sábado, 15 de diciembre de 2012

Un cuento de navidad




Un cuento de Navidad




A petición de sus directivos, por estas fechas de hace muchos años fui al  Centro de Atención a Personas con Discapacidad Física (CAMF) de Pozoblanco para pregonar la Navidad. Yo, que no soy hombre de discursos, escribí este cuento y se lo leí a los residentes. Luego, lo comentamos.




El hombre que creía en los Reyes Magos




         Érase una vez un niño que ya era muy mayor para seguir creyendo en los Reyes Magos.  

                  – ¿No te parece que nuestro hijo es un poco grandecito para ser tan inocente –le dijo un día el padre a la madre.

                  – Déjalo que mantenga la ilusión todo el tiempo que pueda –contestó la madre.

                  Recién entrado en la adolescencia, el protagonista de esta historia aseveró en una reunión de amigos que la misión de Melchor, Gaspar y Baltasar durante la noche del 5 al 6 de enero era totalmente cierta y quienes lo estaban oyendo se rieron de él a carcajadas y lo tacharon de infeliz. Para no dar más pábulo a la chanza, acabó dándoles la razón y el asunto fue relegado pronto al olvido.

            Al cabo de los años, los únicos que conocieron su secreto fueron sus padres, quienes, por otra parte, renunciaron a convencerlo. Y eso que la candidez de su hijo les planteaba verdaderos problemas. Por ejemplo, el primer año que no les quiso decir lo que había pedido a los Reyes Magos, al padre no le quedó otro remedio que ir a la oficina de Correos y preguntar por una carta dirigida a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente.

            – Mire usted la cantidad de cartas que van dirigidas a Oriente –le dijeron en correos enseñándole un montón enorme de ellas que no irían a ninguna parte.

            El padre se entretuvo en buscar entre cientos de cartas aquélla que tenía en el sobre la letra de su hijo. Cuando su mujer y él la leyeron en casa, descubrieron el segundo problema: su hijo había pedido un pijama y unas botas. ¿Cómo hacer que le vinieran bien, al menos las botas?

            – Quizá crea que los Reyes Magos son de mentira cuando la mañana del 6 de enero descubra que no le han dejado nada en la cesta que coloca junto a los zapatos –dijo el padre.

            La madre se resistía a dar aquella solución al problema, pero el padre esta vez no transigió.

            – El día 6 de enero no, porque las tiendas están cerradas, pero el día 7 yo mismo voy con él a comprar todo lo que les ha pedido, para que vea que no es por ahorrar –dijo.

            Aquella noche de Reyes, como todas las anteriores, el protagonista de esta historia dejó a sus amigos disfrutando de la fiesta y se fue a su casa temprano, cenó y se acostó enseguida.

            Su madre, que había visto el rostro resplandeciente con que su hijo se iba a la cama, no pudo evitar que unas lágrimas le brotaran de los ojos cuando, poco después, vio la sonrisa que esbozaba dormido y los dos zapatos colocados junto a la ventana, como siempre.

            Aún hizo la madre un último intento para convencer a su marido.

            – No –contestó el padre–. Esto que vamos a hacer ahora teníamos que haberlo hecho hace mucho tiempo. Además, ¿dónde vamos a comprar ahora un pijama y unas botas?

            La madre no pegó ojo en toda la noche.

            A la mañana siguiente, de madrugada, el muchacho se presentó en la habitación de sus padres. Iba cabizbajo y llevaba en las manos la cesta vacía.

            – Mira, mamá, no hay nada. ¿Tan malo he sido? –dijo con una infinita tristeza, y rompió a llorar al pie de la cama con un llanto silencioso que sobrecogía.

            – Quizá los Reyes Magos no existan, después de todo –dijo el padre, que se había despertado al oír a su hijo.

            Pero el muchacho no atendía a razones.

            – Algo he hecho mal y no sé qué es –repetía entre llantos, sin que las palabras de sus padres le sirvieran de consuelo.

            Tenía entonces diecisiete años, y lloraba con la hondura que lloran los hombres. Finalmente, cerca de la media mañana, el padre se presentó en el salón, donde seguía llorando su hijo, con un papel que dijo haber encontrado al pie de la cama.

            – ¡Quién te ha dicho que no han venido los Reyes Magos! Esta nota te la han escrito ellos –aseguró–. Toma, léela.

            El muchacho leyó en voz alta.



                  Querido amigo:

                  No podemos dejarte el pijama de invierno porque en la carta no nos pusiste la talla que querías. Por la misma razón, que no sabíamos el número, tampoco te hemos traído las botas.

                  Sin embargo, como sabemos que has sido bueno, no queremos que te quedes sin regalos. A Melchor se le ha ocurrido dejarte en lugar de los regalos unos vales para que los canjees por el pijama y las botas en cualquier tienda del mundo.

                  Otra cosa no podemos hacer. Confío en que estés contento con nuestra visita.

                  Te damos un beso antes de irnos. Te quieren, tus amigos los tres Reyes Magos de Oriente.

                  Firmado: Melchor, Gaspar y Baltasar.



            – Esto también estaba en el suelo –le dijo el padre inmediatamente–. Debe haberse caído con el alboroto de los camellos.

            Eran dos tarjetas de Navidad cogidas al azar de entre las varias que le habían sobrado a él. En una de ellas, había escrito: “Vale por un buen pijama de invierno”. Y en la otra: “Vale por un par de buenas botas”. En las dos estaban las firmas de los tres Reyes Magos.

 

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