Hace un año y medio, cuando Duque
era un cachorro todavía, Pablo se presentó con él en el lugar donde
acostumbramos a quedar los domingos por la mañana. Recuerdo que fuimos de Dos
Torres a El Guijo (con la vuelta, unos 22 Kms) y que hacía calor, y que cuando,
finalmente, llegamos a Dos Torres, nos bebimos de un trago una cerveza en el
bar de la piscina Municipal mientras Duque se quedaba en la puerta, tendido a
la sombra con la boca abierta.
No soy yo el único que recuerda lo penoso
de aquel paseo, pues Duque estuvo durante mucho tiempo sin querer acompañar los
domingos por la mañana a su dueño, que intentaba inútilmente convencerlo de que
no le daría un tártago semejante al de la otra vez. Y digo bien cuando limito a
los domingos por la mañana la negativa del perro, porque en cualquier otro
momento o cualquier otro día se prestaba feliz a salir de su casa para lo que
fuera.
Debieron pasar muchos días y unos
cuantos paseos “obligados” para que Duque comprendiera que resultaría
placentero el paseo que su dueño le proponía. Ahora, superado definitivamente aquel
trauma, Duque llega moviendo el rabo al lugar de encuentro y es el que más
alegría demuestra desde el primer hasta el último momento, lo que nos hace felices
a todos porque, como es sabido, la alegría de los inocentes es contigiosa
(aunque no tanto como su tristeza).
El paseo de hoy, además, ha
resultado especialmente adaptado a sus cualidades: es invierno, no hacía sol (su
pelo es de un negro azabache y le provoca mucho calor), el
terreno era llano y la distancia no ha sido excesiva (unos 15 kms).
La ruta que hemos hecho está indicada con postes en los cruces y sigue el trazado que la asociación Guadamatilla propone a los caminantes en un panel informativo situado por el Ayuntamiento de Pozoblanco en las proximidades de la ermita de la Virgen de Luna, aunque nosotros la hemos recorrido en sentido inverso.
La ruta que hemos hecho está indicada con postes en los cruces y sigue el trazado que la asociación Guadamatilla propone a los caminantes en un panel informativo situado por el Ayuntamiento de Pozoblanco en las proximidades de la ermita de la Virgen de Luna, aunque nosotros la hemos recorrido en sentido inverso.
Duque y sus amigos hemos enfilado
alegremente el camino que desde la ermita se dirige hacia el Sur por el territorio
conocido como La Jara, que está ocupado por una poblada dehesa de encinas y es
uno de los más feraces de Los Pedroches. Como a kilómetro y medio, hemos tomado
el camino que se abre a la izquierda, llamado de La Campiña o cordel de
Pozoblanco a Adamuz, que baja suavemente hacia el Este entre paredes de piedra
y encinas cubiertas de musgo y de líquenes hasta el arroyo Charcollana, al que
los planos del ministerio de Fomento, sin embargo, llaman Navaltablado. Y aquí
me detengo para llamar la atención sobre algo que se sale de lo corriente. Y es
el follón que provocan en el caminante los nombres de los ríos por estos lares,
al que creo haberme referido en una entrada anterior. Así, cuando el arroyo
Navaltablado (o Charcollana) se une al Guadalcázar, se forma el río Gato, que
se juntará con el Cuzna en la llamada Junta de los Ríos, más allá del cerro de
las Obejuelas, en tanto que el río Cuzca con el río Guadalbarbo y el río Varas (que
se juntan en un pantano) formarán el río Guadalmellato.
Duque no se complica la vida con los
nombres de los ríos como me la complico yo. Ni le tiene miedo al agua. Él cruza
el Navaltablado (o Charcollana) por lo derecho y sin saber que está cruzando el
límite entre Pozoblanco y Villanueva de Córdoba, dos pueblos que comparten la imagen de la
Virgen de Luna no sin alguna disputa, como buenos hermanos, algo en lo que
tampoco creo que haga mucho alto.
Duque va a lo suyo, que tal vez
debería ser lo nuestro. Él lo mismo disfruta olfateando una piedra, que
arrastrando un palo, que orinando en un tronco y en otro, que corriendo hacia
adelante y luego corriendo de vuelta, que saltándose una pared e invadiendo una
propiedad privada o que oyendo nuestras voces, que lo llaman por el gusto de
verlo pararse, girarse y correr hacia nosotros.
Al llegar al camino de la
Bermejana, el paseante que siga la misma ruta que hicimos nosotros debe tomar
la vía que se abre a la derecha, hacia el Suroeste, y caminar por ella hasta que, tras atravesar de
nuevo el arroyo Navaltablado (o Charcollana), se tope con el arroyo de
Guadalcázar, por cuyo ancho margen deberá andar durante algo más de dos
kilómetros. Este sitio pasa por ser uno de los más fríos de la comarca, pero el
día de hoy ha amanecido nublado, sin helada y con el viento en calma. Así que allí
mismo, sentados en una pared de piedra y dando vista al agua, nos paramos a
tomar la merienda.