miércoles, 9 de enero de 2013

Por el arroyo Guadalcázar



                Hace un año y medio, cuando Duque era un cachorro todavía, Pablo se presentó con él en el lugar donde acostumbramos a quedar los domingos por la mañana. Recuerdo que fuimos de Dos Torres a El Guijo (con la vuelta, unos 22 Kms) y que hacía calor, y que cuando, finalmente, llegamos a Dos Torres, nos bebimos de un trago una cerveza en el bar de la piscina Municipal mientras Duque se quedaba en la puerta, tendido a la sombra con la boca abierta. 
             No soy yo el único que recuerda lo penoso de aquel paseo, pues Duque estuvo durante mucho tiempo sin querer acompañar los domingos por la mañana a su dueño, que intentaba inútilmente convencerlo de que no le daría un tártago semejante al de la otra vez. Y digo bien cuando limito a los domingos por la mañana la negativa del perro, porque en cualquier otro momento o cualquier otro día se prestaba feliz a salir de su casa para lo que fuera.


            Debieron pasar muchos días y unos cuantos paseos “obligados” para que Duque comprendiera que resultaría placentero el paseo que su dueño le proponía. Ahora, superado definitivamente aquel trauma, Duque llega moviendo el rabo al lugar de encuentro y es el que más alegría demuestra desde el primer hasta el último momento, lo que nos hace felices a todos porque, como es sabido, la alegría de los inocentes es contigiosa (aunque no tanto como su tristeza).


            El paseo de hoy, además, ha resultado especialmente adaptado a sus cualidades: es invierno, no hacía sol (su pelo es de un negro azabache y le provoca mucho calor), el terreno era llano y la distancia no ha sido excesiva (unos 15 kms).                   
                       La ruta que hemos hecho está indicada con postes en los cruces y sigue el trazado que la asociación Guadamatilla propone a los caminantes en un panel informativo situado por el Ayuntamiento de Pozoblanco en las proximidades de la  ermita de la Virgen de Luna, aunque nosotros la hemos recorrido en sentido inverso.


            Duque y sus amigos hemos enfilado alegremente el camino que desde la ermita se dirige hacia el Sur por el territorio conocido como La Jara, que está ocupado por una poblada dehesa de encinas y es uno de los más feraces de Los Pedroches. Como a kilómetro y medio, hemos tomado el camino que se abre a la izquierda, llamado de La Campiña o cordel de Pozoblanco a Adamuz, que baja suavemente hacia el Este entre paredes de piedra y encinas cubiertas de musgo y de líquenes hasta el arroyo Charcollana, al que los planos del ministerio de Fomento, sin embargo, llaman Navaltablado. Y aquí me detengo para llamar la atención sobre algo que se sale de lo corriente. Y es el follón que provocan en el caminante los nombres de los ríos por estos lares, al que creo haberme referido en una entrada anterior. Así, cuando el arroyo Navaltablado (o Charcollana) se une al Guadalcázar, se forma el río Gato, que se juntará con el Cuzna en la llamada Junta de los Ríos, más allá del cerro de las Obejuelas, en tanto que el río Cuzca con el río Guadalbarbo y el río Varas (que se juntan en un pantano) formarán el río Guadalmellato. 
             Duque no se complica la vida con los nombres de los ríos como me la complico yo. Ni le tiene miedo al agua. Él cruza el Navaltablado (o Charcollana) por lo derecho y sin saber que está cruzando el límite entre Pozoblanco y Villanueva de Córdoba, dos pueblos que comparten la imagen de la Virgen de Luna no sin alguna disputa, como buenos hermanos, algo en lo que tampoco creo que haga mucho alto. 

Duque va a lo suyo, que tal vez debería ser lo nuestro. Él lo mismo disfruta olfateando una piedra, que arrastrando un palo, que orinando en un tronco y en otro, que corriendo hacia adelante y luego corriendo de vuelta, que saltándose una pared e invadiendo una propiedad privada o que oyendo nuestras voces, que lo llaman por el gusto de verlo pararse, girarse y correr hacia nosotros. 


Al llegar al camino de la Bermejana, el paseante que siga la misma ruta que hicimos nosotros debe tomar la vía que se abre a la derecha, hacia el Suroeste, y caminar por ella hasta que, tras atravesar de nuevo el arroyo Navaltablado (o Charcollana), se tope con el arroyo de Guadalcázar, por cuyo ancho margen deberá andar durante algo más de dos kilómetros. Este sitio pasa por ser uno de los más fríos de la comarca, pero el día de hoy ha amanecido nublado, sin helada y con el viento en calma. Así que allí mismo, sentados en una pared de piedra y dando vista al agua, nos paramos a tomar la merienda. 


Luego, enfilamos el primer camino hacia Norte en dirección a la emita de la Virgen de Luna. Nos quedaban cinco kilómetros cuesta arriba, pero la pendiente era escasa y Duque no dejaba de entretenernos con sus juegos y sus idas y venidas.