Cuando una persona sintoniza fácilmente con las
masas, singularmente si actúa en directo ante ellas, decimos que es un gran
comunicador. Esa sintonización es intelectual y emocional y conlleva que el
mensaje sea rápidamente captado y asimilado por el receptor. Para que ello ocurra,
los receptores deben entender como propio el mensaje que les llega, esto es,
deben admitir que la idea clara y sistematizada que manda el comunicador estaba
ya dentro de ellos, aunque en su interior se manifestaba borrosa y revuelta.
La credibilidad del comunicador radica
precisamente en la suposición de que no transmite ideas propias, sino que
ordena e ilumina las personales de quienes lo escuchan, que al ser una masa de
gente son ideas compartidas, sencillas y de puro sentido común. La persona que
escucha al comunicador siente por ello la emoción inmensa del que se descubre a
sí mismo. Siente, además, la emoción de quien es comprendido por un espíritu
ajeno, lo que significa compartir con él algo tan abstracto y subjetivo como es
la visión del mundo y, tal vez, un destino idéntico. Y siente, por último, la
emoción de quien forma parte de un grupo que comparte ideas y sentimientos.
Son muchas emociones juntas como para no
resultar peligrosas si el comunicador no se circunscribe a aclarar lo que estaba
oscuro y a ordenar lo que se hallaba mezclado o disperso. El comunicador que
empatiza a placer con los espíritus de sus seguidores puede armar con los
elementos que encuentra en las almas ajenas ideas distintas a las que
pretenderían sus poseedores, quienes seguirán asumiéndolas como propias porque
reconocen como suyos los materiales que las conforman y porque le han otorgado
al comunicador el beneficio de la certeza.
Y es mucho poder sin control ajeno en manos de
una sola persona como para que esta no acabe sucumbiendo a los defectos de los
dioses, especialmente a la soberbia. Y si los seres humanos son utilizados por
los dioses para sus fines privativos, como piezas de ajedrez en aquellos dos
magistrales sonetos de Borges (aquí o aquí), nada impide que el comunicador maneje a sus
seguidores para dar rienda suelta a sus demonios.
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