No he grabado audios ni tomado
notas sobre la caminata de hoy, así que me tengo que fiar de la memoria. Y en
mi memoria ha quedado poco. Que salí de Zalduendo temprano, pero eso es lo que
ha ocurrido siempre, y que caminé junto a la carretera N-120 durante un tramo
muy largo, primero a la derecha, luego a la izquierda y luego a la derecha otra
vez, cambiando de bando como si fuera uno de esos electores desideologizados
que marcan el rumbo de las elecciones. Iba solo, aunque más adelante, en
Castañares, recuerdo que empecé a ver a los peregrinos de la otra alternativa
del Camino. Hasta ese punto, el paisaje es feo, así, sin paliativos, pero a
partir de ahí la ruta sigue muy cerca del río Arlanzón, entre bosques y
jardines, y se convierte en un hermoso paseo de ciudad por el que camina la
gente con una de esas sonrisas de felicidad que se tienen sin motivos, porque
sí, tan frecuentes en cualquier sitio de España.
¿Tienen la culpa de esa dejadez
mía las ganas de terminar? No, no creo. No tenía ningunas ganas de terminar. Me
encuentro bien, física y mentalmente. Puedo seguir adelante al mismo ritmo que
he traído desde Saint Jean, o incluso a un ritmo superior. Podría seguir así
hasta Santiago sin problemas. O incluso más lejos, o a otros sitios. Podría seguir
andando y andando indefinidamente. Quizá eso fuera lo que hiciese si no tuviera
mujer, ni hijos, ni una nieta.
Si no he grabado ni escrito nada,
quizá sea porque nada tenía que grabar o escribir. Uno se va acostumbrando a esto
como se acostumbra al paso del tiempo cuando ya no se distinguen los martes de
los jueves, los festivos de los laborables. Quiero decir que yo no grabo ni
escribo notas cuando estoy en mi casa, y que aquí empezaba a ser medio lo
mismo. ¿Estoy en mi ambiente, como en mi casa? No, por supuesto que no, pero
tampoco estoy en un ambiente extraño. Creo que no lo estoy explicando bien,
pero el paciente lector de estas pequeñas crónicas ya lo debe haber entendido.
Mi ambiente, lo que se dice mi
ambiente, es el de esta pequeña habitación, aquí y ahora: tengo delante un
teclado y un ordenador y también estoy solo. Es una soledad preciosa, en la que
ahora me acompañan los recuerdos del Camino, pero en la que otras veces tengo
conmigo a los personajes de mis obras, que me hablan razonadamente y me
escuchan.
Me entenderá mejor el pintor que
está concentrado frente a su lienzo, el aficionado a la música que aprende a
tocar el piano en un rincón de su casa o, incluso, ese hortelano que en verano se
levanta antes del alba para darle todo el cariño del mundo a sus tomates. Fuera
de esas actuaciones, hay un mundo absurdo, incompresible, que no tiene solución.
Dentro, en esa soledad querida, hay un todo un universo personal con reglas y
personas que te son conocidas y te llenan.
Carmen, mi mujer, se asoma de vez
en cuando por la puerta de esta habitación y me ve. Y sonríe, feliz de verme
feliz. Ella sabe mejor que nadie lo que estoy diciendo. Tal vez porque puede ver
que el aire de esta habitación está lleno de personas y de cosas flotando, de
personas y de cosas que han salido de mí y a mí volverán antes de que salga de
aquí.
¿Burgos? Ya he estado en Burgos otras veces. Es una ciudad preciosa, con un ambiente extraordinario. Como es preciosa Logroño y lo es Pamplona.
Hace siete años fui de Burgos a Santiago andando. Ahora, he ido andando de Saint-Jean-Pied-de-Port a Burgos. De dos golpes he completado el Camino Francés. Estoy contento. Y estar contento es el primer paso hacia la felicidad, quizá el único posible. O eso creo.
Según mi reloj, el último día he hecho 20,23 kilómetros.
Aquí la etapa en Wikiloc.