Camino del Mohedano o de los Terrajos
Cuando salí a la calle, la
noche era tan cerrada que sentí un ligero extravío, como si hubiera puesto el
despertador antes de la cuenta y le hubiera seguido la corriente sin
cerciorarme de la realidad. De hecho, miré el reloj del móvil (el de
muñeca me molesta con el calor y me lo quito) para comprobar mi ubicación en el
tiempo y resultó que todo estaba en regla.
Con menos literatura que a mí,
a mis compañeros también les había pasado lo mismo. Eso es lo primero que
comentarmos cuando nos vimos a las siete en punto en el lugar acordado: que se
le nota muchos a los días el retraso del Sol y –y esto sí es una novedad– que
está nublado.
De hecho, cuando arranca el
coche, el parabrisas se motea con unas cuantas gotas de lluvia que no llegan a
entorpecer la visión del conductor, si bien, ya en campo abierto, la luz de la
amanecida nos permite vislumbrar una cortina de agua en la dirección que
llevamos, lo que da para algunas bromas de mis compañeros de marcha que yo no
comento, pues como única protección contra el aguacero llevo un sombrero de
paja, prácticamente lo mismo que ellos.
Sobre las siete y media, nos
bajamos del coche. El Sol ya manda suficiente luz como para hacernos ver que el
Diluvio Universal está muy lejos de producirse y nos ponemos a andar. Estamos
en el camino conocido como del Mohedano, que en los planos se denomina de los
Terrajos, a la altura de las primeras manchas de dehesa. Este camino se inicia al
pasar la estación de servicio de Matajacas, ahora cerrada, y discurre más o
menos paralelamente a la carretera de Pozoblanco a Villanueva de Córdoba hasta concluir en
esta junto al restaurante que hay a pocos kilómetros de esa localidad.
Nuestra intención no es llegar tan lejos,
porque tenemos que volver por el mismo sitio, sino andar unas cuantas horas al
amparo fugaz de las encinas que sombrean el trazado. En el calor de estos días
(37º de temperatura máxima anunciaban las predicciones), los caminos de dehesa
se vuelven más amables, aunque nunca conviene abusar de las horas más
extremosas del día, si no quieres coger una insolación.
En
las cercanías de Pozoblanco, el camino o está asfaltado o lo estuvo, esto es, unas
veces tiene asfalto con unos agujeros impresionantes y otras el asfalto se ha
perdido enteramente y caminamos sobre la tierra que lo ha sustituido. Por aquí,
la conversación deriva hacia el tema de la educación, particularmente de la
universataria, y nos hallamos tan imbuidos en ella que no nos percatamos del
cruce del camino de Pedroche a la Virgen de Luna. Conforme avanza nuestra
marcha, el firme se halla en mejor estado, si bien al pasar el secarral de
piedras redondas que es el arroyo Guadamora el camino vuelve a ser de lo que siempre
fue, de tierra. Por aquí es mucho más bonito, y lo es más aún conforme avanzan
los kilómetros. En un pequeño tramo, incluso, el caminante pasea casi por el
tunel que forman los matojos de chaparros que han nacido a un lado y a otro de la vía.
Poco
más allá del arroyo Almadillas, tomamos el camino que va hacia el Norte y
avanzamos por él hasta la carretera de Pedroche a Villanueva de Córdoba, que
tiene un camino adjunto por el que circulamos en dirección a Pedroche apenas
unos cientos de metros, los justos para coger el camino que nos devoverá al de
Los Terrajos después de pasar por la casa del Mohedano.
No
tomo notas y ahora no recuerdo de lo que hablamos. Recuerdo, eso sí, que fuimos
más deprisa y que nos paramos a comer salchichón y queso en uno de los pocos
peñascos que bordean el camino, después de ver a una señora (o tal vez fue
antes) cosechando hortalizas en una huerta que nos cogía a la derecha.