jueves, 17 de octubre de 2024

Más sobre el despoblamiento de Los Pedroches

 

La gente no se va de nuestros pueblos porque se estén quedando sin oficinas bancarias, sino al revés: los bancos se van de los pueblos porque estos se están quedando sin gente. Y, luego, solo después de que los bancos se hayan ido, tal vez se vaya alguna gente de los pueblos porque no hay oficinas bancarias. Torrecampo, por ejemplo, ha tenido hasta tres oficinas bancarias abiertas a la vez en tiempos relativamente recientes (de CajaSur, Caja Rural y BBVA y, antes, de la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba), además de varias corresponsalías, y, mientras estuvieron, el proceso de despoblación siguió su curso.

La gente no se va de nuestros pueblos porque se cierren unidades escolares, sino al revés: se cierran unidades escolares porque hay pocos niños, tan pocos que no son suficientes como para que puedan ser mantenidas, y algunos de los pocos que hay son mandados por sus padres a colegios de fuera pensando que eso es lo mejor para ellos. Si nace un niño al año (como a veces ha ocurrido en pueblos de más de mil habitantes), o dos, o tres, o cinco, no se puede exigir con razón que se mantenga una clase abierta para la generación de los niños nacidos ese año a lo largo de toda su vida escolar.

La gente no se va de nuestros pueblos porque no haya puestos de trabajo: cuando alguien quiere hacer una obra en una casa de alguno de nuestros pueblos, se encuentra con problemas, porque no hay albañiles suficientes, ni carpinteros, ni herreros, ni personas que desempeñen trabajos parecidos. Y lo mismo pasa si alguien necesita trabajadores para el campo o la ganadería, o camioneros, o camareros, o si los necesita para cuidar de nuestros mayores.

La gente no se va de nuestros pueblos porque no haya autopistas o carreteras suficientes. Antes, cuando la carretera de Córdoba era poco más que un camino asfaltado, había un furgón que iba a diario a por pescado a las lonjas de la costa y lo traía a Pozoblanco y a otros pueblos más lejanos, y ahora, con mejores carreteras, no lo hay. Cuando las carreteras de nuestra comarca eran horrorosas, en nuestros pueblos había multitud de comercios de todo tipo, y profesionales, y en ellos vivían el médico y los maestros, cosa que ahora no suele pasar. Con las carreteras que hay, la COVAP ha sido capaz de desarrollarse, de moverse a diario por Los Pedroches y de poner sus productos en cualquier parte de España y varios países del mundo.

La baja natalidad de nuestros pueblos no está causada por la falta de ayudas para los padres o en que la vivienda tenga unos precios muy altos: nunca ha habido tantas ayudas para la paternidad y la maternidad de los trabajadores, nuestros ayuntamientos disponen de numerosas actividades e instalaciones para los niños, los padres suelen contar con la ayuda de los abuelos (que en nuestros pueblos están muy cerca) y los precios de las viviendas están por los suelos.

Se puede atajar el problema por las consecuencias, pero eso sería como hacer frente al fuego sin apuntar a su causa: el fuego se mitigaría, pero no se apagaría y, en cualquier caso, volvería a nacer una vez y otra.

Hay una tendencia universal a moverse a las grandes ciudades y a las poblaciones de la costa con buen clima, porque en ellas se supone más calidad del empleo o una mejor calidad de vida. Porque persiguen calidad de vida, las sociedades del primer mundo tienen problemas para ocupar oficios o profesiones penosas o mal pagadas, y nuestra sociedad (incluso la de nuestros pueblos) ya es del primer mundo. Y porque quieren calidad de vida, muchos jóvenes de nuestros pueblos no quieren tener hijos, o quieren tener muy pocos.

Ahí están las causas.

Ahí y en que las sociedades necesitan para desarrollarse formación y capacidad de sacrificio, como ocurre con las personas.

En Los Pedroches, la formación a través de las políticas activas de empleo suele tenerse como un subsidio, más que como un medio para conseguir un trabajo. Y la capacidad de sacrificio, especialmente de quienes tienen más talento y más propensión al riesgo, se castiga desde el momento en que la sociedad (las familias, los colegios y todas las instituciones) trata prácticamente igual al inactivo que al que se esfuerza.

Está bien que se demanden más inversiones, más infraestructuras, más servicios públicos y más apoyos. Y está bien que se mejoren, por supuesto. Pero sería errar en el diagnóstico del problema que achacáramos a su ausencia la causa de nuestros males relacionados con el despoblamiento. Y si erramos en el diagnóstico, malamente vamos a dar con la solución.

Para ver el informe de 2018 de la FAMP sobre despoblamiento, pincha sobre la imagen.

En este blog hay más entradas sobre despoblamiento aquí, aquí, aquí, aquí y aquí.






miércoles, 9 de octubre de 2024

De Torrecampo a Pedroche

En Pedroche hay una residencia de mayores y en Torrecampo, otra. La de Pedroche es privada y muy grande (147 plazas), en tanto que la de Torrecampo es municipal y pequeña (44 plazas). Para ambos pueblos, la residencia es fundamental, y no solo por los servicios que presta a los mayores, imprescindibles es una sociedad tan envejecida como la de Los Pedroches, sino por los puestos de trabajo que proporciona al vecindario, dado el alto nivel de desempleo y despoblamiento que existe en esa misma sociedad.

La idea de los ayuntamientos de crear residencias de mayores se extendió por Los Pedroches a finales del siglo XX, de manera que varios de ellos construyeron con mucho esfuerzo edificios destinados a prestar ese tipo de servicios y la mayoría creo organismos municipales propios para su gestión, lo que suponía que el resultado de su explotación acababa incluyéndose en sus cuentas generales. Era un riesgo evidente, pues el presupuesto de una residencia supone un porcentaje muy alto en el presupuesto municipal de un ayuntamiento pequeño y en sus cuentas, pero los ayuntamientos tenían un número de plazas importante concertado con la Junta de Andalucía y creían que con esos ingresos tenían asegurado el equilibrio presupuestario.

Durante años, todo fue bien, incluso muy bien. La Junta de Andalucía pagaba más de lo que las plazas costaban (sin beneficios ni amortizaciones) y las cuentas de las residencias solían acabar con superávit, lo que contribuía al superávit municipal. Pero en los últimos tiempos los gastos se dispararon. Subieron las obligaciones derivadas de la lucha contra el COVIP 19, muchas de las cuales se mantuvieron más allá de la pandemia, subieron todos los suministros (la luz, los alimentos, etc.) y subieron, especialmente, los costos de personal.

Sobre estos últimos, conviene apuntar que los trabajadores de las residencias municipales son empleados públicos, tienen los mismos derechos que sus compañeros del ayuntamiento y están sometidos a los mismos procesos de selección. Dicho eso, debe añadirse que esos empleados municipales tenían unos salarios muy bajos, por lo que se vieron afectados directamente por las sucesivas subidas del salario mínimo interprofesional y, luego, por las subidas que el Estado fijó para todos los empleados públicos. Además, por la dureza del trabajo, por el progresivo envejecimiento del personal y (como pasa en la Administración) por la falta de compromiso de algunos trabajadores, no es infrecuente que se produzcan un número considerable de bajas laborales, cuyo coste adicional debe soportar la empresa, que es el Ayuntamiento.

La subida de los gastos debería haber ido acompañada de un inmediato ajuste presupuestario, a fin de disminuir los gastos e incrementar los ingresos, pero la mayoría de los ingresos de las residencias dependen de la Junta de Andalucía, que no incrementó los pagos a los ayuntamientos en la misma proporción que estos veían incrementadas sus obligaciones y, además, en un ayuntamiento toda subida de ingresos supone subida de tributos, en este caso de la tasa que debían pagar los residentes, algo impopular, en fin.

En el ayuntamiento, el poder está sujeto a la decisión del electorado y el electorado, por mucho que luego diga lo contrario, ama lo lúdico, lo gratis y lo fácil y desprecia lo duro, lo difícil y lo costoso. Las residencias municipales son muy importantes en los pueblos pequeños. Hay mucho nicho electoral que depende de ellas y, por consiguiente, se hace con ellas mucha política. No política de gestión, de ideas, de la buena, que llega poco al votante, sino política de zancadilla, de ideología, de la mala, que enseguida llega al electorado, especialmente al más adoctrinado y manipulable.

Al gestor de las residencias (al gobierno del ayuntamiento) le cuesta mucho subir las tasas y, normalmente, lo retrasa más de lo conveniente y lo hace menos de lo necesario. La oposición al gestor, en cambio, suele oponerse a la subida achacando todos los problemas presupuestarios a la mala gestión. Ambos tienen parte de verdad, pero no es frecuente que los grupos políticos pongan su parte de la verdad a disposición del conjunto ni que acepten otra verdad que no sea la suya. En fin, lo de siempre.

El caso es que el déficit de las residencias deben soportarlo los ayuntamientos. Si el déficit de la residencia es grande, el problema de la residencia es un problemón para un ayuntamiento pequeño. Y el electorado, que es a la postre quien decide, solo se da cuenta de eso al final. O solo se quiere dar cuenta, más bien.

El camino que nos ha propuesto Leo para el día de hoy nos lleva desde Torrecampo a Pedroche y atraviesa la dehesa de este último pueblo. El ayuntamiento de Pedroche, que no tiene residencia (porque es privada, como dijimos), no tiene que hacer transferencias a nadie para que se mantenga la de su pueblo y, además, dispone de los ingresos extraordinarios que le da el arrendamiento de su dehesa. Es una situación totalmente distinta a la de Torrecampo, que debe hacer transferencias al organismo autónomo que gestiona la residencia municipal y, además, no dispone de dehesa. Eso sin contar que el Ayuntamiento de Pedroche recibe más transferencias directas del Estado y de la Junta de Andalucía que el de Torrecampo, ya que Pedroche tiene unos quinientos habitantes más.

Puestos a gastar, medio lo mismo cuesta mantener los servicios públicos en un pueblo que en otro. La pavimentación de las calles, por ejemplo, o la red de alumbrado, o el cementerio. Lo mismo, mantener la casa de la cultura, la biblioteca municipal y el secretario. Lo mismo, por último, vale un conjunto para la feria, los fuegos artificiales y casi todos los demás festejos, que son muchos, especialmente en la zona que linda con la cultura, los deportes, la juventud y los servicios sociales.

Hemos salido por la calle Gracia y tomado el camino de la Añoruela, que parece una pista, de ancho y bien conservado que está. La frontera entre Pedroche y Torrecampo en ese tramo va por este camino y llega entre pastizales y encinas hasta bien cerca de Torrecampo, pero, siguiendo hacia el sur, gira pronto hacia el oeste por el camino que el Inventario Municipal de Bienes de Torrecampo llama del Pozo del Cuco, y, más tarde, hacia el sur, en dirección a Villanueva de Córdoba. El caso es que, por cerca que llegue el término de Pedroche al pueblo de Torrecampo, Torrecampo tiene más término municipal que Pedroche, pero eso le da pocos ingresos y muchos gastos, hasta el punto de que percibe por el Impuesto de Bienes Inmuebles de Rústica más o menos lo que paga a la Mancomunidad de Caminos por el mantenimiento de estos. Y, si lo medimos por habitante, paga a la mancomunidad mucho más (mucho mucho) que Villanueva de Córdoba o Pozoblanco, que son pueblos bastante más grandes.

Cruzamos el paraje Las Misas y, luego, teniendo a la vista casi siempre la torre de Pedroche, el de las Peñas del Agua, que, aunque está a la altura de ese pueblo, sigue siendo término de Torrecampo. Por ahí, giramos hacia el oeste y caminamos en paralelo al arroyo de la Jurada durante un buen tramo. Cuando lo atravesamos, pasamos al término de Pedroche y andamos por el camino que el IGN llama de la Loma de las Misas hasta el mismo casco urbano de esa localidad, donde llegamos sin habernos cansado.

Era todavía temprano cuando Pedroche, la madre legendaria de todos los que somos de las Siete Villas, nos acogió generosamente, como hace siempre, y nosotros, que somos hijos agradecidos, hicimos uso durante un buen rato de su hospitalidad.


Para conseguir la ruta en Wikiloc, pincha sobre la imagen

jueves, 3 de octubre de 2024

De Torrecampo a El Guijo

Hubo un tiempo, hace ya muchos años, en el que yo trabajaba en Torrecampo y en El Guijo y tenía que recorrer a diario los algo más de diez kilómetros que median entre esos dos pueblos vecinos. Yo era, entonces, un ejemplo más de la notable relación que ha habido entre ellos, de la que también lo era el hecho de que durante muchos años compartieran, junto con Santa Eufemia, el culto a la Virgen de las Cruces y que hace unos cuantos años los ayuntamientos de ambos pueblos se vieran obligados, junto con el de Pedroche, a pagar el autobús que sus vecinos debían tomar para llegar al pueblo cabecera de comarca, Pozoblanco, pues la línea se había quedado sin autobús privado.

Torrecampo y El Guijo están al norte de Los Pedroches, en el límite de Andalucía. Más allá de la frontera, a unos cuantos kilómetros de ambos, está la aldea de San Benito y, más allá de San Benito, está ese despoblado enorme que forman las sierras de la Umbría de la Alcudia y el valle de Alcudia, ya en Castilla La Mancha.

Mi amigo Leo me había propuesto realizar la ruta entre ambos pueblos que había trazado él sobre el mapa, por caminos públicos y una vía pecuaria, sobre la que las noticias de Wikiloc se limitaban –según me dijo– a la que hace tiempo insertaron unos cicloturistas. Dicha ruta, por cierto, discurre por el término de Torrecampo casi hasta el mismo pueblo de El Guijo, pues Torrecampo alcanza a su vecino por el este y por el sur y lo rodea en buena parte de su perímetro. De hecho, hay tramos en los que el límite del término de Torrecampo es la misma pared de la Residencia Municipal de Mayores de El Guijo, antes cuartel de la Guardia Civil, los depósitos de agua de El Guijo están en el término municipal de Torrecampo y, hace unos cuantos años, el ayuntamiento de El Guijo tuvo que pedir autorización al de Torrecampo para construir el pequeño parque que hay junto a la primera casa del casco urbano, según se entra por la carretera de Pozoblanco.

El grupo de cinco personas que íbamos a realizar la ruta nos reunimos a primera hora de la mañana en el bar Los Mellizos (que los lectores de mis novelas conocerán, porque lo saco en alguna de ellas), donde tomamos un café y hablamos de esas cosas importantes que enseguida quedan en el olvido. Fue un rato corto. El camino nos esperaba y no interesa al buen caminante dejar que el tiempo pase sin hacer camino.

El caso es que salimos de Torrecampo muy temprano el último domingo de septiembre, con la temperatura ideal y el sol mandándonos luz blandamente, por el camino que deja el cementerio a la derecha y, enseguida, haciendo una S, giramos a la derecha y a la izquierda para tomar el camino que los mapas del Instituto Geográfico Nacional (IGN) llaman del Callejón del Molinero. Por ahí, se puede andar como por el pueblo, con zapatillas de tenis y pantalón corto, porque el camino está bien y aparece expedito, aunque haya que abrir (y dejar cerradas) algunas portillas. El inconveniente viene luego, cuando se ha pasado el paraje Tierra Abajo y, en el de Cascarrales, hay que adentrarse por el cordel de la Mesta.

El cordel (así llamado en nuestros pueblos y por el IGN) es la Cañada Real Soriana Oriental y formaba parte de las vías pecuarias de la Mesta. Ahora mismo, asombra su anchura (90 varas castellanas, es decir, 72,22 metros), que por estas latitudes se ha mantenido. Pero asombra más imaginar lo que debió suponer en el pasado, cuando los rebaños subían y bajaban por el territorio de la España peninsular guiados por sus pastores, que llevaban con ellos sus inquietudes, sus costumbres y (como puso de manifiesto mi añorado Luis Lepe en sus libros) también su folclore.

Si la trashumancia ha muerto, las vías pecuarias debían estar aún vivas, pues ahora hay caminantes como nosotros y turistas rurales que demandan ese tipo de caminos para ocupar sus jornadas en nuestros pueblos. Pero el caso es que el cordel está tomado en su totalidad por el bosque bajo mediterráneo y resulta muy difícil caminar por las sendas que han abierto los animales salvajes, que son las únicas posibles, especialmente en una época como la elegida por nosotros, últimos días del verano, cuando los arbustos son más rígidos y la hierba está seca y pincha.

En invierno, en cambio, especialmente si las lluvias han sido generosas, el problema puede ser atravesar el arroyo Santa María, ahora totalmente seco (hacerlo sin mojarse, quiero decir, pues el agua no llegará a la cintura en ningún caso). Y es que no hay puente alguno, ni pasaderas, ni nada, como suele ocurrir casi siempre que el caminante se topa en Los Pedroches con un arroyo. Tampoco pueden llamarse pasaderas a las pequeñas piedras que, de haber habido agua, nos habrían ayudado a atravesar, más adelante, el arroyo de la Matanza.

Para cuando se ha salvado este último cauce, ya hay un camino sobre la cañada Real, que es cómodo y bueno. Siguiéndolo, es fácil llegar hasta el casco urbano de El Guijo y, como este es pequeño, calle Virgen de las Cruces adelante no se tarda mucho en alcanzar el bar del hogar del pensionista, que está frente a la iglesia del pueblo y pared con pared con el ayuntamiento.

El bar tiene una terraza en la plaza de la Constitución. Allí, alrededor de una mesa, al amparo de un toldo y con la compañía de unos amigos de mis amigos, tomamos un par de cervezas y hablamos durante un buen rato de un montón de cosas importantes que ahora no recuerdo.


Para ver la ruta en wikiloc, pinchar sobre la imagen



miércoles, 21 de agosto de 2024

Un apaño

 

He estado en París durante los recientes juegos olímpicos y he visto a multitud de personas con banderas distintas, unas junto a otras, en los estadios y por la calle, todas en perfecta armonía. Y he visto a los franceses cantar La Marsellesa en los estadios y en las terrazas de los establecimientos públicos, frente a un televisor, como muestra de apoyo a alguien de su país que participaba en una prueba deportiva.

El patriotismo de los franceses resulta exagerado casi para el todo el mundo y tiene mucho de egocéntrico y algo de complejo de superioridad. Es lo contrario del español. Si los franceses tienden al chauvinismo, los españoles tendemos al nacionalmasoquismo. En España, nuestra bandera es objeto de controversia, porque se utiliza partidariamente por unos y se repudia partidariamente por otros. Nuestro pasado se revisa sin sentido crítico, desde la ideología y con los ojos del presente. Y nuestra naturaleza, nuestro ser, está siempre cuestionado de mil formas, ninguna de ellas integradora o buscando lo que nos une.

El nacionalismo francés moderno tiene su origen en la Revolución de 1789 y, particularmente, en sus ideales de «igualdad, libertad y fraternidad».  El más importante de esos ideales era «la igualdad», como puede deducirse del preámbulo de la Constitución Francesa de los días 3-14 de septiembre de 1791, en el que puede leerse: Ya no existe, en ninguna parte de la nación, ni para ningún individuo, ningún privilegio excepción al derecho común de los franceses.

Mi vuelta de París ha sido inmediatamente posterior a la elección de Salvador Illa como presidente de la Generalitat. Salvador Illa, que pertenece al Partido Socialista de Cataluña, ha debido contar con el apoyo de Esquerra Republicana de Cataluña, para lo que el Partido Socialista Obrero Español se ha comprometido a ceder a Cataluña eso que eufemísticamente ha llamado «financiación singular», y que no es sino un privilegio dentro de España, el de financiarse a sí misma.

Todo privilegio, particular o territorial, es contrario a la revolución, por supuesto a la liberal o burguesa, pero mucho más a la revolución obrera, y, si nunca se puede justificar en la historia (a mí no me vale como justificación de los fueros, por ejemplo. Privilegios históricos, de siempre, eran los que tenían los nobles y el clero hasta la Revolución Francesa), mucho menos se puede justificar como un intercambio programático para conseguir el poder.

Un intercambio programático, debe añadirse, que para conseguir el poder en Cataluña no se limita a la esfera territorial de Cataluña, sino a la de toda España. Es decir, que se ceden derechos de financiación de otros territorios de España (de los más pobres, de los pobres, en fin) a un solo territorio (uno de los más ricos, de los ricos, en fin).

A nadie que paga menos se le ocurre pedir «financiación singular». La financiación singular la pide alguien que paga más. Es decir, la financiación singular la piden los ricos, y no va a ser (porque no está en la naturaleza de las cosas) para dar más de lo que daban antes. Ni siquiera para dar lo mismo. Así que no entiendo que un partido de izquierdas ceda a ese tipo de privilegios. Y mucho menos que la cesión sea a costa de los derechos de financiación de los habitantes de los territorios menos favorecidos, que –se diga lo que se diga– van a salir perjudicados.

A la vuelta de París, he oído con atención una entrega del programa documentos de RNE sobre las olimpiadas populares, que tuvieron tres ediciones en el periodo de entreguerras, impulsadas por los movimientos obreros de Europa y América del Norte. Casualmente, la Olimpiada Popular de Barcelona, planeada para los días 19 a 25 de julio de 1936 y en la que estaban inscritos atletas de 22 naciones, no pudo celebrarse porque el día 18 se produjo el levantamiento militar que conduciría a la guerra civil.

Si en el fondo de las olimpiadas está el que todos los seres humanos somos iguales, aunque separados por naciones (con sus himnos y sus banderas), en el fondo de las olimpiadas populares estaba el que todos los proletarios del mundo eran iguales, y ya está.

«Proletarios del mundo, uníos», escribió Flora Tristán ya en 1843, lo que inmediatamente fue asumido por el movimiento obrero. Así fue al principio de esa lucha de los trabajadores y ese debería ser el destino de la humanidad, por lo que estaría bien fijarlo como ideal de todos los movimientos humanistas, especialmente de los de izquierdas.

Como ya he escrito aquí que no se puede ser, a la vez, nacionalista y de izquierdas, no me voy a repetir. Solo quiero apuntar que entre ese inicial «proletarios del mundo, uníos» y los programas de izquierdas de hoy ha habido un montón de teorías para justificar lo injustificable de la desigualdad generada por los nacionalismos.

Lo de ahora del PSOE no es ni siquiera una teoría, sino un apaño para gobernar con la cobertura argumental de una falacia. Así que no comprendo a quienes nos representan desde la izquierda a nivel nacional, ni comprendo a quienes, con tal de que no gobiernen las derechas, son capaces de ceder a cualquier cosa, incluso a lo más esencial de los principios de izquierdas.

Ni entiendo que, para pacificar un territorio, deban cederse los derechos de los habitantes de otros.

Hice esta foto de Hitler rezando en el museo de la Bolsa de Comercio de Paris


lunes, 1 de julio de 2024

La piel de las estatuas


El mundo desarrollado ha conseguido erradicar la enfermedad y retrasar indefinidamente la llegada de la muerte. Para hacer sostenible la población, se ha creado un sistema público que provoca tantas muertes accidentales de mayores de cien años como nacimientos se prevean.

En ese escenario de aparente perfección, emerge el amor de dos agentes del Gobierno, un hombre y una mujer, cuyas identidades se ocultan detrás de oficios relacionados con la opinión y el arte. Entre ambos florece un amor profundo, mientras una inquietante sospecha se agita en el corazón de uno de ellos.

La narrativa se teje entre los dilemas morales y las pasiones humanas, explorando los conflictos subyacentes de una sociedad que ve envejecer las almas dentro de unos cuerpos que desafían al tiempo. Los protagonistas se enfrentan no solo a la lucha por preservar su amor, sino también a los oscuros designios de una cultura que utiliza a artistas frustrados como verdugos.

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martes, 16 de abril de 2024

Zorreras/Vulpes/Zorras

Hoy, mientras paseaba por el camino de las Zorreras, que está próximo a mi casa, me he acordado del programa Imprescindibles, que la 2 de Televisión Española dedicó hace unos días a Carlos Tena, el excelente crítico musical y gran comunicador, con el que mucha gente de mi generación aprendió a oír música. El nombre del camino (Zorreras) me hizo pensar que Carlos Tena llevó en 1983 al programa La caja de ritmos a Las Vulpes (Las Zorras, en latín), un grupo punki de chicas que hasta entonces no había grabado nada, quienes cantaron en horario infantil una adaptación al castellano del tema I Wanna Be, de los Stooge, que repetía en el estribillo «me gusta ser una zorra, me gusta ser una zorra», lo menos malsonante de la letra.

La emisión de dicha actuación tuvo, en principio, bastantes consecuencias. Para empezar, el programa no continuó y Carlos Tena presentó su dimisión. Pero, además, la parte más moralista de la sociedad (encabezada por el diario ABC, dirigido entonces por Luis María Ansón) consideró lo ocurrido como algo escandaloso y arremetió contra sus causantes (Carlos Tena y las autoras de la canción), quienes debieron enfrentarse a una querella criminal (las letras eran consideradas obscenas y ofensivas para la moral pública), que luego fue sobreseída.


Ese sobreseimiento fue, finalmente, lo más relevante del asunto. Y es que la sociedad de entonces digirió aquella actuación como hizo con otras muchas de parecido o superior calado, ya vinieran de ámbitos culturales, periodísticos o políticos, tal vez porque había mucha querencia por la libertad, incluida la de expresión, o, lo que es lo mismo, porque había mucha aversión hacia cualquier tipo de censura, viniera del ámbito que viniera y, especialmente, del social, ese que marca el límite entre lo que es políticamente correcto y lo que no lo es.  


La emisión del programa Imprescindibles sobre Carlos Tena se produce pocas semanas después de que Televisión Española haya seleccionado la canción Zorra, interpretada por Nebulossa, para representar a España en el próximo festival de Eurovisión. De ella se ha dicho que es valiente y contestaria por su letra, aunque, cuando uno la escucha, observa que no tiene nada de especial, y que su supuesta reivindicación se limita a repetir de distintas maneras «soy una zorra, soy una zorra», porque [la protagonista] sale sola, se divierte y alarga la noche hasta que se le hace de día. Es decir, lo mismo que decían las Vulpes pero mucho, muchísimo más suavemente.


Que Televisión Española cerrara el programa que acogió a Las Vulpes y ahora escoja para representarla una canción con una letra que supuestamente es rompedora, resulta bastante definitorio de la situación anterior y de la actual. Antes, en los años ochenta, las parejas de los pueblos todavía tenían que casarse si querían vivir por su cuenta, o tenían que casarse si ella se quedaba embarazada y, por supuesto, no había parejas oficiales del mismo sexo. Que una mujer dijera de sí misma, en aquellos entonces, que era una «zorra» por ser libre, aunque fuera cantando, demostraba que tenía mucho coraje. Ahora, decirlo de sí misma porque hace lo que dice la letra de la canción que irá a Eurovisión no escandaliza a nadie ni expresa gran cosa sobre la personalidad de quien la interpreta. A ojos de la moral imperante en cada momento, es como si Las Vulpes hubieran blasfemado y Nebulossa hubiese dicho «mecachis».


Distinto es que la canción vaya o no a triunfar en el festival. Cuando los votos dependen del público (y en el de este festival hay mucho friki), la calidad deja de ser lo más importante y se pasan a manejar otros conceptos, casi todos relacionados con una imagen que previamente ha sido inculcada a fuerza de publicidad. Que la protagonista parezca reivindicativa, aunque no lo sea en absoluto, es parte del proceso, porque lo reivindicativo da puntos.


Por cierto, todo esto de reivindicarse como zorras, es decir, como putas, no les hace ningún favor a las putas de verdad, porque en el fondo lo que están negando esas canciones es el carácter de zorras de las intérpretes. Es como si las letras dijeran: te crees que soy como ellas [como las zorras] porque soy libre, pero no, no lo soy. Las zorras, en fin, aparecen en las canciones como el paradigma de la bajeza moral, no de la libertad.


Como no creo que las verdaderas putas sean peores que las sociedades que las utilizan y las maltratan y yo ni soy punki ni soy friki, me quedo con canciones como Me llaman calle, de Manu Chao, que considero reivindicativa de verdad y una gran obra de arte.





martes, 6 de febrero de 2024

Jaboneros arriba

 

El arroyo Jaboneros es de corto recorrido y tiene una cuenca pequeña, pero yo lo he visto rugir iracundo al saltar por los azudes que escalonan el cauce, con el agua de muro a muro, y lo he visto correr durante varios meses seguidos, vivaracho y risueño, con las ínfulas de un pequeño río del norte. Lo he recordado mientras remontaba el cauce seco por el lado de Pedregalejo, tras partir a los pies de la pasarela peatonal de los Jabegotes, que une a ese barrio con el de El Palo.

Pedregalejo fue en sus orígenes un barrio de pescadores, y aún conserva un par de calles estrechas con sabor antiguo entre la calle Bolivia y el paseo marítimo, pero luego fue uno de los principales lugares donde se asentó la burguesía malagueña, de modo que ahora está formado en su mayoría por viviendas unifamiliares de gran porte que, desde la montañas que lo rodean por el norte, forman una mancha multicolor tachonada de verde por la multitud de jardines particulares.

La Mosca, en cambio, que me pilla más adelante, es un barrio popular, que se ha hecho a golpe de construir viviendas humildes junto al camino que discurría por el margen derecho del arroyo. Su caso es parecido al del barrio de Jarazmín, que se encuentra al pie de las montañas unos kilómetros hacia el este. Ambos barrios, junto a los antiguos de El Palo (más grande), las mencionadas dos calles de Pedregalejo y el barrio de La Araña (junto a la Cala del Moral), son como pequeñas islas de clases populares en el océano de clase media y alta que forma el enorme distrito de Málaga Este.


Mi ruta pasa bajo el descomunal viaducto de la autovía de circunvalación de Málaga y sigue arroyo arriba. Es un día de finales de enero y hace un sol desproporcionadamente radiante incluso para la soleada Málaga. Cruzo el arroyo por el pequeño puente de los Tres Ojos, sigo un trecho por el margen izquierdo, paso junto al lagar de los Tontos (así lo llama el mapa oficial) y viro al este para seguir el camino trazado sobre el gasoducto que va al Rincón de la Victoria, cuya pronunciada pendiente me obliga a pararme para recobrar la respiración un par de veces.

Por ese lado, la tierra se aprovecha de las umbrías del monte de San Antón y de las sombras de algunos árboles junto al agua subterránea de los arroyos secos para ofrecer algo de verdor, muy poco, entre el bosque bajo y el abundante matorral, en un paisaje sin hierba, como de pleno verano.

Al caminante que, como yo, se fija en las cosas del campo a la par que en lo que dicen los noticieros, lo que ve ya no le infunde preocupación, sino miedo. Y no por su futuro, sino por el que está dejando a sus hijos.

No sé las causas últimas de la sequedad que veo, pero veo las consecuencias, aquí y en las ciudades. Y veo que no se hace lo suficiente para enmendarlas, más allá de unas cuantas medidas de última hora que, como todo lo urgente, solo solucionan lo inmediato y acaban resultando chapuzas.

Por ejemplo, ahora nos estamos dando cuenta de que si no llueve no hay agua para la industria, la agricultura y la ganadería y, especialmente, de que no la hay para los grifos.


Los pacientes lectores de esta página ya conocen el poco aprecio que tengo por las fronteras, sean físicas o mentales, que los entendimientos más cerriles (que usualmente son los que mandan) acaban convirtiendo en trincheras. Consecuencia de ambas fronteras es la inexistencia de un plan que regule a nivel nacional todo lo relacionado con el agua. 

Un plan nacional/estatal que parta de la idea de que el agua es un bien muy escaso que no tiene dueño y puede aprovecharse infinitas veces.

No hay un plan porque cada pedacito de tierra y cada pedacito de ideología tienen el suyo, que es el mejor. Y con lo mejor no se juega. Y ante lo mejor, obviamente, no se cede. No se cede y así nos va, con tanto mejor esperando a ser puesto en práctica.

En fin, que cuando rodeo el monte San Antón, puedo ver el mar a lo lejos, hacia el sur. El mar no me abandonará mientras camino por la falda del monte, de la entrada este a la entrada oeste del parque forestal, por la senda que seguramente tiene las mejores vistas de la ciudad.

En la senda me paro varias veces y observo, extasiado, lo que se ve abajo, como debían observar los dioses a los humanos desde el monte Olimpo.

Por aquí hay más gente. Excursionistas, o incluso familias con niños, porque a este lugar se llega fácilmente desde los puntos más altos del barrio de Los Pinares de San Antón. Este barrio, por cierto, tiene algunas de las casas más lujosas de Málaga, todas con piscina, vistas al mar y mucha vegetación. Pero tiene la desventaja de lo empinado de sus calles y lo mal conectado que está a pie y en bus con los centros neurálgicos de la ciudad. Aquí hay que coger el coche para todo y quien, como yo, se aventure por sus calles de vez en cuando, debe caminar a veces por mitad de la calzada, porque las aceras son muy estrechas y están ocupadas por árboles y farolas.


Hace algunos meses, un taxista me dijo que hay gente mayor de Los Pinares de San Antón que está comprando pisos en Echevarría, una barriada de El Palo que linda con el arroyo Jaboneros, está muy cerca de la playa y cuenta con una extraordinaria oferta comercial y de restauración.  

A mí, que voy camino de ser una persona mayor, me gusta mucho ese barrio, que me parece tranquilo y cosmopolita a la vez. Por él camino al final de mi ruta, junto al aparcamiento subterráneo que han construido bajo las pistas deportivas del colegio Valle-Inclán, sobre las que ahora se está levantando una cubierta que pronto será aprovechada por la comunidad educativa y por todo el distrito Este.

De ahí a la pasarela peatonal desde la que salí solo hay unos pasos, que recorro sin más demora, urgido por la llamada de la pinta de cerveza que me espera en algún chiringuito del paseo marítimo.

Para ver la ruta en Wikiloc, pincha sobre la imagen