martes, 7 de agosto de 2012

Los Administradores


 
         Cuando una casa amenaza ruinas, no basta con llamar a los pintores, ni basta con que los albañiles tapen los desconchados y cambien unos cuantos tabiques. Nuestros gobernantes no parecen darse cuenta de ello, y la mayoría sigue como si tal cosa, con nosotros comiendo y durmiendo dentro de la edificación.
Cuando una casa amenaza ruinas, lo procedente es, primero, decírselo a los que viven dentro de ella y, luego, reforzar las estructuras y, si hace falta, hasta los cimientos. Nuestros socios (nuestros vecinos medianeros, que sufrirán graves daños en su vivienda si la nuestra se viene abajo), nos lo llevan diciendo desde hace tiempo: “No pidáis más dinero al banco para iros de vacaciones y para que comer ternera todos los días, que no podéis devolverlo, se os está cayendo la casa, que vuestro bienestar se está construyendo a costa del edificio donde vivís”.
Nuestros gobernantes son como los administradores de la casa y no quieren darnos disgustos, no vaya a ser que nos enfademos con ellos y nombremos a otros, a esos que no son administradores pero quieren serlo y nos prometen más bienestar por un precio inferior. Nuestros administradores no nos dicen la verdad porque tampoco la dicen los que aspiran a serlo. Ellos (unos y otros) saben que las grietas afectan a la estructura y que es cuestión de tiempo que el edificio se venga abajo si no la reformamos, pero se conforman con quitarnos lo que cuesta la merendilla para enlucir con ese dinero los muros de la casa.
Nuestros administradores viven de eso, de ser administradores, y confunden nuestro interés con el suyo.