martes, 7 de mayo de 2013

La humildad



         Dicho sea con perdón, por lo feo que está autocitarse, apuntaré que entre los 25 recordatorios para seguir en la realidad que se recogen en esta página hay uno referido al ejercicio de las virtudes en el que se dice que las propias no se pregonan, sino que se niegan y se ejercen. Eso es especialmente aplicable a la virtud de la humildad. 




                Lo he recordado cuando estaba repasando las fotos del paseo que dimos el pasado uno de mayo. Viéndolas, he pensado en la silenciosa humildad de las encinas, que no dan frutos para los hombres, sino para los cerdos, y aguantan estoicamente las inclemencias más duras, en la de las flores silvestres, especialmente las de las plantas más comunes y aparentemente menos vistosas, como los cardos y los jaramagos, en la de los buitres, que limpian el campo de cadáveres, y en la humildad de la agreste tierra por la que anduvimos, en la que aún podían verse algunos vestigios del paso de los pastores de la trashumancia, esos seres que bien pueden considerarse el prototipo del sacrificio y de la modestia.



                Dejamos el coche junto a la carretera de El Guijo a Torrecampo, cerca del puente sobre el arroyo Santa María, y empezamos a andar por la ribera izquierda, según el sentido de la corriente, es decir, hacia el Norte. La vereda que discurre por aquí estaba borrada por completo con una hierba que nos llegaba hasta la cintura y que, como consecuencia de las lluvias recientes, estaba impregnada de agua. A la nada, teníamos los pantalones tan húmedos como si nos hubiéramos metido con ellos en el río, de manera que avanzar se nos hacía extremadamente difícil. Por algunos tramos, además, la senda estaba tomada por matas con pretensiones de árbol, con arbustos pinchosos, como varios bosquecillos de cardos mariano de más de tres metros, e incluso con zarzas, que a falta de machete debíamos apartar a palos.
Lo que hay a la derecha y a la izquierda de Rafael y José Luis son cardos mariano
 
Flor del cardo mariano

                Nuestra idea original era llegar hasta la ermita de la Virgen de las Cruces (patrona de El Guijo), que está a unos diez kilómetros río abajo del punto donde dejamos el coche, y volver por la  carretera CP-312, pero también teníamos la idea de ir, al terminar, a la romería de la Virgen de las Veredas (patrona de Torrecampo), que se celebraba ese día, y bien pronto quedó claro que al ritmo de nuestro avance debíamos optar por una de las dos alternativas. Como preferimos la segunda, buscamos el encuentro del cauce con la anchísima cañada Real de la Mesta, que se halla totalmente desdibujada y, tras varias dudas sobre la identidad de la ruta que llevábamos, nos afianzamos hacia el Oeste por un terreno expedito de alambradas y portones, como antiguamente iban los rebaños trashumantes que venían del Norte, aunque al principio no hay abierta en él ni una pequeña senda. Si hubiéramos tomado el Este, si hubiéramos cruzado el Santa María y seguido por la cañada en el sentido contrario al que finalmente adoptamos, habríamos llegado a la ermita de la Virgen de Veredas, que está a algo más de diez kilómetros del cauce, y nos habríamos presentado en la romería mojados, magullados y sudorosos. 
                 La ruta por la cañada a la ermita de Las Veredas (el nombre indica dónde está ubicada) no la pudimos hacer un día que salimos de El Guijo con ese fin porque el Santa María venía muy crecido. Esta vez el arroyo nos lo hubiera permitido, pero uno tiene una reputación que mantener y debe ir curioso, cuando menos, a los lugares a los que se le invita con saluda oficial, como era el caso. Lo procedente era, pues, volver a casa, asearse y cambiarse, antes de aparecer por la romería.

En las proximidades de estas sierras es fácil encontrarse con nubes de buitres
                 A un kilómetro del río, poco más o menos, la cañada contiene un camino que admite bien el paso de vehículos. Lo tomamos y anduvimos por él sin prisas pero a buen ritmo, deteniéndonos lo justo para catalogar alguna flor y buscando entre los elementos del paisaje alguno que nos hablara de las vivencias de los pastores. “Las cañadas reales”, precisamente, se llama la bonita casa rural de El Guijo, ubicada en la calle Juan Ramón Jiménez, por la que cruzamos El Guijo hacia el Sur antes de tomar un callejón que nos llevó hasta las afueras del pueblo, que también son las afueras del término municipal, pues el de Torrecampo llega hasta las últimas casas.
                 (Por cierto, que el domingo siguiente volvimos a andar con más amigos por las inmediaciones de El Guijo y tuvimos como premio una opípara comida casera en el restaurante de la casa rural mencionada, experiencia que recomiendo vivamente).
Matas de jaramagos
                 De El Guijo al arroyo Santa María hay menos de tres kilómetros por la carretera de Torrecampo, una vía poco transitada por la que puede andarse sin demasiado peligro observando las normas propias de los peatones. Junto a ella, y a la sombra de una encina, nos sentamos a tomar un bocado. Hacía una temperatura estupenda, y el sol a veces se ocultaba tras las nubes. Mis amigos de Torrecampo estaban de suerte: hacía el tiempo ideal para celebrar una romería. 
Flor del jaramago

Otra flor de jaramago

* Sobre la flora de Los Pedroches, recomiendo el libro "Flora vascular de Los Pedroches", de  Pedro López Nieves, Emilio Laguna Lumbreras, Antonio María Cabrera Calero, Pedro López Bravo, Claudio Rodríguez Rodríguez y Juan García Sánchez.
**Sobre trashumacia, recomiendo el libro “Dehesas y trashumancia en el sur”, de Francisco Javier Domínguez Márquez (aquí completo en pdf)