martes, 14 de agosto de 2012

De Poqueira al Mulhacén





Sobre las nueve de la mañana del día 11 de agosto, salimos del refugio de Poqueira y tomamos la senda del río Mulhacén, que es la más corta de las dos principales que ascienden hasta la montaña del mismo nombre, pero la más dura y, en consecuencia, la menos transitada. La senda toma el Oeste hasta el río, que por allí es sólo un riachuelo de aguas diáfanas, y sube hacia el Norte aprovechando su ribera por un trazado pedregoso perfectamente marcado con hitos que son montones de piedras.

Por aquí, la pendiente es moderada, apta para esos senderistas con ínfulas de montañeros que somos nosotros, y la capeamos sin demasiada dificultad. No obstante, enseguida las fuerzas distribuyen los grupos por edades y, tras varios conatos fallidos, se acaban formando dos grupos, cada uno de cuatro miembros, uno con los jóvenes y otro con los mayores, en el que me encuentro.


 

Cuando llegamos a la pista que antiguamente atravesaba la Sierra, vemos el muro de la fachada Oeste del Mulhacén y a varios montañeros que suben por la senda que gatea por esta parte de la montaña, tan pequeños como hormigas.

Los jóvenes toman enseguida el camino del ascenso. Nosotros, en cambio, dejamos a la izquierda la laguna de la Caldereta, que está seca en esta época del año, y continuamos por la pista hasta el refugio vivac de la Caldera, a cuyo interior nos asomamos tras hacer unas cuantas fotos a dos cabras montesas que había junto a la puerta y que luego huyen de nosotros sin excesiva preocupación. En la puerta del refugio, nos detenemos a descansar y a echar un trago a la bota de vino que llevamos, lo que no parece una sana costumbre de montañeros, algo que, por si no lo sabíamos, nos advierte un joven que habíamos visto en el refugio de Poqueira, quien, no obstante, también echa un trago  mientras departe con nosotros.

Para nuestro asombro, este joven ya ha subido aquella mañana el Veleta y Los Mochos y, para nuestra estupefacción, en cuanto nos despedimos de él se pone a correr y, tras cruzar la hoya de la Caldera, sube corriendo hacia la cima del Mulhacén por la senda más próxima a la cresta Norte hasta que lo perdemos de vista. Nosotros vamos por ese mismo camino hablando del impacto que nos ha producido su presencia hasta que el resuello nos impide articular palabra. Con el fin de recuperar el ritmo del corazón, nos paramos cada pocos minutos: la pendiente es muy alta, el terreno es un pedregal y prisa no tenemos.

Como vamos muy despacio, nos adelantan dos o tres senderistas que empezaron a subir después que nosotros. Algunos que bajan nos informan del tramo que nos queda, que para todos es corto, aunque a nosotros se hace muy largo.

Finalmente, a las tres horas y media de iniciar nuestra marcha en Poqueira, y a la hora y media de iniciarla desde el vivac de la Caldera, llegamos a la cumbre, 3.479 metros, donde encontramos a bastantes personas que han llegado por el camino de la Loma, la mayoría de las cuales han tomado el autobús que une Capileira con el alto del Chorrillo, a aproximadamente 2.700 metros de altitud.






 El viento sahariano que ha puesto los termómetros por las nubes en las cotas más bajas ha traído polvo que nos impide ver la lejanía. En la cercanía, se ven lagunas medio secas y un terreno pedregoso no muy distinto del de Marte.

De los ocho que empezamos, seis comemos bajo la amenaza de la lluvia y las sacudidas de un viento que nos obliga a abrigarnos mirando a la cañada de las Siete Lagunas, hacia el Este (los otros dos ya han iniciado la bajada). Cuando bajamos por la senda de la Loma, nos damos cuenta de que hemos hecho el ascenso más difícil y nos sentimos auténticos montañeros.