Cuando éramos chicos y llegaba este tiempo, los maestros
de entonces nos mandaban que hiciéramos redacciones sobre la primavera, y
nosotros combinábamos como podíamos las pocas palabras que formaban nuestro
vocabulario para armar oraciones completas pero simples, del tipo “la primavera
es muy bonita” o “en la primavera salen las flores”. Casi todas las redacciones
eran iguales, de candidatos a poetas de ripios más que de aprendices a cronistas
de una sociedad que aspiraba a modernizarse. La enjundia de las crónicas,
incluso las de los mayores, no se estilaba mucho como no fuera para la retórica
oficial, es decir, que no se practicaba más que para la adulación del todopoderoso
gobernante, que era único, grande (no de estatura, sino de presencia) y libre
de hacer lo que quisiera, pues para eso gobernaba al dictado.
El todopoderoso gobernante acabó en su momento con un
régimen salido de las urnas y se mantuvo casi cuarenta años en el poder
haciendo creer a sus seguidores que si se iba él llegaría el infierno a la
tierra, pero se fue al cielo (se murió, vamos) y no pasó nada, porque la
sociedad se mantuvo serena y porque los que mandaban se unieron a los que se
oponían aquí o fuera y todos ellos cedieron en algo para lograr algo de lo que
querían, pues todos tenían claro que el medio era la Democracia (con
mayúsculas) y que el objetivo era el bienestar de la sociedad. Nadie, en fin,
consiguió todo lo que quería y todos consiguieron algo de lo que querían, y el
país entró en una dinámica de progreso social y económico como no había
conocido en su Historia.
Pero pasó el tiempo, se fueron los que se habían puesto
de acuerdo (los que habían cedido) y llegaron otros que consideraron que lo
mejor para el país era todo lo que proponían ellos y nada de lo que proponían
los otros, por lo que había que recuperar lo que habían cedido los que pensaban
como ellos sin ceder a cambio lo que habían conservado. En lugar de un proyecto
de sociedad de elementos comunes (consensuados, se dijo entonces), cada uno
tiró para su buche y propuso uno mucho mejor, que, casualmente, era siempre el
suyo.
De
manera que ahora, en lugar de un solo proyecto de regular bondad, hay uno mucho
mejor mío y otro mucho peor tuyo, y en medio una franja que amenaza con
convertirse en abismo.
Entre las divisiones que tradicionalmente han separado a
los ciudadanos de este país, una de las más enconadas era la que los agrupaba
en republicanos y monárquicos, simplemente porque la república encarnaba la
democracia en tanto que la monarquía no. Pero una ojeada al mundo nos da idea
de que las cosas ya no son así, de que países democráticos, desarrollados y con
un bienestar superior al nuestro, como Suiza o Alemania, son repúblicas en
tanto que otros, como Holanda o Suecia, son monarquías y de que países con un
bienestar inferior, como Marruecos o Suazilandia, son monarquías en tanto que
otros, como Korea del Norte o Somalia, son repúblicas.
En los tiempos que corren, lo procedente es dividir a los
países en función del grado de bienestar y libertad de los ciudadanos. Lo oportuno
es preguntarnos si queremos ser como Holanda, Suecia, Suiza y Alemania y qué
tenemos que hacer para conseguirlo o como Marruecos, Suazilandia, Korea del
Norte y Somalia y si no estamos haciendo lo posible para acabar como ellos. Que
la monarquía es una institución obsoleta ya lo sabemos, que la mayoría de los
españoles somos republicanos también lo sabemos, y sabemos que el rey y buena
parte de su familia están últimamente ejerciendo su función de forma
manifiestamente mejorable, pero no parece este el mejor momento para abrir una
brecha en la sociedad (otra más), cuando cada comunidad autónoma y cada grupo
político están tirando por su lado y ponernos de acuerdo en lo esencial resulta
poco menos que imposible.
A no ser, claro está, que lo que se pretenda es
aprovechar el mal momento de la familia real y el desconcierto de la sociedad
para inculcarnos no la idea de la república, sino la de una determinada
república, una república con poco acompañamiento de ideas comunes y mucho de
ideas partidistas, a no ser, en fin, que lo principal no sea la república, sino
las ideas partidistas que la acompañarían, que sin duda son las mejores para
quienes las proponen, aunque tal vez sólo para ellos.
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El día 14 de abril (aniversario de la proclamación de la
II República) salí con unos amigos a andar por unos caminos de Los Pedroches. La
mañana era radiante, el agua corría por los regueros y las flores cubrían los
campos, dicho sea en términos un poco cursis. De hecho, yo iba a limitarme a
hacer una breve introducción sobre la inocencia de las redacciones de la
escuela y, en general, de la ingenuidad de la época en la que las realizábamos,
pero me he encontrado con ese otro campo abierto que es la página en blanco (aunque
en este caso sea la página web) y se me ha ido la mano, por lo que ahora el
paciente lector de estas letras tendrá que quitarle tiempo a otras ocupaciones
más placenteras si quiere matar la curiosidad de saber por dónde fuimos y lo
que vimos.
Como la ruta está perfectamente indicada en wikiloc, a
ella remito el mapa indicativo del trazado, que resulta imprescindible para no
perderse por el camino, pues el caminante se encontrará la senda borrada en un
tramo y dos portones que lo harán dudar del carácter público del trazado, si
bien en ambos casos pudimos abrirlos sin dificultad. Nosotros hicimos el camino
en el sentido contrario al propuesto, lo cual nos resultó más gravoso, pues nos
encontramos con una cuesta considerable a lo largo de cuatro kilómetros
seguidos. La recomendación es, pues, hacerla en el sentido de las agujas del
reloj, y abstenerse de intentarlo en verano, so pena de derretirse en el
intento como un cubito de hielo.
El camino inicial es el llamado de Los Madereros, que
sale de Cardeña en dirección al Este, justo por encima en el plano del que
lleva a la Venta del Cerezo. El itinerario propuesto se inicia en el cruce de este
camino con otro que viene del Norte, después de haber recorrido en coche 5,9 kms
llenos de baches profundos que resulta imposible sortear. La ruta propuesta
toma el Norte casi enfrente del cortijo de Victoriano, después de haber
transitado unos 700 metros. Como ya he dicho, nosotros seguimos el camino de Los
Madereros adelante, que baja poco a poco entre una de las dehesas más densas y
mejor conservadas de la comarca y se hunde luego hacia el río Yeguas, cuando
toma la orientación Norte. En este último tramo, la vista el cañón del río es
impresionante.
Dado lo espeso del bosque mediterráneo y lo agreste del
terreno, nada extraña que fuera este uno de los dos últimos refugios del lince
ibérico, y que desde aquí haya comenzado a conquistar paulatinamente los
contornos. En realidad, todo lo que rodea al caminante está lleno de vida
salvaje, que con el calorcillo de la primavera se ha vuelto mucho más
explícita. Así, mientras hacíamos el recorrido, los conejos cruzaban el camino a
unos pocos metros de nosotros, una serpiente huyó prácticamente de nuestros
pies, sobre nuestras cabezas voló un águila con una serpiente en sus garras y
una cierva corrió un buen tramo delante de nosotros entre las alambradas que flanqueaban
ambos lados de la senda hasta que encontró un portillo.
El camino de Los Madereros llega al río Yeguas donde a
este se le une el arroyo de Valdelagrana. En ese punto, el citado arroyo tiene
un puente y tiene otro puente el río Yeguas. El del arroyo Valdelagrana se ve
desde lejos y tiene tres arcos. El del río Yeguas no se ve hasta que lo tienes
encima y es una suerte de engendro de hormigón y ladrillo, la mitad arcos y la
otra mitad vigas, sólo apto para el paso de los bichos y los caminantes más
osados.
Este es un buen lugar
para tomarse el bocadillo. Luego, el paseante debe desandar sus pasos unas
cuantas decenas de metros y tomar el primer camino que sale a la derecha para gatear
cerro Bermejo por el lado norte, una labor que debe tomarse con paciencia, pues
la cuesta parece inacabable. Por último, después de caminar varios kilómetros
entre alambradas que limitan la senda por ambos lados y haber visto los montes
de Sierra Madrona y la localidad de Fuencaliente, deberá tomar una salida hacia
el Sur, abrir los portones que hay justo delante del cortijo que los planos
llaman de la Alamedilla Alta, que está en ruinas, pasar por delante de su
fachada y tras girar levemente hacia el Oeste seguir de nuevo hacia el Sur
hasta dar con el camino de Los Madereros, al que accederá después de haber
abierto otros portones.
Después de recorrer los 700 metros que quedan
hasta el coche y los casi seis kilómetros que deben hacerse entre los restos
del bombardeo a que ha sido sometido el camino, lo razonable es pararse en
Cardeña a tomar unas cañas y una ración de lechón, que allí lo ponen muy bueno.