miércoles, 19 de diciembre de 2012

Camino de San Benito



Camino de San Benito



                Los Pedroches se asientan sobre un territorio más o menos uniforme, han tenido una historia relativamente común y sus habitantes tienen costumbres parecidas, que los hacen sentirse unidos entre sí y distintos de los habitantes de las comarcas limítrofes. Es fácil que cualquier vecino de un pueblo de Los Pedroches trabaje en otro pueblo de Los Pedroches, o que se haya casado con otra persona de Los Pedroches, y que asista a los acontecimientos festivos y culturales de otros pueblos de Los Pedroches.



                A pesar de todo, no existe un sentimiento común de identidad colectiva, y mucho menos un proyecto común en su clase política. En lugar de haber una mancomunidad, hay varias mancomunidades, por ejemplo, y siempre han prevalecido en ellas las diferencias partidistas sobre las aspiraciones generales y las rácanas ambiciones de un pueblo sobre los propósitos colectivos. Puestos a repartir carteles que identificaran monumentos, se han repartido carteles por pueblos, no por monumentos. Puestos a reparar caminos, muchos alcaldes tienden a actuar sólo sobre aquellos que sirven a los habitantes de su pueblo, y dejan sin reparar los demás de su término. Puestos a contratar personas, muchos alcaldes prefieren contratar a un inepto de su pueblo antes que al experto del pueblo vecino. Y si hacen todo eso, es porque está bien visto y da votos. El aldeanismo en su versión más rancia, en fin, suele triunfar sobre los valores universales que sostiene el humanismo, con las subsiguientes consecuencias de pobreza económica y miseria intelectual. 

                 Estos pensamientos se me ocurren el día que debo escribir sobre San Benito, una pedanía de Almodóvar del Campo (Ciudad Real), distante 69 km de la capital municipal, que en realidad se encuentra en la comarca geográfica de Los Pedroches. Los habitantes de San Benito realizan numerosos trámites en Torrecampo, son asistidos en el hospital de Pozoblanco y compran en los comercios de Pozoblanco, localidad donde sus jóvenes van al instituto. Entre San Benito y Los Pedroches sólo media el río Guadalmez, que está seco buena parte del año, en tanto que entre San Benito y Almodóvar del Campo median dos cadenas montañosas y el desierto valle de Alcudia.



                Los sambeniteros, en consecuencia, se ven afectados por muchas de las decisiones que se toman en Los Pedroches, pero no pueden opinar sobre ellas porque su ámbito geográfico no se corresponde con su ámbito político. En los pueblos de Los Pedroches, en cambio, el ámbito geográfico y el político coinciden al cien por cien, pero el egoísmo localista, la cortedad de miras de sus dirigentes políticos y sociales y el fervor partidista impiden que se tomen decisiones en aras del interés común. En cierta manera, es como si en Los Pedroches hubiera muchos “San Benitos”.

                 San Benito está situado en la periferia de Castilla la Mancha y no es fácil llegar hasta él, por lo que pocas personas lo conocen, y son numerosos los vecinos de Los Pedroches que no lo han visitado nunca. Nosotros (un nutrido grupo de amigos, esta vez) hemos ido a San Benito desde el Este, por el camino que lleva desde esta población hasta El Horcajo bordeando la sierra de la Umbría de Alcudia, cuyo último tramo, que discurre al lado del arroyo de la Ribera por la finca de la Garganta, está cortado al público. 



                Como sólo algunos estábamos dispuestos a hacer el camino de ida y de vuelta, hemos dejado previamente algunos coches en San Benito y nos hemos dirigido con los otros hasta el punto de arranque de la caminata, que estaba en la carretera de Torrecampo a Puertollano (CM-4201), ya en la provincia de Ciudad Real, pasada la entrada a la finca de Descuernaborregos y a la altura de un cartel que anuncia una zona de especial protección de las aves. 

                 Excepto al final, la ruta discurre de Este a Oeste por un solo camino que ha sido respetado por los propietarios de las grandes fincas colindantes, quienes han puesto rejas canadienses para impedir el paso de los animales que albergan sus predios, que son salvajes, generalmente. En realidad, todo en el paisaje da muestras de fiereza, aunque esté un punto domesticado por el hombre para hacerlo más habitable a los supuestos dueños de la tierra, que son los jabalíes, los ciervos, los muflones y los demás animales de caza que el caminante se encuentra en las faldas de los montes, en los prados que hay junto a los arroyos e incluso cruzando delante de él por los caminos. 

                 El primer tramo se hace por el valle de Claros (del que he oído hablar en Torrecampo con admiración), coincide durante algunos metros por la cañada Real y es totalmente llano, pero luego toma las faldas de los montes de sierra Llana y tiene algunas cuestas de escasa pendiente, lo justo para que el caminante pueda ver con más perspectiva el estrecho valle del arroyo Navalagrulla, en el que se ha construido un pantano, y, por los huecos que existen entre monte y monte, el valle de Los Pedroches, que desde aquí parece tan mágico como si se hubiera sacado del plano de El señor de los anillos. 



                 Pasado el caserío de Descuernaborregos, el camino tiene un pequeño tramo en el que se encajona entre dos alambradas y, casualmente, un arroyito que forma un charco casi permanente y provoca el crecimiento de las zarzas, que progresan a ambos lados de la vía apoyadas sobre los alambres. Los caminantes ocasionales no suelen tener calzado impermeable y le temen al agua casi tanto como los gatos, por lo que pueden dar pie a una situación cómica cuando la naturaleza pone en su camino algún obstáculo con este elemento esencial, lo que siempre es de agradecer, pues le da un punto de aventura al recorrido y sirve para que la jornada pueda grabarse mejor en la memoria. Nosotros nos encontramos ese charco, llevábamos caminantes ocasionales y todos tenemos memoria, y con eso digo bastante.

              

   Ya a la vista las casas más altas del pueblo de San Benito, el caminante debe pasar una reja canadiense y girar hacia el Sur (a la izquierda), para cruzar luego el arroyo Catalina (que corre en cualquier estación) y su bosque de galería y llegar a la carretera de Torrecampo a San Benito (CR-4131), por la que deberá andar alrededor de un kilómetro.

                 La mayoría de componentes de nuestro grupo llegó a San Benito, hizo un pequeño recorrido turístico por la localidad y se volvió en coche a Torrecampo. Tres de nosotros, en cambio, hicimos el camino de vuelta desandando nuestros pasos desde la carretera. Todos, finalmente, nos encontramos al mediodía en el restaurante La cañada, de Torrecampo, donde recobramos las calorías perdidas (y algunas más) comiendo unas migas tostás con torreznos, pimientos, chorizo y bacalao.