Sobre las
nueve de la mañana del día 11 de agosto, salimos del refugio de Poqueira y tomamos
la senda del río Mulhacén, que es la más corta de las dos principales que
ascienden hasta la montaña del mismo nombre, pero la más dura y, en
consecuencia, la menos transitada. La senda toma el Oeste hasta el río, que por
allí es sólo un riachuelo de aguas diáfanas, y sube hacia el Norte aprovechando
su ribera por un trazado pedregoso perfectamente marcado con hitos que son
montones de piedras.
Por aquí, la
pendiente es moderada, apta para esos senderistas con ínfulas de montañeros que
somos nosotros, y la capeamos sin demasiada dificultad. No obstante, enseguida
las fuerzas distribuyen los grupos por edades y, tras varios conatos fallidos, se acaban
formando dos grupos, cada uno de cuatro miembros, uno con los jóvenes y otro
con los mayores, en el que me encuentro.
Cuando llegamos
a la pista que antiguamente atravesaba la Sierra, vemos el muro de la fachada
Oeste del Mulhacén y a varios montañeros que suben por la senda que gatea por
esta parte de la montaña, tan pequeños como hormigas.
Los jóvenes
toman enseguida el camino del ascenso. Nosotros, en cambio, dejamos a la
izquierda la laguna de la Caldereta, que está seca en esta época del año, y continuamos
por la pista hasta el refugio vivac de la Caldera, a cuyo interior nos asomamos
tras hacer unas cuantas fotos a dos cabras montesas que había junto a la puerta
y que luego huyen de nosotros sin excesiva preocupación. En la puerta del
refugio, nos detenemos a descansar y a echar un trago a la bota de vino que
llevamos, lo que no parece una sana costumbre de montañeros, algo que, por si
no lo sabíamos, nos advierte un joven que habíamos visto en el refugio de
Poqueira, quien, no obstante, también echa un trago mientras departe con
nosotros.
Para nuestro
asombro, este joven ya ha subido aquella mañana el Veleta y Los Mochos y, para
nuestra estupefacción, en cuanto nos despedimos de él se pone a correr y, tras
cruzar la hoya de la Caldera, sube corriendo hacia la cima del Mulhacén por la
senda más próxima a la cresta Norte hasta que lo perdemos de vista. Nosotros
vamos por ese mismo camino hablando del impacto que nos ha producido su
presencia hasta que el resuello nos impide articular palabra. Con el fin de
recuperar el ritmo del corazón, nos paramos cada pocos minutos: la pendiente es
muy alta, el terreno es un pedregal y prisa no tenemos.
Como vamos muy
despacio, nos adelantan dos o tres senderistas que empezaron a subir después
que nosotros. Algunos que bajan nos informan del tramo que nos queda, que para
todos es corto, aunque a nosotros se hace muy largo.
Finalmente, a
las tres horas y media de iniciar nuestra marcha en Poqueira, y a la hora y
media de iniciarla desde el vivac de la Caldera, llegamos a la cumbre, 3.479
metros, donde encontramos a bastantes personas que han llegado por el camino de
la Loma, la mayoría de las cuales han tomado el autobús que une Capileira con
el alto del Chorrillo, a aproximadamente 2.700 metros de altitud.
El viento sahariano que ha puesto los
termómetros por las nubes en las cotas más bajas ha traído polvo que nos impide
ver la lejanía. En la cercanía, se ven lagunas medio secas y un terreno
pedregoso no muy distinto del de Marte.
De los ocho
que empezamos, seis comemos bajo la amenaza de la lluvia y las sacudidas de un
viento que nos obliga a abrigarnos mirando a la cañada de las Siete Lagunas, hacia el Este (los
otros dos ya han iniciado la bajada). Cuando bajamos por la senda
de la Loma, nos damos cuenta de que hemos hecho el ascenso más difícil y nos
sentimos auténticos montañeros.