 2012

El cuarto de las patatas



 

En el cuartel donde el autor de estas páginas prestó el servicio militar, una de las ocupaciones más ingratas era la que se realizaba en la cocina. El encargado de esta (un brigada, generalmente, que la gestionaba durante un mes) repartía las faenas concretas entre los soldados que le había mandado el furriel, pero cuando uno de ellos terminaba la suya, debía ayudar al que aún no la había concluido. Existía en el cuartel (en el Ejército español de aquel tiempo, más bien) la suprema convicción de que los soldados debían estar siempre empleados en alguna actividad, por estúpida que fuera, de manera que el encargado no supervisaba el trabajo realizado, sino el ejercicio de una ocupación, como si los soldados estuvieran colocados en una cadena de montaje. La consecuencia del método era clara: si el que se esforzaba en consumar antes su tarea debía ayudar luego al que no se había esforzado, lo natural era esforzarse cuanto menos mejor. Es decir, se producía una carrera por ver quién estaba más aparentemente ocupado pero actuaba menos, que sólo se frenaba porque, al final, el trabajo había que hacerlo, aunque los resultados siempre eran insatisfactorios.

Para corregirlos, al encargado de la cocina no se le ocurrió otra solución que pedir más soldados al jefe del cuartel, que accedió enseguida, pues le era más cómodo mandar efectivos que averiguar lo que estaba pasando. El encargado de la cocina distribuyó entonces los quehaceres entre más personal, pero siguió creyendo que teniendo ocupados en todo momento a todos sus subordinados conseguía más rápidos y mejores frutos, esto es, castigó a los mejores y premió a los peores, lo que supuso que el resultado volviera a ser ostensiblemente malo, y si en aquel sitio lo ostensible era lo que de verdad importaba, mucho más lo era si lo ostensible era manifiestamente mejorable.

El encargado de la cocina creyó necesario pedir más soldados al jefe del cuartel, quien los concedió de inmediato. Lo obligado ahora es exponer que el aumento de los efectivos perjudicó al servicio, pues los soldados eran tantos que se estorbaban unos a otros.

Había en la cocina un cuarto donde se pelaban las patatas. Como se comían muchas todos los días, el cuarto era muy trabajoso y se tenía casi por una condena la fastidiosa labor de limpiarlo, de manera que todos los soldados se demoraban tremendamente en su arreglo, lo que provocaba roces entre ellos y un malestar que también le llegaba al encargado. Por eso, cuando dos soldados se prestaron voluntarios para limpiar el cuarto con la solicitud de que luego se les liberara de otras ocupaciones, el encargado aceptó prontamente. Los dos soldados se aplicaron a su trabajo ante el regocijo de los demás, que los tomaban por tontos, pero cuando terminaron se fueron de paseo por la ciudad, en tanto que los otros debieron permanecer varias horas más haciendo como que trabajaban.

Cuando los dos soldados intentaron repetir la acción, unos encargados la consintieron y otros no. Pero ni siquiera los que accedieron aplicaron al resto de la cocina lo que autorizaban para el cuarto de las patatas, quizá porque no eran capaces de sacar conclusiones de lo que estaba sucediendo, tal era su ofuscación, o, más probablemente, porque sus jefes nunca podrían entender que hubiera soldados sin hacer nada, por muy bien que hubieran realizado su cometido.

 


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