Frente al Despeñadero, en El Guijo
Conducir
de noche por una carretera solitaria oyendo la música que te gusta, sentarte en
una piedra junto a un arroyo de aguas cristalinas y apagar la sed con un buen
trago de cerveza son pequeños placeres que reparan el ánimo. Yo los he percibido
en el plazo de unas cuantas horas, y bien que lo he notado.
Anoche
sentí esa dulce sensación de fantasía que provocan la confluencia de la oscuridad,
el movimiento y la magia de la música conduciendo desde Córdoba y esta mañana,
aunque he dormido poco, me he levantado sin sueño (y sin despertador) para
realizar la ruta periódica a la que faltamos la semana pasada a causa del mal
tiempo. José Luis me tenía preparado un paseo con parada en el llamado Despeñadero,
en las proximidades de El Guijo, aprovechando que han caído más de trescientos
litros de agua desde que empezó el otoño y el arroyo que lo provoca, al que el
Catastro llama de Hortales, debía de ir bien crecido.
Las
otras veces que he ido a este singular paraje lo he hecho directamente, por el
camino del Turuñuelo, que el Ayuntamiento de El Guijo tiene señalizado y más o
menos adaptado para caminantes de fin de semana, esto es, con pasaderas lisas
en los arroyos a tiro de paso mediano, y no he tenido demasiados problemas para
cruzarlos, pero en esta ocasión hemos ido por el cordel de la Mesta (que es
competencia de la Junta de Andalucía), y aquí no hay pasaderas que valgan, como
suele ocurrir en la inmensa mayoría de los caminos de Los Pedroches.
Me
voy a detener un rato para hacer un llamamiento a los señores mandatarios que
tienen competencia sobre los caminos municipales y las vías pecuarias. Como
cualquier lector de estas páginas sabe, Los Pedroches no están en Asturias,
sino en Andalucía, que es una región mucho más seca, pero en Los Pedroches hay
épocas del año en que la tierra está tan húmeda como en Asturias y hay algunos
arroyos que suelen llevar agua abundante en invierno y muchos otros que llevan
agua abundante cuando llueve. Ahora que en nuestra zona se quiere explotar el
turismo rural, como en Asturias, no estaría mal que se tuviera en cuenta que no
se puede obligar a un paseante a quitarse los zapatos y remangarse los
pantalones o a volverse porque se cruza en su recorrido un arroyo que podría
salvarse poniendo cuatro pasaderas.
En
otras épocas en que ha llovido menos que en esta he tenido que hacer una de las
dos cosas, o remangarme o volverme. Hoy no era necesario nadar para cruzar los
arroyos que nos hemos encontrado, así que en unos hemos debido colocar troncos
y piedras para saltar sobre ellas y en otro no nos ha quedado más remedio que quitarnos
las botas y remangarnos los pantalones hasta las rodillas y, aun así, se nos han
mojado.
Aunque
el día era frío, el viento, sin embargo, se ha encargado pronto de secarlos,
antes incluso de que nos diéramos cuenta, pues el paisaje nos absorbía por
completo, tanto el que veíamos desde los cerros, desde los que divisábamos las
sierras de Santa Eufemia y San Benito, como el que disfrutábamos en las
vaguadas, tomadas por una estrecha red de corrientes que iban de una brillante
lámina de agua a otra.
Donde
el cordel se cruza con el camino de Cañada Llana, ya en el término de Dos
Torres, hemos seguido por este hacia el Norte, tras saltar unos portones (hoy
no toca hablar de esto, pero tiempo al tiempo) y andado junto a un arroyo hasta
una pequeña laguna artificial, donde el camino de Cañada Llana confluye con el de
El Viso a San Benito y el ya citado del Turuñuelo.
Hay
que tomar este último y caminar por él algo menos de un kilómetro antes de
desviarse a la izquierda para llegar a una hoya ligeramente cóncava de piedra
pulidas que tiene en el centro un canal ancho por el que se precipita el agua
formando geodas de espuma.
José
Luis y yo hemos permanecido frente al arroyo, primero echando un bocado y,
luego, simplemente, sintiendo cómo se consumía la mañana y mirando las formas
que hacía el agua. Algún tiempo después (o tal vez mucho tiempo después) han
llegado unos amigos y, juntos, hemos tomado el camino del Turuñuelo para volver
a El Guijo, donde Pilar y Antonio nos han obsequiado como sólo ellos saben y
donde, como siempre, yo he pensado que a Borges se le olvidó incluir en su Otro poema de los dones el primer trago
de una cerveza.