martes, 27 de noviembre de 2012

De Conquista al Navalengua




 

            El término municipal de Torrecampo es mucho más largo de Este a Oeste que de Norte a Sur. De hecho, por el Oeste llega hasta el mismo casco urbano de El Guijo, al que rodea siguiendo su circunvalación, de modo que los depósitos de agua de esa villa están dentro del término de Torrecampo. Por el Este, llega hasta poco más de dos kilómetros de Conquista, villa que tiene una ermita dedicada a San Gregorio (protector contra la plaga de la langosta) tan cerca del término de Torrecampo que el Ayuntamiento de Conquista ha debido pedir autorización al de Torrecampo para construir recientemente unos servicios adscritos al uso de la ermita, pues se hallan dentro del término de este último. 

             Digo todo esto para justificar que, aunque llevo más de media vida trabajando en Torrecampo, no había tenido noticias de la existencia en su término de una presa construida cerca de Conquista con el fin de generar la electricidad necesaria para la explotación de una mina que fue abandonada hace muchos años. 

             Desde que la Confederación Hidrográfica del Guadiana se puso en contacto con el Ayuntamiento de Torrecampo para solventar algunos trámites administrativos relacionados con dicha presa, han sido varias las veces que he visitado el paraje donde se encuentra, y todas ellas me ha parecido digno de contarse lo que he visto y lo que he sentido.

            Para hacer partícipes a mis compañeros de marcha de algunas de estas emociones, les propuse como ruta para el domingo pasado una que discurría por este hermoso lugar, y la tracé de manera que yo mismo pudiera ver algunos territorios nuevos.

            Salimos de Pozoblanco a las 7:30, o quizá un poco más tarde, y viajamos hacia Villanueva de Córdoba contemplando de frente el cielo absolutamente incendiado que el sol, todavía oculto, avivaba sobre varias líneas de nubes mansas. En Conquista, poco después, aparcamos el coche frente a un solar que aún conserva en el muro que lo circunda la puerta de la edificación que lo ocupó, con unas jambas y un dintel de granito de carácter monumental. Conquista (como Torrecampo, como El Guijo y como la mayoría de los pueblos de Los Pedroches) no ha contado tradicionalmente ni con un clero rico ni con grandes potentados, por lo que ni hubo ni hay grandes edificios y los signos de distinción de su clase más elevada se limitan a elementos arquitectónicos como estos, que ahora su ayuntamiento protege con buen criterio.

             En Conquista, tomamos la carretera de La Garganta, hacia el Norte, por la que circulan muy pocos vehículos (nosotros, de hecho, no vimos ninguno). La vía deja a la izquierda unas paredes enormes de piedra de granito y luego, tras dejar el cementerio municipal a la derecha, baja suavemente de cota en dirección al río Guadalmez, teniendo siempre a la vista la sierra de La Garganta, cuyos puntos más altos sobrepasan los mil metros. El paisaje es sumamente idílico, casi de canción pastoril, con sus ovejas y sus borregos, sus casitas de teja roja, sus prados de un verde chillón, sus retamas, sus encinas (que ahora tienen muchas hojas nuevas), sus bellotas y su soledad, sobre todo, su soledad.

             Al cabo de un kilómetro y medio, nos desviamos a la izquierda, hacia el Oeste, en un punto en el que un cartel señala una ruta de senderismo y otro un edificio público religioso. Uno de ellos, que tiene el logotipo de la Junta de Andalucía, dice: “Ruta de Navagrande”. Y el otro: “Ermita de San Gregorio. 2,5”. (Tanto nivel de detalle tiene un porqué en esta crónica, como luego veremos). 

             A unos cuantos metros de la desviación, dejamos a la izquierda unas minas de bismuto abandonadas que debieron de tener cierta relevancia, a tenor de lo majestuoso del edificio (cuyo uso desconozco) que emerge entre el bosquecillo de eucaliptos que llega hasta el sendero.

             Poco antes de los dos kilómetros y medio que rezaba el cartel, el camino que traíamos se cruza con otro que va de Norte a Sur y que tiene en dirección Sur, a poco más de doscientos metros, la mencionada ermita de San Segrorio. Pero hete aquí que el camino está cortado en el mismo cruce con unas placas de chapa. Es cierto que las placas se apoyan una contra otra y se pueden apartar, lo que permite el paso de los caminantes, pero no deja de ser menos cierto que están colocadas sobre un camino público, de los más “públicos” que uno pueda imaginarse, y público quiere decir para que todo el mundo pase (vecinos de Conquista, españoles y extranjeros), andando, en bicicleta, en coche o como a cada cual le dé la gana, sin tener que molestarse en abrir y sin hacerse responsable de si ha cerrado bien o no, de si los animales se han escapado, o de si han provocado un accidente. 

             La ermita de San Gregorio es pequeña, pero conserva la gracia de la sencillez y las vistas son espectaculares. Se halla a la vera del camino que hace frontera con el término de Torrecampo, de manera que la romería y la fiesta que la rodea se celebran en ambos términos municipales, Conquista y Torrecampo. La ruta de Navagrande continúa por este camino hasta Conquista. Nosotros nos hemos vuelto al cruce y hemos seguido por el que traíamos, hacia el Oeste, ya en el término municipal de Torrecampo, que se halla cortado más adelante por dos veces, una con unos portones con candado y otra con una malla de alambre.

             Al llegar al camino Real de Villanueva de Córdoba a La Mancha, nos hemos dirigido hacia el Sur. Para llegar al pantano de Navalengua hay que girar al Oeste dos kilómetros más adelante. Entonces, enseguida, el caminante se topará con un paisaje propio de Almería, o incluso de Arizona, que ha sido provocado por la extracción de áridos y la posterior erosión del agua.

             La tierra que han perdido estos altozanos ha ido a parar al pantano del Navalengua, donde se han sedimentado, provocando el colmatado de la parte media de la vaguada. En ese sitio, han crecido numerosas plantas acuáticas, algunas de ellas de especies invasoras, entre las que en determinadas épocas del año pueden verse a cientos de patos, varias parejas de cigüeñas negras y otras muchas especies de aves relacionadas con el agua.

             Desde el dique, por cuyo rebosadero caía el agua con estrépito, hasta la cola, el pantano tiene cerca de un kilómetro. Nosotros hemos recorrido casi en su totalidad su orilla Este, nos hemos sentado a comer a su vera y, totalmente reparados, nos hemos vuelto a Conquista por el camino de la Posada del Pastor.