sábado, 26 de enero de 2013

Paisaje con figurantes: El fotógrafo

          “El que se mueve no sale en la foto”, dijo Alfonso Guerra. No se ha inventado una metáfora mejor para explicar la disciplina de partido, pues en ella se aúnan la obediencia más grosera a la jefatura y la imagen por antonomasia del ejercicio del poder, la foto. Porque la foto es la prueba de lo que se hace. O lo que es lo mismo, porque los ciudadanos perciben la realidad a través de las fotos.
           Ahora bien, si la foto es la prueba de lo que se hace, a los ciudadanos, que son antes que nada electores, hay que mostrarles fotos que nos favorezcan, a fin de que perciban una realidad acorde con nuestros intereses y nos voten. La foto, en consecuencia, debe buscar el momento favorable y evitar el perjudicial. Y eso no se puede conseguir si dejamos en manos de terceros el oficio de fotógrafo, dado que los terceros son independientes y pueden sacarnos los defectos. Hay que buscar fotógrafos de plantilla, que cobren una nómina y nos hagan las fotografías que nos interesen. Luego, para justificar el gasto, le damos la vuelta al argumento y decimos que los ciudadanos tienen derecho a saber en qué nos gastamos su dinero los representantes políticos, algo que no conseguiremos si no les mostramos lo que hacemos.
           Justificada su existencia de esa forma, el fotógrafo está presente en todos los acontecimientos favorables para el gobernante, a fin de dar fe con su trabajo del destino del dinero de los sufridos contribuyentes. Lo está en las inauguraciones, desde luego, y en la colocación de las primeras piedras, y en la firma de los convenios, y en las presentaciones de los eventos, y en las visitas a los pueblos, pero también en otros momentos de menos relumbrón si con ello se da una imagen amable del gobierno, de manera que no es extraño verlos irrumpir en una mesa de trabajo, hacer unas cuantas fotos a los presentes e irse de inmediato, porque deben sacarlo cuanto antes en la página web de la institución para la que trabajan.
           La foto es tan importante, que en numerosas ocasiones no es una consecuencia del acto o un elemento secundario del acto, sino la causa del acto mismo. Y así, hay numerosas convocatorias para informar a los convocados de asuntos de los que ya están informados o sobre los que se les podía haber informado por correo electrónico porque el fin es juntarlos a todos en una foto que se mostrará luego a los ciudadanos, aunque se tire el tiempo de los asistentes y se emplee en dietas y gasolina el dinero que podría ir a mejores fines. La foto es la razón única de numerosas apariciones públicas, de innumerables entrevistas y de la mayoría de las visitas.
           En cuestión de imagen, la aspiración última de los gobernantes es hacer llegar a los ciudadanos que el mundo no es como es, sino como a ellos les gustaría que fuera. Para lograr esa aspiración cuentan con la ayuda de los tiempos modernos, en los que se ha sustituido el debate por el cruce de eslóganes y la batalla dialéctica por la comparación entre los retratos que figuran en los carteles electorales de los partidos. Una imagen vale más que mil palabras, se dice, y más que mil razones, añado yo.
           Para sustituir mil razones en contra por una imagen favorable nada mejor que un fotógrafo afín. Por eso, en el séquito de cualquier gobernante que se precie, junto al chófer y al secretario, no puede faltar un buen fotógrafo, al que por el mismo motivo se añaden con frecuencia un periodista y un operador de cámara.