Por las inmediaciones del Portezuelo
Era
de noche y helaba cuando mi amigo Rafael y yo cruzamos el pasado domingo la
rotonda de la feria, junto a la que estaba abierta una churrería de remolque en
la que ya hacían cola algunos aficionados al ciclismo. En realidad, las
primeras luces del alba no las vimos sino hasta que nos bajamos del coche.
Estábamos, entonces, muy cerca de la cruz del Portezuelo, en el primer
ensanchamiento de un camino que sobre el Km. 2 sale a la derecha de la
carretera de Pozoblanco al Cerro de las Obejuelas (CP-203).
No teníamos
una pretensión concreta, más allá de andar unas cuantas horas por unos caminos
que habíamos transitado antes en varias ocasiones y que no ofrecían mayor
dificultad. Pero hasta el viajero más necio sabe que tarde o temprano se le
presentará una bifurcación y habrá de elegir entre un sendero y otro, y
comprende las consecuencias que ello tendrá para su porvenir. No en vano, el
camino es la mayor alegoría de la vida, y a ella se han referido desde siempre los
pedagogos y los poetas para mostrarnos tanto la influencia del azar como la necesidad
de actuar con sensatez, pues no hay destino fatal que no se haya originado en
una decisión errónea.
Para lo que
viene al caso, nosotros tomamos en algún momento un camino equivocado, pues nos
llevó a un callejón sin salida o, al menos, nosotros no la encontramos (esta
vez prefiero pensar así). Como no quiero que al paciente seguidor de esta
página pudiera pasarle lo mismo, el plano que incluyo en esta entrada no es el real
que seguimos, sino otro cierto y con salida, y ya aviso que contiene unos
cuantos kilómetros de itinerario por carretera, aunque la vía esté escasamente
transitada por vehículos.
Como ocho
kilómetros antes de que la ruta se nos cerrara, estábamos leyendo el pequeño
cartel informativo que sobre las cruces de término hay junto a la del
Portezuelo. De los dos senderos que salen del ruedo en que se ubica, escogimos
el de la derecha, llamado del Barranco de Juan Duro, que es muy cómodo y muy
ancho y discurre por un feraz bosque de dehesa en el que por estas fechas del
año montanean los cerdos.
Estábamos bajo cero, el agua de los charcos tenía una
fina costra de hielo y la hierba había perdido el verde intenso arropada por una tenue
capa de escharcha que, sin embargo, perdía a poco que le diera el sol, que
emergía entre las encinas tiñendo sus ramas de rojo. Si en esas circunstancias
el caminante puede sentir el frío, más lo siente cuando se ve sobrepasado por
un grupo de ciclistas, como por dos veces nos ocurrió a nosotros.
El segundo
grupo, por cierto, nos adelantó cuando ya se vislumbraba la aglomeración de chalets de Villa Fatigas y, al fondo, la Sierra, muy cerca de donde el camino perdía su
anchura inicial para transformarse en una vereda entre dos alambradas, por la
que seguimos cuesta abajo hasta el arroyo de los Tiemblos.
Según he podido
comprobar luego, el Catastro pinta la continuación del camino hacia el Sur hasta
la carretera del Cerro de las Obejuelas. El terreno allí es bastante montaraz y
nosotros (y reitero que esta vez prefiero pensarlo así) no encontramos dicha
continuación, por lo que resolvimos ir arroyo arriba, hacia el Este, y, luego,
continuar hacia el Norte siguiendo el curso de otro arroyo que es tributario del
citado en primer lugar. De esa manera, no tardamos demasiado en salir a la
carretera del Cerro de las Obejuelas, por la que caminamos en dirección a
Pozoblanco hasta el ventorro del Sales (unos tres kilómetros), en el que ahora
hay una casa de turismo rural, donde tomamos un camino cuyo nombre ignoran los
mapas, aunque también es ancho y cómodo, que nos llevó sin mayores problemas a
la cruz del Portezuelo después de haber recorrido en total más de 18
kilómetros.