El compromiso
Con frecuencia, cuando un político quiere hablar
de otro en términos elogiosos dice que es una persona comprometida. El compromiso,
en efecto, supone empeñar buena parte de la vida en la consecución de un fin
supuestamente loable. Hay personas que se comprometen en la ayuda a los pobres,
o a los discapacitados, o a los marginados, y las hay que lo hacen con la
verdad, o con la defensa del medio ambiente, o con el desarrollo del pueblo en
que nacieron.
El compromiso a que se refieren los políticos debería ser
una suma de esos ejemplos y de otros muchos. Pero cuando un político habla en términos
elogiosos del compromiso de otro se refiere al que tiene con el partido (con el
suyo, claro).
El compromiso con un partido no es una manera de entender
la verdad o el desarrollo o la atención a los marginados distinta de la que
puedan tener otros que se han comprometido con otros partidos, aunque eso es lo
que quieran hacernos ver los políticos, sino una declaración de fidelidad en toda
regla a los líderes nacionales.
En España, la persona comprometida con un partido está a
lo que le digan sus superiores, y sólo cuando no le dicen puede actuar libremente
y ejercer compromisos parciales, como por ejemplo defender en cuerpo y alma la
verdad.
El portavoz del grupo que levanta la mano para indicar con
los dedos lo que deben votar sus compañeros de partido es una imagen definidora
de lo que supone el compromiso de los políticos, aunque no tanto como la del
portavoz que vota por todos los concejales de su grupo.