“El que se mueve no
sale en la foto”, dijo Alfonso Guerra. No se ha inventado una
metáfora mejor para explicar la disciplina de partido, pues en ella
se aúnan la obediencia más grosera a la jefatura y la imagen por
antonomasia del ejercicio del poder, la foto. Porque la foto es la prueba de lo que se hace. O lo que es lo mismo, porque los ciudadanos perciben la realidad a través de las fotos.
Ahora bien, si la foto
es la prueba de lo que se hace, a los ciudadanos, que son antes que
nada electores, hay que mostrarles fotos que nos favorezcan, a fin de
que perciban una realidad acorde con nuestros intereses y nos voten.
La foto, en consecuencia, debe buscar el momento favorable y evitar
el perjudicial. Y eso no se puede conseguir si dejamos en manos de
terceros el oficio de fotógrafo, dado que los terceros son
independientes y pueden sacarnos los defectos. Hay que buscar
fotógrafos de plantilla, que cobren una nómina y nos hagan las
fotografías que nos interesen. Luego, para justificar el gasto, le
damos la vuelta al argumento y decimos que los ciudadanos tienen
derecho a saber en qué nos gastamos su dinero los representantes
políticos, algo que no conseguiremos si no les mostramos lo que
hacemos.
Justificada su
existencia de esa forma, el fotógrafo está presente en todos los
acontecimientos favorables para el gobernante, a fin de dar fe con su
trabajo del destino del dinero de los sufridos contribuyentes. Lo
está en las inauguraciones, desde luego, y en la colocación de las
primeras piedras, y en la firma de los convenios, y en las
presentaciones de los eventos, y en las visitas a los pueblos, pero
también en otros momentos de menos relumbrón si con ello se da una
imagen amable del gobierno, de manera que no es extraño verlos
irrumpir en una mesa de trabajo, hacer unas cuantas fotos a los
presentes e irse de inmediato, porque deben sacarlo cuanto antes en
la página web de la institución para la que trabajan.
La foto es tan
importante, que en numerosas ocasiones no es una consecuencia del
acto o un elemento secundario del acto, sino la causa del acto mismo.
Y así, hay numerosas convocatorias para informar a los convocados de
asuntos de los que ya están informados o sobre los que se les podía
haber informado por correo electrónico porque el fin es juntarlos a
todos en una foto que se mostrará luego a los ciudadanos, aunque se
tire el tiempo de los asistentes y se emplee en dietas y gasolina el
dinero que podría ir a mejores fines. La foto es la razón única de
numerosas apariciones públicas, de innumerables entrevistas y de la
mayoría de las visitas.
En cuestión de imagen,
la aspiración última de los gobernantes es hacer llegar a los
ciudadanos que el mundo no es como es, sino como a ellos les gustaría
que fuera. Para lograr esa aspiración cuentan con la ayuda de los
tiempos modernos, en los que se ha sustituido el debate por el cruce
de eslóganes y la batalla dialéctica por la comparación entre los
retratos que figuran en los carteles electorales de los partidos. Una
imagen vale más que mil palabras, se dice, y más que mil razones,
añado yo.
Para sustituir mil
razones en contra por una imagen favorable nada mejor que un fotógrafo
afín. Por eso, en el séquito de cualquier gobernante que se precie,
junto al chófer y al secretario, no puede faltar un buen fotógrafo,
al que por el mismo motivo se añaden con frecuencia un periodista y un operador de cámara.