Cuando España
necesita urgentemente acuerdos de todas sus fuerzas políticas y sociales, o
incluso gobiernos de concentración, ellos andan tirándose los tratos a la
cabeza, pensando más en cómo conseguir el aprecio de los electores que en sacar
al país adelante, pero son capaces de ponerse de acuerdo (por unanimidad) para un asunto que les interesa
personalmente, sólo personalmente.
Aunque no
paran de dar comunicados y notas de prensa para que sepamos lo bien que lo hacen
ellos y lo mal que lo hacen los otros, y convocan a los periodistas para que
asistan a ruedas de prensa donde exponen (y me voy a repetir) lo bien que lo
hacen ellos y lo mal que lo hacen los otros, y aunque tienen emisoras de radio
y una de televisión que sobreviven gracias al Presupuesto Público, donde se dan
noticias sobre ellos (¿las que quieren ellos?), o incluso un programa específico sobre el Parlamento Andaluz, se las han ingeniado para que ese
acuerdo no salga a la luz, como si desde
el principio supieran que era vergonzante.
Quienes no
reconocen nunca los aciertos del adversario, por evidentes que sean, y quienes
reprochan siempre, sin excepción, los errores de los otros, han rectificado
cuando el asunto ha trascendido, pero ninguno
ha explicado cómo se acordó por unanimidad una medida que ahora todos
consideraran “inoportuna” o “desacertada”, ni ha explicado ninguno por qué se
hizo en el más absoluto de los secretos.