En el año 2003 el Gobierno español creó el Fondo
de Reserva de la Seguridad Social, al que debería ir cada año el superávit de
la misma, a fin de que actuara como hucha de la que sacar dinero cuando el
sistema entrase en números rojos. Según el artículo 5 de la Ley que lo regula
(la 28/2003, de 29 de septiembre), la gestión financiera del fondo se
materializará en títulos emitidos por personas jurídicas públicas. El día 1 de
julio de 2011, la página web del Ministerio de Trabajo e Inmigración, tras
aclarar que es perfectamente factible la inversión de los recursos “en todo
tipo de títulos públicos, lo que lógicamente incluye los emitidos por las
Comunidades Autónomas”, informaba que hasta ese día el Comité de Gestión había
invertido el Fondo de Reserva “en deuda pública del Tesoro de España, Alemania,
Francia y Países Bajos, dando cuenta anualmente al Congreso de los Diputados de
las actuaciones llevadas a cabo”.
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A estas páginas no les interesa entrar en la
polémica que se suscitó por esas fechas tras la venta de deuda de Alemania,
Francia y Países Bajos para comprar deuda española, peor considerada por las
agencias de calificación, con el fin declarado de incrementar su rentabilidad
y, más que probablemente, el encubierto de contribuir a sostener la demanda de
deuda española y, con ello, el diferencial respecto de Alemania. Lo que
interesa aquí es ponerle cara y corazón a los “mercados”, que con frecuencia
son presentados ante el imaginario colectivo como personajes oscuros y feroces
que se confabulan para arruinar a los países.
La cara de los mercados es la que hay detrás de
la cartera de los activos financieros. Detrás de la “hucha” de la Seguridad
Social española están todos los ciudadanos españoles, que o cobran pensiones o
aspiran a cobrarlas. Al ser de propiedad estatal, bien podría estimarse como un
fondo soberano, parecido a los que gestionan los bancos centrales de los
Estados cuyo superávit comercial les hace acumular gran cantidad de divisas,
como los de China, Corea del Sur y los países exportadores de petróleo, y, en
menor medida, los demás bancos centrales. Parte de los mercados son, también,
los fondos de pensiones, tras los que están los trabajadores que aportan una
cuantía periódicamente para poder cobrar una pensión digna a partir del día de
su jubilación. Mercado son los pequeños y los grandes ahorradores que colocan
sus caudales en fondos de inversión y son los clientes de las aseguradoras y de
los bancos. El dinero que se pone en los mercados es, en resumen, de todos, es
más de los que más tienen, pero también es de los que tienen menos, y si
pudiéramos ver quiénes se ocultan en ese escenario opaco que suscita tanta
desconfianza veríamos nuestras propias caras.
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La “hucha” de la seguridad social invierte en
“activos seguros” para incrementar sus fondos. Su corazón está en su cartera y
no tiene escrúpulos. Cuando un ciudadano pone su dinero en un fondo de
pensiones o de inversiones, lo hace buscando una combinación entre la
rentabilidad y la seguridad. Los gestores de los fondos no tienen corazón, son
como máquinas que aplican variables y mueven los dineros sin importarles quien
caiga. Tampoco les importa a los clientes, incluida la suerte de los Estados,
con tal de que aumente su fondo. Después de todo, ese comportamiento no es muy
distinto al de quienes depositan su dinero en los bancos, que buscan la máxima
rentabilidad de sus ahorros y no les afecta si para ello hay que apretar las
tuercas a los que tienen un préstamo o si, llegado el impago, hay que
despojarlos de sus bienes.
Si las entidades públicas que demandan dinero a
los mercados saben que lo están haciendo a alguien que pretenderá su devolución
con mientras más intereses mejor, a un ciudadano común que pide un préstamo le
pasa lo mismo. Pero en tanto el ciudadano echa sus cuentas a partir de sus
ingresos, pues con ellos debe costearse la vida, devolver las amortizaciones y
pagar los intereses, las entidades públicas las echan pensando que devolverán
las amortizaciones y pagarán los intereses con nuevos préstamos. Y eso es
depender mucho del mercado donde se ofrece el dinero: ¿y si llegado el
vencimiento nadie te lo presta?, ¿y si te lo presta con un interés leonino? Los
que prestan quieren, antes de nada, que le devuelvan lo que han entregado. Por
eso, cuando el Estado no va bien y requiere cada vez más dinero, es lógico que
los prestamistas sospechen un desenlace fatal. En ese caso, el riesgo sólo
podrá compensarse con un tipo de interés más alto, lo que agravará la situación
del Estado.
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Querer poner firmes a los mercados es, aparte de
una simpleza, el reconocimiento de la incapacidad propia para controlar la
situación, es decir, a todas luces contraproducente. La única salida de la
espiral viciosa de la deuda es –como siempre– gastar con arreglo a lo que se
puede, aunque sea a costa de rebajar nuestro nivel de vida. Lo que no se puede
es ir a pedir dinero exigiendo que nos lo den y además poniendo las
condiciones, o arremeter contra los mercados porque no se fían de nosotros, en
lugar de resolver los problemas que alientan esa desconfianza.
El bienestar de los países occidentales es en
muchas ocasiones un inmenso castillo de naipes, sostenido por la deuda pública
y, a veces, por el subterfugio infantil de una contabilidad ficticia. Darse
cuenta de lo frágil de la edificación es el primer paso para solucionar el
problema. Los pasos siguientes deben tender a cambiar radicalmente el edificio.
Ello no supone un desmantelamiento del Estado del Bienestar y su sustitución
por otro de base ultraliberal, sino de la quimera del bienestar sin desarrollo
suficiente, pues hay Estados desarrollados que tienen estructuras estables y
pueden permitirse un alto grado de intervención en el mantenimiento del nivel
de vida de sus habitantes.
Los que temen el desmantelamiento del bienestar
imaginario de los Estados escasamente desarrollados y ante los ataques
especulativos de los mercados pretenden salvaguardar el escenario actual
acrecentando la deuda, están arrojando leña al fuego en lugar de enfrentándose
cara a cara con el problema.
(Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando aquí o sobre la imagen que hay en la columna de la derecha)