lunes, 30 de junio de 2025

12. Burgos o Estoy en mi ambiente

 

No he grabado audios ni tomado notas sobre la caminata de hoy, así que me tengo que fiar de la memoria. Y en mi memoria ha quedado poco. Que salí de Zalduendo temprano, pero eso es lo que ha ocurrido siempre, y que caminé junto a la carretera N-120 durante un tramo muy largo, primero a la derecha, luego a la izquierda y luego a la derecha otra vez, cambiando de bando como si fuera uno de esos electores desideologizados que marcan el rumbo de las elecciones. Iba solo, aunque más adelante, en Castañares, recuerdo que empecé a ver a los peregrinos de la otra alternativa del Camino. Hasta ese punto, el paisaje es feo, así, sin paliativos, pero a partir de ahí la ruta sigue muy cerca del río Arlanzón, entre bosques y jardines, y se convierte en un hermoso paseo de ciudad por el que camina la gente con una de esas sonrisas de felicidad que se tienen sin motivos, porque sí, tan frecuentes en cualquier sitio de España. 

¿Tienen la culpa de esa dejadez mía las ganas de terminar? No, no creo. No tenía ningunas ganas de terminar. Me encuentro bien, física y mentalmente. Puedo seguir adelante al mismo ritmo que he traído desde Saint Jean, o incluso a un ritmo superior. Podría seguir así hasta Santiago sin problemas. O incluso más lejos, o a otros sitios. Podría seguir andando y andando indefinidamente. Quizá eso fuera lo que hiciese si no tuviera mujer, ni hijos, ni una nieta.

Si no he grabado ni escrito nada, quizá sea porque nada tenía que grabar o escribir. Uno se va acostumbrando a esto como se acostumbra al paso del tiempo cuando ya no se distinguen los martes de los jueves, los festivos de los laborables. Quiero decir que yo no grabo ni escribo notas cuando estoy en mi casa, y que aquí empezaba a ser medio lo mismo. ¿Estoy en mi ambiente, como en mi casa? No, por supuesto que no, pero tampoco estoy en un ambiente extraño. Creo que no lo estoy explicando bien, pero el paciente lector de estas pequeñas crónicas ya lo debe haber entendido.

Mi ambiente, lo que se dice mi ambiente, es el de esta pequeña habitación, aquí y ahora: tengo delante un teclado y un ordenador y también estoy solo. Es una soledad preciosa, en la que ahora me acompañan los recuerdos del Camino, pero en la que otras veces tengo conmigo a los personajes de mis obras, que me hablan razonadamente y me escuchan.



Me entenderá mejor el pintor que está concentrado frente a su lienzo, el aficionado a la música que aprende a tocar el piano en un rincón de su casa o, incluso, ese hortelano que en verano se levanta antes del alba para darle todo el cariño del mundo a sus tomates. Fuera de esas actuaciones, hay un mundo absurdo, incompresible, que no tiene solución. Dentro, en esa soledad querida, hay un todo un universo personal con reglas y personas que te son conocidas y te llenan.

Carmen, mi mujer, se asoma de vez en cuando por la puerta de esta habitación y me ve. Y sonríe, feliz de verme feliz. Ella sabe mejor que nadie lo que estoy diciendo. Tal vez porque puede ver que el aire de esta habitación está lleno de personas y de cosas flotando, de personas y de cosas que han salido de mí y a mí volverán antes de que salga de aquí.

¿Burgos? Ya he estado en Burgos otras veces. Es una ciudad preciosa, con un ambiente extraordinario. Como es preciosa Logroño y lo es Pamplona. 

Hace siete años fui de Burgos a Santiago andando. Ahora, he ido andando de Saint-Jean-Pied-de-Port a Burgos. De dos golpes he completado el Camino Francés. Estoy contento. Y estar contento es el primer paso hacia la felicidad, quizá el único posible. O eso creo. 

Según mi reloj, el último día he hecho 20,23 kilómetros.


Aquí la etapa en Wikiloc.


domingo, 29 de junio de 2025

11. Zalduendo o Quién costea a quién

 

San Juan de Ortega es el punto final más utilizado por los peregrinos para mi etapa de hoy, pero es un núcleo urbano muy pequeño (26 habitantes en 2023) y está a unos cuantos kilómetros de la parada que el autobús tiene en la N-120. Por eso había decidido alargar la etapa hasta Zalduendo (69 habitantes en 2023), el primer pueblo con parada más allá de San Juan de Ortega.

El día ha amanecido fresco en Tosantos (53 habitantes en 2023, donde terminé ayer) y, luego, hemos tenido que subir por los montes de Oca rodeados de bosque, de modo que el calor no se ha hecho sentir sino hasta que estábamos cerca de San Juan de Ortega, por donde he pasado sin detenerme para dirigirme enseguida a Santovenia de Oca (25 habitantes en 2023). No recuerdo haber visto a nadie ni en Tosantos ni en San Juan, y en Santovenia vi de lejos a una mujer regando las macetas que tenía en la calle, pero no pude decirle nada, porque se metió en su casa antes de que llegara hasta ella.

A partir de San Juan, tampoco he visto a caminante alguno, pues todos habían tomado la vía más común, que va por Agés y Atapuerca. No me he topado con nadie hasta que, pasada Santovenia, he visto a un señor sentado en el pretil de un puente que cruzaba un arroyo. Había salido a pasear al perro, según me dijo, porque yo enseguida me puse a hablar con él. Como le he dicho que no había visto a nadie, ni siquiera a caminantes, me ha contestado que sí, que caminantes había. La confirmación de sus palabras la he tenido un poco más adelante, porque he visto a otro señor sentado en otro pretil que cruzaba otro arroyo. Y, este, a juzgar por la mochila que había a su lado, era peregrino. También con él me he parado a hablar.

Era de Canadá. Cuando le he preguntado por qué había tomado aquel camino en lugar del de Agés, me ha dicho que estaba lesionado en una rodilla y, según le habían comentado, este camino era más fácil, porque tenía menos altibajos. No parecía un problema grave el suyo, sino limitativo de lo que quería hacer. Con todo, le he preguntado si tenía algún seguro médico de viaje, a lo que me ha contestado que quería ir a una ciudad grande, como Burgos, para ser atendido.



Debe haber muchos casos como el de este peregrino. De hecho, he leído que hasta el cincuenta por ciento de los que empiezan en Saint Jean abandonan antes de llegar a Santiago, cifra que a mí me parece prudente, incluso baja, a tenor de la edad y la condición física de los que me he encontrado.

En fin, que los pueblos eran pequeños y aquel hombre no tenía forma de ser atendido como él quería. Y eso me ha llevado a pensar en los pueblos de mi tierra, que son ciudades en comparación con los de aquí, aunque están afectados por un proceso de despoblación similar, que parece irreversible. El de aquí lo es, desde luego. ¿Lo es también el de Los Pedroches?

Cuando hablo con alguien de esto y oigo quejas de lo mal que nos tratan las instituciones públicas, causa última de la despoblación, según parece, siempre expongo que la balanza fiscal entre las instituciones públicas y los pueblos de Los Pedroches es favorable a nuestros pueblos. ¿Nos tratan las instituciones mal en inversiones? Desde luego en gasto corriente no. Nuestros pueblos tienen muchos pensionistas, que reciben su pensión de los fondos públicos. Tienen muchos funcionarios, que reciben del mismo sitio sus retribuciones. Tienen muchos desempleados, que perciben subsidios. Y tienen muchos agricultores y ganaderos subvencionados.

Y, además, los ayuntamientos de nuestra tierra reciben mucho dinero del Estado, de la Junta de Andalucía y de la Diputación Provincial de Córdoba. Y cuando digo mucho es mucho mucho, un montón. La gente se cree que con los tributos que ellos pagan al Ayuntamiento se costea el presupuesto municipal, pero no, eso costea solo una parte, porque, en general, la mayoría de sus ingresos son transferencias que vienen de otras instituciones públicas y pagan los ciudadanos de toda España. ¿Qué hacen los ayuntamientos con esos fondos? Ah, ahí está el quid de la cuestión. Cuando vean las reseñas que el propio Ayuntamiento pone en Facebook y en otras redes sociales, pregúntense cuántos empleados del Ayuntamiento están trabajando para elaborar esas noticias (que son propaganda de quien manda) y lo que hay detrás de ellas y cuántos planificando actuaciones a medio y largo plazo para el desarrollo de la localidad. Pregúntense cuánto pagaron por esa comida que aparentemente les salió gratis. Cuánto, por esa verbena, por ese folleto, por ese viaje, por ese día del Rosquillo Redondo, que según las cuentas oficiales tanta gente trajo de otros pueblos…, o cuánto cuesta el mantenimiento de ese edificio que solo se utiliza una vez al año.

O sea, que en Los Pedroches somos muy felices, cada vez más, pero cada vez menos conscientes de lo que somos y cada vez menos.

Llegué a Zalduendo con bien. En el pueblo, junto a la carretera, hay un bar que por fuera parece una casa consistorial, con una bandera de España en la fachada, donde por doce euros me tomé dos tercios de cerveza Magna, sin alcohol, dos huevos fritos que me comí mojando muchas sopas, cuatro filetes de lomo y un café solo con hielo. Mientras estuve esperando y, luego, mientras comía, no pasaron por el bar más de tres personas.

Según mi reloj, el recorrido de aquel día fueron 25,74 kilómetros.



Aquí la ruta en WIKILOC

sábado, 28 de junio de 2025

10. Tosantos o El problema de la autopista

 

Me lo decía mi amigo Leo, experto caminante y un maestro en esto del Camino de Santiago: conforme vas haciendo kilómetros, vas notando que el cuerpo responde mejor. Yo puedo dar fe de que es verdad. No he tenido accidentes ni enfermedades y mi cuerpo se ha adaptado a hacer los kilómetros que le echen. Es casi como el de esa señora búlgara que viene desde Canadá que me encontrado hoy. Casi. Porque ella iba como si tal cosa y yo llevaba la respiración un punto entrecortada.

Según me ha dicho, quiere hacer el Camino completo partiendo desde Saint Jean en 26 etapas, que son bastantes menos de lo que mandan los cánones. ¿Sin mochila?, le he preguntado, porque he observado que llevaba una del diario, como yo. A lo que me ha contestado que hoy estaba de descanso. Descanso un día de cada siete, me ha dicho. En esos días, ando lo que una etapa normal y no llevo la mochila grande. O sea, para que quede claro: esa señora (unos cincuenta años, tal vez más) descansaba haciendo lo que yo hacía de ordinario.

Hemos hablado, entre otras cosas, de las paellas, de los quesos de España y de las fresas. Al parecer, le encantan las fresas y quería probar unas de aquí, pero todas las que ha podido encontrar vienen del extranjero. No sé en qué tiendas habrá preguntado, ni cómo, y como me ha parecido raro que ocurra eso en un país productor de fresas, me ha dado pelos y señales de lo ocurrido y me ha preguntado qué puede hacer para conseguirlas. En esa conversación estábamos, cuando se ha acordado de que se había dejado atrás a su acompañante, que se había apartado para orinar detrás de unas matas, según pude observar antes de empezar a hablar con ella. «Perdona, pero tengo que esperar a mi amigo», me ha dicho, y ahí nos hemos despedido.

La etapa normal, la que iba a hacer ella excepcionalmente, llega hasta Belorado, que es un pueblo relativamente grande para lo que se ve por aquí y cuenta con muchos servicios para los peregrinos. Pero al llegar a Belorado me he encontrado bien y he decidido seguir hasta Tosantos, el siguiente pueblo. Así, acortó la etapa de mañana, que es muy larga. En Tosantos para el autobús de Jiménez que ha de devolverme a Santo Domingo de la Calzada, así que no hay problema.

Tosantos es un pueblo pequeño, de 53 habitantes, según la Wikipedia, pero ha llegado a tener casi 300, una despoblación similar a la de otros pueblos de por aquí. Cuando llegó, lo primero que hago es buscar un bar donde tomar una Coca-cola, y lo encuentro junto a la carretera N-120, Logroño-Burgos, que en esta parte del camino está omnipresente. En el bar (en el que solo hay un parroquiano), cuando le pido la bebida, cuando le pago y, luego, cuando le pregunto por la parada del autobús, observo que el camarero es extranjero y tiene alguna dificultad para entenderme.



Por hablar de algo, de eso hablo con una señora que me acompaña luego en la parada.

«Pues era el único extranjero de los que se presentaron», me contesta con algo de irritación. Según me dice, el bar es municipal y es el único del pueblo. ¿Municipal? ¿Este pueblo tiene Ayuntamiento?, le pregunto, en vista de que el pueblo es muy pequeño. Sí, lo tiene. Ella asegura estar muy enterada de todo el proceso. Al parecer, se habían presentado seis vecinos a la licitación (lo de seis me lo dice varias veces), pero el alcalde se lo había dado a un extranjero al que nadie conocía. Habría unas bases y el alcalde se regiría por ellas, le digo yo. Nada, nada, el alcalde se lo había dado al que él había querido, ha resuelto ella.

Luego hablamos del Camino y de los servicios que había en el pueblo. Me ha dicho que hay muchos, y me hablado de dos albergues, el parroquial, donde hasta treinta peregrinos pueden dormir en el suelo, y el otro, que estaba justo enfrente de donde nos encontrábamos, donde los peregrinos dormían en literas, aunque ahora está cerrado.

Después, por seguir hablando de algo, ya que estábamos solos y el silencio era un poco embarazoso, le he dicho que los coches pasaban delante de nosotros a mucha velocidad, a pesar de que había una señal de limitación a 50 kilómetros por hora. Y entonces la señora me ha hablado de la necesidad de que hagan pronto la autopista. En esto se ha extendido bastante, quizá porque yo le he metido los dedos en la boca con la proximidad de las obras. De hecho, aquel mismo día, mientras caminaba, había visto que las obras de la autopista se iban acercando.

Ella quiere la autopista para tardar menos en ir a Burgos, porque ahora, con aquel tráfico, se tarda una barbaridad. «Coges un camión y tienes que ir detrás de él todo el camino», me ha dicho. Yo he pensado en lo que ocurriría cuando el pueblo tuviera una autopista que pasara a varios kilómetros del casco urbano. El bar, que ahora servía a los usuarios de la carretera, probablemente se vería obligado a cerrar, porque no iba a poder subsistir con los 53 vecinos censados y los escasos caminantes que se quedaran en el pueblo, especialmente cuando no es temporada alta. Y ella, que ahora estaba esperando el autobús, probablemente vería que los servicios de la línea mermaban o desaparecían, pues el tráfico fundamental de viajeros era entre las localidades de Logroño y Burgos, y esos viajeros demandarían que el tráfico fuera por la autopista en lugar de por la antigua carretera. Es algo parecido a lo que está pasando con el AVE a Galicia y las paradas en Sanabria y Zamora.

En fin, que me acordé de mis paisanos y sus demandas de más servicios y una autopista. Ella quería la autopista para ir más rápidamente a Burgos y nosotros la queremos para ir más rápidamente a Córdoba, a Sevilla, a Málaga, a Madrid y a todas partes, lo cual está muy bien, estupendo. Pero vamos, que, cuando la tengamos (si eso ocurre algún día), eso va a hacer que en Los Pedroches tengamos menos habitantes todavía. Por lo que menos si seguimos con la mentalidad de ahora, que es la que tiene esta mujer.

Dándole vueltas al asunto mientras iba en el autobús se me han ocurrido más cosas al respecto, pero, como se me está alargando esta entrada, las dejaré para mejor ocasión.

Al final de la jornada en el Camino, mi reloj marcaba 27,06 kilómetros.



Aquí la ruta en Wikiloc

viernes, 27 de junio de 2025

9. Santo Domingo de la Calzada o Caminando en una burbuja


Quienes me conocen saben que me gusta viajar y que, cuando estoy fuera, no extraño las comodidades de mi casa. No tengo problemas para dormir en cualquier cama, por ejemplo, la plasticidad de la almohada nunca me ha preocupado y disfruto la comida sencilla y conocida de la misma manera que la compleja y desconocida. Por eso, como me conocían, mis compañeros de trabajo me regalaron un viaje para dos personas a La Rioja cuando me jubilé, que Carmen y yo disfrutamos hace solo unos meses. Antes, ya había estado en La Rioja con Piedra y Cal, una asociación de Pozoblanco para la defensa del patrimonio, y, antes, había estado con mi familia política, y, antes, había estado solo, y antes... Si no me canso de estar en los sitios, tampoco me caso de volver, y mucho menos de volver aquí, donde el paisaje y las ciudades son hermosas, la Historia está por todas partes y la gente es acogedora.

Estar, solo estar, y disfrutar estando. No suelo ir por ahí viendo repetidamente lo que ya tengo en el recuerdo. Y pongo un ejemplo: cuando voy a Córdoba, que es con mucha frecuencia, no voy a ver la Mezquita-Catedral, sino a pasear por sus calles y a sentarme en una terraza. Pues ahora, aquí, medio lo mismo. Me estoy limitando a observar lo que veo al paso y únicamente me he desplazado para ir a Ezcaray, a donde solo había ido una vez, donde he recordado a un buen amigo que estuvo allí de secretario del Ayuntamiento.

Es más o menos lo que hacen los peregrinos que recorren este tramo del Camino. Para ellos, lo importante es el Camino y su paisaje inmediato, no tanto el territorio donde el Camino se inserta. Es más, yo diría que lo importante son ellos mismos, su entorno territorial inmediato y su ámbito más personal.

En cierta manera, es como si estuvieran en una burbuja y viajaran con ella a lo largo de la ruta. Casi ninguno habla español, además, lo que limita la extensión de sus relaciones, que deben circunscribirse a los que hablan inglés o su idioma, casi todos peregrinos, como ellos.



El inglés es aquí una suerte de idioma cooficial, que se habla en todos los lugares habituales de los peregrinos. Y pongo algunos ejemplos de uso del inglés que me han llamado la atención: en Santo Domingo de la Calzada he visto pintado en el suelo una indicación pública que dice «SUMMER’S BUS» (AUTOBÚS DE VERANO). En la etapa de hoy, cerca de Cirueña, he visto un cartel en el que, junto a la flecha indicadora del camino, alguien tan cachondo como incivil había escrito en spanglish: «In de morning ruta del colesterol» (Por la mañana, ruta del colesterol). Y en otro sitio, en un gran canto rodado inserto en la tierra al lado del camino, alguien ha escrito con letras pequeñas: «Peace in you. No pain no gain! So young» (Que haya paz en ti. ¡Sin esfuerzo no hay recompensa! Tan joven aún).  

Los peregrinos no saben nada de leires ni de koldos, ni de los de aquí ni de los de sus países, donde también debe haberlos, aunque quizá no tan casposos y cutres. Ellos van a lo suyo: andan, comen, duermen y, mientras hacen todo eso, disfrutan del paisaje, de la relación que tienen con su propio interior y de las pequeñas y grandes relaciones que encuentran mientras dejan hacer al tiempo, que probablemente sea la mejor manera de gozarlo.

Ellos no son como yo, está claro. O, mejor, yo no soy como ellos. Yo estoy al corriente de las noticias y sé lo que está pasando en España y en el mundo, yo tengo que hacer un parte diario para mis hijos y yo sé lo que pasa en mi casa, porque hablo a diario con mi mujer. En fin, que yo no estoy en ninguna burbuja. Eso se nota en los restaurantes donde como, en los supermercados donde entro a comprar y en las calles por las que me muevo. Entiendo a todo el mundo y sé que todo el mundo me entiende, y no solo porque hable español. Es que tenemos los mismos políticos, el mismo sistema de pensiones, unos impuestos parecidos y, en resumen, la misma forma de entender la vida. No es chica semejanza, os lo aseguro.

Caminando con peregrinos desde Nájera a Santo Domingo de la Calzada, he recorrido hoy 23,00 kilómetros, según mi reloj.


Aquí la etapa en GRONZE
 

jueves, 26 de junio de 2025

8. Nájera o Un “cuñado” en el Camino

 

De Logroño, el Camino sale por un bonito parque periurbano, en el que coincidimos peregrinos y nativos madrugadores que van a hacer ejercicio. El día es soleado, precioso, y la mañana es lo suficientemente fresca como para que a cualquiera le entren ganas de disfrutar el día. Y cuando digo a cualquiera, digo a cualquiera. A los hombres y a las mujeres, a los viejos y a los jóvenes, a los listos y a los tontos... a los primos y a los «cuñados».

He puesto primo sin comillas y cuñado con ellas porque la RAE admite para primo la acepción coloquial «persona incauta que se deja engañar o explotar fácilmente», en tanto que para cuñado no admite la acepción coloquial en España que lo toma por una persona que opina sobre cualquier tema con un aire de superioridad o de gran conocimiento, aunque en realidad no tenga ni idea o su argumento esté lleno de tópicos y frases hechas.

Bueno, que me he encontrado con uno de estos «cuñados». Yo lo vi venir de frente, lo que no era extraño, dado que como he dicho estábamos en un parque periurbano. Era algo más joven que yo, creo, y llevaba puesto uno de esos sombreros de senderistas que son de tela y van curvando el ala, como haciendo olas (yo tengo uno de esos, o dos, y son muy versátiles, porque puedes meterlos hasta en el bolsillo sin que se deformen). Se paró frente a mí y en inglés me preguntó que de dónde era. Cuando alguien de muy lejos me pregunta eso, yo suelo responder de una forma que le resulte comprensible. Si le dijera a un español que de Pozoblanco, en Los Pedroches, Córdoba, me entendería, seguro, pero no podía contestarle eso a alguien que me estaba preguntando en inglés, así que en mi inglés de nivel medio le contesté que de España, de Andalucía.

«Ah, bueno», me contestó entonces con un punto de decepción, ya en español. «Es que busco peregrinos para practicar mi inglés». Podía haberse quedado ahí. Buenos días, buen camino y adiós. Pero no. Como era un auténtico «cuñado», asumió ese papel y, acto seguido, me dijo que había estado en Inglaterra trabajando de camarero mientras aprendía inglés y, para lo que viene al caso, que conocía muy bien Andalucía. Me habló de Málaga y de otros sitios. Y me dijo que en Extremadura y en Andalucía había mucha incultura, así, sin anestesia.

Lo que viene al caso es que me lo estaba diciendo a mí, que soy de Andalucía. Yo enseguida pensé que ese hombre era tonto, pero por supuesto no se lo dije y tampoco hice gesto alguno para que se me notara. Intenté convencerlo de lo contrario, eso sí. «Nadie conoce bien lo que es, ciertamente, pero yo aseguraría que en estos tiempos en Extremadura y Andalucía hay más o menos la misma cultura que en otros sitios», le dije, haciendo hincapié en lo de «en estos tiempos». Y allí mismo recordé a esos que entraban en mi despacho en el ayuntamiento con aire de superioridad solo porque vivían en Madrid y nosotros seguíamos en el pueblo.



Como me resistía, él no solo insistió, sino que intentó convencerme, no con razones, sino con el testimonio de amigos suyos que habían viajado por Extremadura y Andalucía y se habían asombrado del grado de incultura que había por allí. Fulanito, y Menganito, y zutanito. Y me daba detalles de quiénes eran. Que si fue por esto o por lo otro, y que si había estado allí de guardia civil y cosas así.

En un momento determinado, me pudo la inmodestia y le respondí que yo también era andaluz y no creo que diera el perfil de las personas de las que me estaba hablando. Le dio igual. Él siguió a lo suyo, ya conmigo en plan resignación. Así hasta que vio venir a una muchacha alta, rubia y muy guapa, que iba sola y llevaba una considerable mochila a las espaldas. Entonces, se apartó de mí sin despedirse ni decir palabra, se puso enfrente de ella, justo a mi izquierda, y le preguntó en inglés de dónde era. Era americana. Es que estoy practicando inglés, oí que le dijo. Total, el mismo rollo que conmigo.

Yo lo miré, con desdén, evidentemente, y seguí mi camino. Menos mal que en el Camino hay tontos, como este, y gente fuera de lo común por lo humildes y lo inteligentes. Mucho más adelante, me encontré con uno de ellos. En esta ocasión fui yo el que, al verlo venir de frente, lo paré y le pregunté si estaba haciendo el camino de vuelta. Era un tipo alto, treintañero, tenía la piel curtida y llevaba una considerable mochila. Con una expresión afable, me contestó que no, que había ido de Sevilla a Astorga por la vía de la Plata y que de allí había cogido el camino Francés, porque quería llegar a su ciudad, Ginebra, en Suiza. «¿Andando?». «Andando». Tú eres un gran hombre, le dije, o algo parecido. A lo que me contestó que no, que era una persona común, como cualquiera. Pero lo que tú estás haciendo es extraordinario, me justifiqué. Y él, que no, que cualquiera que hiciera el Camino es extraordinario, haga el trazado que haga y lo haga de una forma o de otra.

Para mí, él era extraordinario de muchas maneras y todas me producían admiración. Pero no insistí. Me limité a desearle suerte y buen camino hasta su tierra y le dije que me alegraba de haberlo conocido.

Cuando llegué a Nájera, mi reloj había computado 25,41 kilómetros.


Aquí la etapa en GRONZE

miércoles, 25 de junio de 2025

7. Logroño o El fin de ciclo

 

He visto una placa conmemorativa a la derecha del camino con el nombre y la foto de un americano de 46 años que murió hace ahora justamente tres, es de suponer que allí mismo. Aaron Hewitt, se llamaba. Luego, he descubierto en Gronze que Hewitt era un profesional de la sanidad y estaba bien preparado físicamente, y que tres días más tarde que él falleció un peregrino alemán de 65 años en la subida a O Cebreiro. 

No sé muy bien cómo abordar esta entrada. Hace calor y los campos de cereales, que en mi tierra del sur ya están totalmente secos, aún están verdes aquí, aunque vienen amarilleando por los suelos menos húmedos. Por mucho y bien que llueva, el trigo que forma océanos a mi alrededor se secará. Esa es la conclusión, y yo la he grabado en una nota de voz antes de ver la placa que recuerda a Aaron Hewitt, seguramente con la intención de resaltar en este pequeño escrito el ciclo de la vida. ¿Pero cómo hacerlo sin resultar sombrío ni sobrecargar la narración?  

Si este año he venido hasta aquí, es de alguna forma llamado por la urgencia de la edad. Si no lo hago ahora, que todavía puedo, quizá no lo haga nunca, me dije. Ese tipo de afirmaciones no se las plantea uno cuando es joven. Mientras uno no solo ve que puede, sino que seguirá pudiendo.  

El presente/el futuro, y más preguntas que respuestas. 

No sé, me imagino que esos cereales y esas vides que veo necesitarán durante su juventud una cantidad de agua y de sol y que durante su madurez necesitarán otra distinta, porque también en las plantas debe haber un equilibrio entre sacrificarse para el futuro y el carpe diem del presente pleno. Los agricultores conocen el ciclo vital de sus cosechas y saben qué es lo mejor para ellas en cada momento, a fin de que den el máximo fruto. ¿Saben qué es lo mejor para ellos? ¿Los sabemos nosotros? ¿Lo he sabido yo? 

Me refiero a mí en pasado. Y he hablado de «urgencia» al referirme a mi decisión de venir hasta aquí, una palabra que en cierta manera llama a la idea de tiempo perdido. ¿Por qué no lo hice antes, si pude hacerlo? O, mejor, ¿por qué no hice todo lo que pude hacer y ya no puedo? ¿Qué gané renunciando a lo que renuncié? Algo ganaría, supongo, pero ¿qué fue?, ¿qué fue eso? ¿Sigo renunciando, incluso ahora, a objetivos posibles por una recompensa imposible en el futuro? 

La fotografía que Gronze publica de Aaron Hewitt fue tomada en pleno Camino y en ella se le ve feliz. Esa felicidad debió de ser un consuelo para su familia y sus amigos. Murió haciendo lo que quería, pensarán. 

Él no pudo llegar a Logroño, cuya estación de autobuses alcanzo yo después de haber recorrido 30,60 kilómetros.


Aquí la etapa en GRONZE
 


martes, 24 de junio de 2025

6. Los Arcos o Un elogio de la voluntad

 

Es mi sexto día y estoy empezando a perder la noción de algunos elementos de mi entorno. En qué día de la semana estoy, por ejemplo. Es como si llevara más tiempo aquí. Y eso que sigo teniendo contacto permanente con el exterior. Será porque no estoy acostumbrado a estar fuera de mi ambiente. De mi mujer. De mi pueblo. De las caras y los lugares conocidos. Es lo que les debe pasar a las personas que trabajan fueran de su casa durante periodos largos de tiempo, me digo. Y pienso en los marineros, en los viajantes, en algunos camioneros, en los guías turísticos... Los que hemos trabajado al lado de nuestra casa, hemos comido a diario con nuestra familia y nos hemos acostado a diario con nuestra pareja tenemos dificultades para entender a quienes no han podido hacer todo eso. 

Y si me pasa a mí, más debe de pasarle a mis compañeros peregrinos. A los peregrinos de verdad, quiero decir. Especialmente a esos que vienen desde la otra parte del mundo y van de albergue en albergue con una mochila a las espaldas. Muchos de ellos solos. Muchos de ellos mayores. Muchos de ellos con problemas físicos. 

Hoy he hablado con una señora mayor de Australia (cuando digo mayor, digo aparentemente mayor que yo). ¿De Australia? Eso está muy lejos, le he dicho. Se ha reído. Sí, está lejos. Iba sola y caminaba despacio. Era bajita y llevaba una mochila que abultaba tanto como ella. ¡De Australia! ¡Y quiere llegar a Santiago de Compostela! Cuando me dijo aquello, yo me pregunté no si llegaría a su meta, sino cómo había hecho la primera etapa, que tanto me había costado a mí, y las otras. 

¿Qué tenía aquella mujer? Físico no, desde luego. ¿Fe? Yo creo que tampoco, aunque en toda esta gente hay un componente místico. ¿Voluntad? Voluntad seguro que sí. Fuerza de voluntad era lo único que tenía. Con la voluntad había venido desde Australia, había pasado los Pirineos y había llegado hasta allí. Con la voluntad iba ahora cargando con la mochila y caminaba paso a paso, decidida a llegar hasta el final de aquella etapa. ¿Sería suficiente la voluntad para llevarla hasta su meta final?


 

No lo sé. «Impossible is nothing», decía la campaña de Adidas («nada es imposible»), pero a mí ese lema no me gustó nunca, porque pienso que hay propósitos imposibles (la mayoría lo son) y que lo bueno, lo fetén, es saber cuál es tu verdadero límite e intentar llegar hasta él, no pretender propósitos que son imposibles para ti y te pueden generar mucha frustración.  

Memoria, inteligencia y voluntad eran las tres potencias del alma clásicas, las que nos enseñaban en la escuela. Y yo creo que la memoria sirve para poner experiencias a disposición de la inteligencia; la inteligencia, para conocer tus verdaderos límites y la voluntad para intentar llegar hasta ellos. 

He pasado buena parte de la etapa pensando, precisamente, en la voluntad. Todos los caminantes que veo la tienen en grado sumo. Algunos de ellos, de una forma ejemplar. Los veo con admiración. Especialmente porque la voluntad, como la memoria, no es una virtud que se valore mucho hoy en día. No se valora en la escuela, donde casi todo se intenta hacer a base de motivación, no vaya a ponerse en riesgo la autoestima del alumno y su bienestar emocional. Pero por las mismas razones tampoco se valora en las familias, que forman hijos emocionalmente débiles. Ni la valoran las instituciones, regidas por políticos a quienes, como lo que más interesa es el corto plazo de las próximas elecciones, no premian la capacidad de sacrificio de la ciudadanía, sino al contrario, se jactan de hacerle regalos y más regalos en forma de fiestas, comidas, espectáculos y otras chucherías. Ni la valora la sociedad, en general.  

Hay una cultura de la inmediatez y la satisfacción rápida en todo, tal vez porque ya nada se considera virtuoso en sí mismo y, en consecuencia, merecedor de un esfuerzo. Y a me da pena. Especialmente cuando pienso en mi tierra, Los Pedroches, que pierden población a pasos forzados sin que a nadie se le ocurra aleccionar a la ciudadanía para que adopte un papel activo, responsable y comprometido con su propio destino. Todo parece ir en sentido contrario, más bien: se alecciona a la ciudadanía para que su día a día sea de regalo y su destino esté en manos de las instituciones. Y así se reclaman derechos, pero no se aceptan deberes. Se critican las instituciones, pero casi nadie contribuye a mejorarlas. Y se exigen soluciones rápidas, pero casi nadie se implica en los procesos. 

La australiana iba mucho más lenta que yo, así que al cabo de un rato me despedí de ella como he visto que se despiden ellos («nos vemos luego»). Ahora pienso que fue un error. ¿Qué prisa tenía? De hecho, en la plaza de Los Arcos (un pueblo que me ha gustado mucho) he hecho tiempo tomándome unas cervezas y, luego, he tenido que esperar a que llegara el autobús. Por cierto, en la parada del autobús he conocido a una pareja de Málaga que estaba haciendo el Camino de una forma parecida a mí y a un muchacho que no sabía cómo ir de Roncesvalles a Saint-Jean. 

Se me olvidaba apuntar que cuando llegué a Los Arcos mi reloj marcaba 21,65 kilómetros.


Aquí la etapa en GRONZE