jueves, 15 de noviembre de 2012

El laberíntico lenguaje de los símbolos




Desde 1931, España ha tenido tres banderas oficiales, que se corresponden con los períodos de la II República, la dictadura de Franco y la Democracia actual. Las tres son parecidas y tienen el mismo origen, el pabellón naval que se empleaba desde 1785 por la marina de guerra española (formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas), el cual fue adoptado durante el reinado de Isabel II, en 1843, como bandera nacional y mantenido como tal por la I República. Al rojo y amarillo inicial se añadió en 1931 el color morado, que tradicionalmente se había ligado al liberalismo y que representaba a las tierras de Castilla. La dictadura de Franco devolvió a la bandera sus colores originarios y cambió el escudo, en el que incluyó el águila de San Juan, que fue sustituido en 1981 por el escudo actual.

Aunque han transcurrido más de treinta años desde que fue aprobada la Constitución vigente, una parte nada desdeñable de las izquierdas asocia la bandera de España con el franquismo, que en realidad no hizo sino retomar los colores habituales, en tanto que abraza como enseña nacional la bandera de la II República (régimen idealizado por estos sectores a pesar de las continuas convulsiones sociales que hubo durante su vigencia y el comportamiento exaltado y sectario de su clase política), lo que ha dejado prácticamente en manos de las derechas el monopolio de los símbolos oficiales de España, con el perjuicio que eso conlleva para la identificación del proyecto común de la sociedad. En razón de ello, todavía hoy se ven banderas con el águila de San Juan en algunas manifestaciones de la extrema derecha y son más frecuentes las banderas republicanas que las constitucionales en las manifestaciones reivindicativas de la izquierda.

Por otro lado, las banderas autonómicas suelen utilizarse más que la de España en las manifestaciones, singularmente si provienen del campo de la izquierda, pues si bien el régimen autonómico está perfectamente asentado, aún se otorga a estas enseñas un carácter reivindicativo, en tanto que se usan en régimen de práctico monopolio en los territorios gobernados por partidos nacionalistas, donde se tienen por emblemas nacionales, aunque la Ley obliga al uso conjunto con la bandera de España. La reafirmación simbólica del nacionalismo excluyente es siempre mayor que la del nacionalismo incluyente allá donde el primero persiste, pues el excluyente se reforzó ideológicamente con la persecución que sufrió durante la dictadura y se ha destapado durante la Democracia, en algunos territorios con la ayuda del miedo (y hasta del terror) que se ha impuesto a quienes buscan un marco plural y no excluyente.

La soltura con que se mueven los símbolos nacionalistas entre los unitarios se ejemplifica en los abucheos a que es sometido sistemáticamente el himno de España por numerosos hinchas de algunos equipos cuya sede se encuentra en Comunidades marcadamente nacionalistas, aunque el partido se dispute fuera de ellas y muchos de los seguidores de ese equipo sean de Comunidades no nacionalistas o incluso sean contrarios al nacionalismo.

Que aficionados españoles partidarios del marco plural apoyen a un club que a su declarada pretensión deportiva une un ideario político más o menos explícito de acentuado carácter excluyente se ve como algo normal en España y ocurre con muchísima frecuencia. Si los símbolos representan a la realidad, la gran extensión de esta rareza no debería extrañar a nadie, dado el desconcierto que conceptos como patria, nación, pueblo y ciudadano provocan en los españoles y la falta de cultura simbólica que existe en la sociedad, uno de cuyos ejemplos más palpables podría ser la imagen de un aspirante a presidente del Gobierno sentado en una tribuna donde todo el mundo se halla de pie ante el paso de la bandera de otro país, como hizo en 2003 Rodríguez Zapatero mientras pasaba frente a él la bandera de Estados Unidos.

 


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