jueves, 4 de abril de 2013

La cara de los mercados



En el año 2003 el Gobierno español creó el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, al que debería ir cada año el superávit de la misma, a fin de que actuara como hucha de la que sacar dinero cuando el sistema entrase en números rojos. Según el artículo 5 de la Ley que lo regula (la 28/2003, de 29 de septiembre), la gestión financiera del fondo se materializará en títulos emitidos por personas jurídicas públicas. El día 1 de julio de 2011, la página web del Ministerio de Trabajo e Inmigración, tras aclarar que es perfectamente factible la inversión de los recursos “en todo tipo de títulos públicos, lo que lógicamente incluye los emitidos por las Comunidades Autónomas”, informaba que hasta ese día el Comité de Gestión había invertido el Fondo de Reserva “en deuda pública del Tesoro de España, Alemania, Francia y Países Bajos, dando cuenta anualmente al Congreso de los Diputados de las actuaciones llevadas a cabo”.

Pincha sobre la imagen para ver la noticia en El Pais

  
A estas páginas no les interesa entrar en la polémica que se suscitó por esas fechas tras la venta de deuda de Alemania, Francia y Países Bajos para comprar deuda española, peor considerada por las agencias de calificación, con el fin declarado de incrementar su rentabilidad y, más que probablemente, el encubierto de contribuir a sostener la demanda de deuda española y, con ello, el diferencial respecto de Alemania. Lo que interesa aquí es ponerle cara y corazón a los “mercados”, que con frecuencia son presentados ante el imaginario colectivo como personajes oscuros y feroces que se confabulan para arruinar a los países.

La cara de los mercados es la que hay detrás de la cartera de los activos financieros. Detrás de la “hucha” de la Seguridad Social española están todos los ciudadanos españoles, que o cobran pensiones o aspiran a cobrarlas. Al ser de propiedad estatal, bien podría estimarse como un fondo soberano, parecido a los que gestionan los bancos centrales de los Estados cuyo superávit comercial les hace acumular gran cantidad de divisas, como los de China, Corea del Sur y los países exportadores de petróleo, y, en menor medida, los demás bancos centrales. Parte de los mercados son, también, los fondos de pensiones, tras los que están los trabajadores que aportan una cuantía periódicamente para poder cobrar una pensión digna a partir del día de su jubilación. Mercado son los pequeños y los grandes ahorradores que colocan sus caudales en fondos de inversión y son los clientes de las aseguradoras y de los bancos. El dinero que se pone en los mercados es, en resumen, de todos, es más de los que más tienen, pero también es de los que tienen menos, y si pudiéramos ver quiénes se ocultan en ese escenario opaco que suscita tanta desconfianza veríamos nuestras propias caras.

Pincha sobre la imagen para ver la noticia en El Economista

La “hucha” de la seguridad social invierte en “activos seguros” para incrementar sus fondos. Su corazón está en su cartera y no tiene escrúpulos. Cuando un ciudadano pone su dinero en un fondo de pensiones o de inversiones, lo hace buscando una combinación entre la rentabilidad y la seguridad. Los gestores de los fondos no tienen corazón, son como máquinas que aplican variables y mueven los dineros sin importarles quien caiga. Tampoco les importa a los clientes, incluida la suerte de los Estados, con tal de que aumente su fondo. Después de todo, ese comportamiento no es muy distinto al de quienes depositan su dinero en los bancos, que buscan la máxima rentabilidad de sus ahorros y no les afecta si para ello hay que apretar las tuercas a los que tienen un préstamo o si, llegado el impago, hay que despojarlos de sus bienes.

Si las entidades públicas que demandan dinero a los mercados saben que lo están haciendo a alguien que pretenderá su devolución con mientras más intereses mejor, a un ciudadano común que pide un préstamo le pasa lo mismo. Pero en tanto el ciudadano echa sus cuentas a partir de sus ingresos, pues con ellos debe costearse la vida, devolver las amortizaciones y pagar los intereses, las entidades públicas las echan pensando que devolverán las amortizaciones y pagarán los intereses con nuevos préstamos. Y eso es depender mucho del mercado donde se ofrece el dinero: ¿y si llegado el vencimiento nadie te lo presta?, ¿y si te lo presta con un interés leonino? Los que prestan quieren, antes de nada, que le devuelvan lo que han entregado. Por eso, cuando el Estado no va bien y requiere cada vez más dinero, es lógico que los prestamistas sospechen un desenlace fatal. En ese caso, el riesgo sólo podrá compensarse con un tipo de interés más alto, lo que agravará la situación del Estado. 

Pincha sobre la imagen para ver la noticia en Expansión
 

Querer poner firmes a los mercados es, aparte de una simpleza, el reconocimiento de la incapacidad propia para controlar la situación, es decir, a todas luces contraproducente. La única salida de la espiral viciosa de la deuda es –como siempre– gastar con arreglo a lo que se puede, aunque sea a costa de rebajar nuestro nivel de vida. Lo que no se puede es ir a pedir dinero exigiendo que nos lo den y además poniendo las condiciones, o arremeter contra los mercados porque no se fían de nosotros, en lugar de resolver los problemas que alientan esa desconfianza.

El bienestar de los países occidentales es en muchas ocasiones un inmenso castillo de naipes, sostenido por la deuda pública y, a veces, por el subterfugio infantil de una contabilidad ficticia. Darse cuenta de lo frágil de la edificación es el primer paso para solucionar el problema. Los pasos siguientes deben tender a cambiar radicalmente el edificio. Ello no supone un desmantelamiento del Estado del Bienestar y su sustitución por otro de base ultraliberal, sino de la quimera del bienestar sin desarrollo suficiente, pues hay Estados desarrollados que tienen estructuras estables y pueden permitirse un alto grado de intervención en el mantenimiento del nivel de vida de sus habitantes.

Los que temen el desmantelamiento del bienestar imaginario de los Estados escasamente desarrollados y ante los ataques especulativos de los mercados pretenden salvaguardar el escenario actual acrecentando la deuda, están arrojando leña al fuego en lugar de enfrentándose cara a cara con el problema.

(Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando aquí o sobre la imagen que hay en la columna de la derecha)