lunes, 16 de noviembre de 2015

La clave


Casa de la Huerta de Los Leones (Belmez), totalmente en ruinas, el domingo pasado

                La clave se cae. La clave es la piedra que aguanta todas las presiones del arco y se cae. Y si se cae la clave, se acabará cayendo el arco. Y el arco cierra el vano, desvía los empujes y sustenta el edificio. Si se cae el arco, se caerá el edificio.

                Uno no puede dejar de tener pensamientos así cuando ve cayéndose al ladrillo que cierra el arco. La Historia, la religión y el arte están llenos de apelaciones a la importancia de esa piedra angular. ¿Quién es la persona clave de una organización, de una familia, de un grupo de amigos? ¿Soy yo la clave de algún edificio? ¿Cuál es la clave de la felicidad o, al menos, de la serenidad necesaria para tomarse con estoicismo lo que venga?


                Carmen y yo acabamos de recibir una carta y un ramo de rosas. La carta viene a decir que nosotros hemos sido la clave sobre la que se han forjado unas formas de ser y de pensar de la que sus autores se sienten orgullosos. Ha sido conmovedor de verdad. Ser clave no es tarea fácil, pero ahora sé que es de lo más gratificante que hay.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Los valores*

                 Últimamente he oído a varias personas hablar de la crisis de valores que existe en nuestra sociedad. Los que así hablaban eran mujeres y hombres maduros, con bagaje vital y con responsabilidades, que al mismo tiempo que se lamentaban de la situación actual añoraban los principios que regían cuando ellos eran jóvenes. Yo tengo por costumbre huir de la nostalgia y, además, no estoy de acuerdo con semejantes afirmaciones. Creo que nuestra sociedad tiene muchos defectos, algunos de los cuales prácticamente no existían hasta hace unos cuantos años.  Creo, por ejemplo, que florece un desmedido afán de protagonismo, que se confunde la gloria con la fama y la fama con el famoseo, creo que se ha perdido el valor de la palabra empeñada, aquel por el que nuestro padres se obligaban de por vida con un apretón de manos, creo que se ha arruinado buena parte de la capacidad de sacrificio, que se tiene menos tolerancia a la frustración y que muy pocas personas son capaces de empeñarse en un proyecto que no ofrezca réditos a corto plazo, creo que valoramos demasiado el placer y muy poco la satisfacción y creo que se miran demasiado las formas y muy poco el interior, especialmente el de las personas. 

                Pero la mayoría de los defectos de ahora son defectos de siempre, y tienen que ver con la envidia, con la avaricia, con la vanidad, con la ambición y con las demás lacras que vienen envenenando al espíritu humano desde que pisamos la Tierra. Es más, no veo en la sociedad los defectos que algunos ven. Cuando oigo hablar, por ejemplo, de que antes se cuidaba mejor a nuestros mayores, porque se les tenía en casa hasta que fallecían, se olvida que ese cuidado se dejaba exclusivamente en manos de las mujeres (mujeres e hijas), que se convertían en unas esclavas más que en unas cuidadoras, mientras los hombres (marido e hijos) seguían con su vida de amigos y tabernas, como si tal cosa. La igualdad (todavía no consumada) entre hombres y mujeres es un buen ejemplo de lo que ha avanzado la sociedad, pero también lo son los derechos que tienen los mayores, cuyo mayor beneficio es no tener que depender del favor de  nadie para seguir viviendo con dignidad, lo que se consigue con una pensión justa y con un  sistemas de residencias adecuado.

Detalle del cuadro de Goya Perro Semihundido
                Si los valores de una persona se ven por la atención que dispensa a los débiles y, en general, a los que sufren, ese mismo criterio debemos aplicar a las sociedades. Y los débiles y, en general, los que sufren reciben ahora de sus vecinos un trato mucho más humano que antes. Antes, por ejemplo, una muchacha que se quedaba embarazada debía irse del pueblo o sufría un estigma social que no se borraba de por vida. Ese trato ha cambiado totalmente, a mejor, por supuesto. Igual que ha cambiado a mejor el trato que se dispensa a los discapacitados, tanto a los físicos como a los intelectuales, que hasta no hace tanto tiempo eran objeto de mofa. La tendencia sexual, la raza y la religión, que eran criterios con los que se medía a las personas antes de conocerlas, ya no son de aplicación generalizada. Ahora una persona es buena o no y simpática o no, y da igual que le gusten los hombres o las mujeres, sea blanco o negro y de misa diaria o ateo.

                Cuando se habla de la crisis de valores, se hace especial mención a los jóvenes, lo cual es de una injusticia y una ceguera enorme. Y no solo porque en los jóvenes están presentes en su modo más puro las virtudes que ha logrado nuestra sociedad, sino porque ellos están sufriendo los errores de la generación que los crío y los educó. No se puede generalizar sin caer en la injustica particular, por supuesto, pero puede decirse que, en general, nuestros hijos son más solidarios que nosotros, tienen menos prejuicios, están mejor formados y son más libres y honestos. Y puede decirse que deben buscarse su futuro en un mundo que les cierra el paso, especialmente porque nosotros, los mayores, lo estamos ocupando. No hay más que ver quiénes son los que tienen los sueldos altos y los contratos fijos y quiénes los sueldos bajos y la temporalidad para percatarse de lo difícil que les resulta entrar en un mercado laboral que no crece y está copado por sus padres.


                No veo con optimismo el mundo de ahora, en fin, pero creo que no está tan mal armado de valores como nos dicen. Y, desde luego, creo que existe un potencial enorme en las generaciones que vienen, que debe aprovecharse porque es de justicia y porque nos vendría bien a todos, especialmente a los que ya tenemos una edad y pronto dependeremos de ellos.

*Publicado en el semanario La Comarca

sábado, 3 de octubre de 2015

Camino de La Arcadia

                La división de los votantes entre izquierdas y derechas es, fundamentalmente, de intereses, mientras que la división de los votantes entre nacionalistas y no nacionalistas es, sobre todo, emocional. Que las emociones y los intereses son difícilmente compatibles es una obviedad que se puede observar sin esfuerzo en la división política existente en territorios como Cataluña y el País Vasco, en los que hay partidos nacionalistas y no nacionalistas de izquierdas y de derechas.

                Donde se dan esas dos divisiones, los partidos políticos deben optar entre el interés y la emoción. Por ejemplo, en el País Vasco, los dirigentes del PNV primaron a la emoción (la patria, la soberanía propia) sobre el interés (el capital, el dinero) cuando gobernó Ibarretxe, y entendieron que debían primar el interés sobre la emoción después de perder el gobierno. Esto es, dedujeron finalmente que era mejor continuar gobernando y con sus acomodadas vidas burguesas dentro de España que asumir el riesgo de perder el gobierno dentro de España o su bienestar fuera de ella, en compañía de partidos anticapitalistas.

                Esto último es lo que venían haciendo los partidos de derechas nacionalistas de Cataluña. En CyU primaba eso que llamaban seny (cordura), que no es sino una forma de mirar a lo que interesa antes que al corazón. Cómodamente instalados en el poder, la extensa burguesía catalana se dedicaba a sus empresas y a sus oficios al tiempo que le arrancaba poco a poco competencias al Estado y fomentaba el nacionalismo en las escuelas y en los medios de comunicación públicos.

Representación de La Arcadia del pintor romántico Friedrich August von Kaulbach

                No viene ahora a cuento explayarse con los detalles, el caso es que en un momento determinado de hace poco tiempo los líderes del nacionalismo catalán moderado cargaron las tintas sobre la emoción de la patria y alimentaron en las masas el deseo de ser “libres”. No era una tarea difícil, dado el brillo cegador que tiene la palabra “libertad” y lo realizados que los individuos se sienten cuando entregan la solución de sus problemas al grupo, sea este una secta o una nación.

                Los individuos de la secta (con sus rezos) o de la nación (con sus banderas) necesitan de un líder carismático, que se ponga a la cabeza del conjunto y asuma los más ímprobos sacrificios, sacrificios que pueden acarrear la veneración o la gloria, especialmente cuando llegan a sus últimas consecuencias. De hecho, los líderes carismáticos prefieren en no pocas ocasiones inmolarse, con tal de alcanzar la gloria entre los suyos.

                El líder del nacionalismo moderado de entonces (Artur Mas) estaba dispuesto a inmolarse con tal de alcanzar la gloria nacional y aleccionó a sus seguidores para que renunciaran al seny y se entregaran a la emoción de sentirse libres, aunque –y aquí está el meollo de la cuestión– no les dijo que para ello debían renunciar al interés, sino más bien lo contrario, les prometió que cuando fueran libres tendrían, además, un mayor bienestar, dado que podrían gestionar con mejor provecho una mayor cantidad de recursos.


                Entusiasmados con la retórica y la pompa, los nacionalistas moderados se embarcaron en un proyecto emocionante, con unos compañeros con los que únicamente compartían el lugar de destino, pero ni sus intereses económicos ni su forma de vida. Allí es donde están ahora: caminando codo con codo con la izquierda de Esquerra Republicana (que les ha comido el terreno) y al lado del anarquismo moderno de la CUP. Van contentos, pero con la mosca detrás de la oreja, por lo que pueda pasar a sus espaldas y en sus bolsillos. Y lo peor para ellos aún está por venir. ¿Qué pasará cuando lleguen al destino que les prometieron? ¿Y si ese lugar resulta que no es la Arcadia feliz, sino un territorio donde gobierne Esquerra o, aún peor, donde gobierne la CUP? 


miércoles, 23 de septiembre de 2015

sábado, 12 de septiembre de 2015

La adaptación*

         En Occidente, el proceso de adaptación de las ofertas a las demandas es relativamente sencillo, dado que se tiene una economía de mercado. Los agricultores y ganaderos lo saben muy bien desde hace mucho tiempo. Así, cuando había pocos cerdos, subía su precio y al año siguiente todo el mundo criaba cerdos, lo que hacía que bajara su precio y, en consecuencia, muy pocos criaran cerdos, con lo que el precio volvía a subir. Lo saben muy bien los industriales, que o fabrican lo que la gente demanda o tienen que cerrar sus empresas. Y lo saben mejor que nadie los que prestan servicios o venden mercancías.

            Los que venden mercancías se han encontrado con una sociedad radicalmente distinta a la que había hace unos cuantos años. Ahora, los medios de comunicación son muy cómodos y muy rápidos y los consumidores pueden ponerse en poco tiempo en un lugar muy lejano. Ahora, los consumidores tienen acceso a una información detallada de las calidades y los precios de casi todos los productos. Y ahora es posible comprar con el móvil en cualquier parte del mundo por un precio muy inferior al que pueden ofertar los comerciantes de vecindad.

            Los que venden mercancías no pueden cortar las carreteras, ni eliminar la información, ni impedir las ventas por internet. Ante esa nueva realidad, los hay que hacen todo lo posible para que la sociedad no cambie y los hay que se suben a la cresta de la ola y se aprovechan de los cambios. Los hay, por ejemplo, que se quejan de que la gente vaya a comprar a la capital de la provincia y hay algunos –como los comerciantes de Fuente Palmera– que se sirven de las mejoras en la accesibilidad para incrementar su potencial vendedor.

            Una de las transformaciones más grandes que se ha producido en nuestra sociedad es la originada por el automóvil, sobre cuyas condiciones, por obvias, no hace falta extenderse. Como los consumidores van a comprar con el coche, se han creado inmensos centros comerciales con grandes aparcamientos, en los que hay un enorme establecimiento y, alrededor de él y en cierta manera a su amparo, un comercio especializado que ofrece el detalle y la calidad que no puede ofertar el primero. Este nuevo modo de comprar ha puesto en verdaderos aprietos al comercio tradicional, que no reaccionó al principio, y que lo hizo luego intentando cambiar a la sociedad, en lugar de adaptándose a ella, es decir, lo hizo presionando a las autoridades para que de un modo o de otro se dificultara la oferta que brindaban los grandes centros comerciales. Fue inútil, claro, porque eso iba contra las demandas de los propios consumidores.


            Pero la presencia omnímoda de los coches ha congestionado las ciudades y ha acabado por cansar a la gente. Por eso, en paralelo al afán por usar el automóvil para los desplazamientos medianos y largos, ha surgido otro por usar la bicicleta y las piernas como un medio de transporte alternativo en los desplazamientos pequeños, así como por pura realización personal. No hay más que ver la cantidad de personas que salen a correr o, simplemente, a dar un paseo, ya sea por prescripción médica o por mero placer, para darse cuenta del cambio que se ha operado en la sociedad, que vuelve a humanizar lo que había acabado siendo inhumano, esto es, el centro de las ciudades.

            Como es la sociedad la que va en esa dirección (bien es cierto que bajo el liderazgo de quien lo ejerce naturalmente, que en la democracia son sus autoridades), los comerciantes de vecindad han resuelto en casi todas partes sumarse a la iniciativa. Han considerado, en fin, que una calle no puede competir en fluidez de tráfico con una carretera ni puede hacerlo en aparcamientos con un parking. Han visto que en esa lucha tienen todas las de perder y han optado por llevar la batalla a su terreno, que es el de unir la compra al placer de disfrutar con lo que se hace. Por ejemplo, el diario Córdoba del 4 de septiembre pasado recogía la pretensión de los centros comerciales abiertos de Ciudad Jardín, La Viñuela y Santa Rosa, todos en la ciudad de Córdoba, de peatonalizar distintas calles de esos barrios.

            Los comerciantes de vecindad se han dado cuenta de que ni internet ni los grandes centros comerciales generan placer y están procurando convertir a sus calles en un lugar agradable, en el que pasear, en el que hablar, en el que jugar y en el que tomarse tranquilamente un café o una cerveza. Eso es lo que están solicitando a las autoridades porque saben que, además de grandes centros comerciales en las afueras, es eso lo que demandan los ciudadanos. Y porque saben que cuando los ciudadanos se hallan a sus anchas, consumen más.

            Los comerciantes de Pozoblanco se encuentran inmersos otra vez en un dilema, a cuenta ahora de la implantación en un lado o en otro de un centro comercial. No quiero entrar en el contenido concreto del problema, aunque puede afectar a muchas familias. Lo que me interesa de verdad es apuntar cómo se mueve la sociedad, también la nuestra, por si a alguien le fuera de provecho. Ya sé que es complicado retomar el debate sobre la peatonalización, pero el caso es que estuvo muy condicionado políticamente y que se cerró en falso. En el fondo de lo que pasa ahora está el tratamiento que se quiera dar al centro de la ciudad. Y en la mano de los propios comerciantes está el esfuerzo inútil para intentar cambiar la sociedad o la labor mucho más fácil de adaptarse a ella.

              * Publicado en el semanario La Comarca

jueves, 10 de septiembre de 2015

Braunschweig

            Durante la mañana, Carmen y yo salíamos a andar por Braunschweig  y a tomar fotos de lo que veíamos, especialmente de lo que más nos llamaba la atención. Nosotros somos de un país de secano y Braunschweig tiene un río de aguas tranquilas que se puede recorrer en canoa y un montón de parques donde la hierba está verde y los árboles son enormes. Y en los parques había mucha gente.

            A mí siempre me ha llamado la atención la gente.


            La gente es muy parecida en todas partes, aunque hable en otro idioma, cocine sin aceite y casi nunca coma jamón. La gente que hay en otras partes tiene los mismos sentimientos que nosotros, sufre y se alegra como nosotros y siente el dolor de los que tiene más cerca, como nosotros.

            No parece que sea tan ocioso recordarlo, según son las noticias que dan los telediarios. Ni parece tan obvio repetir que es el fanatismo (no la raza, ni la religión, ni el sexo, ni la nacionalidad) lo que nos hace a los unos distintos de los demás. Y parece prudente proponer que examinemos críticamente nuestras propias opiniones, por si tras la solidez de nuestras creencias anida en realidad un fanático.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Hanóver

Estábamos cansados y nos sentamos en un banco que había entre dos contrafuertes del testero sur de la Marktkirche, la iglesia de Hanóver junto a la que hay una imponente estatua de Martín Lutero. Cerca de nosotros había una pequeña librería de madera con puertas de cristal y, un poco más allá, otro banco en el que se sentaba una pareja.  Antes de que yo le preguntará, Juan me dijo que aquellos libros eran de acceso público y creo recordar que yo le hablé de cierto viaje que hicimos por la Selva Negra y lo que me llamó la atención que en el pequeño pueblo en el que residíamos los comercios se dejaran en la calle durante toda la noche los productos que ofrecían a la venta.

En el corto plazo que estuvimos sentados, se acercaron dos personas que levantaron el cristal y dejaron varios libros antes de llevarse otros. Ya ven qué simple y qué extraordinaria es la cosa.