En Occidente, el
proceso de adaptación de las ofertas a las demandas es relativamente sencillo,
dado que se tiene una economía de mercado. Los agricultores y ganaderos lo
saben muy bien desde hace mucho tiempo. Así, cuando había pocos cerdos, subía
su precio y al año siguiente todo el mundo criaba cerdos, lo que hacía que
bajara su precio y, en consecuencia, muy pocos criaran cerdos, con lo que el
precio volvía a subir. Lo saben muy bien los industriales, que o fabrican lo
que la gente demanda o tienen que cerrar sus empresas. Y lo saben mejor que
nadie los que prestan servicios o venden mercancías.
Los que venden mercancías se han
encontrado con una sociedad radicalmente distinta a la que había hace unos
cuantos años. Ahora, los medios de comunicación son muy cómodos y muy rápidos y
los consumidores pueden ponerse en poco tiempo en un lugar muy lejano. Ahora,
los consumidores tienen acceso a una información detallada de las calidades y
los precios de casi todos los productos. Y ahora es posible comprar con el
móvil en cualquier parte del mundo por un precio muy inferior al que pueden
ofertar los comerciantes de vecindad.
Los que venden mercancías no pueden
cortar las carreteras, ni eliminar la información, ni impedir las ventas por
internet. Ante esa nueva realidad, los hay que hacen todo lo posible para que
la sociedad no cambie y los hay que se suben a la cresta de la ola y se
aprovechan de los cambios. Los hay, por ejemplo, que se quejan de que la gente
vaya a comprar a la capital de la provincia y hay algunos –como los
comerciantes de Fuente Palmera– que se sirven de las mejoras en la
accesibilidad para incrementar su potencial vendedor.
Una de las transformaciones más
grandes que se ha producido en nuestra sociedad es la originada por el
automóvil, sobre cuyas condiciones, por obvias, no hace falta extenderse. Como
los consumidores van a comprar con el coche, se han creado inmensos centros
comerciales con grandes aparcamientos, en los que hay un enorme establecimiento
y, alrededor de él y en cierta manera a su amparo, un comercio especializado
que ofrece el detalle y la calidad que no puede ofertar el primero. Este nuevo
modo de comprar ha puesto en verdaderos aprietos al comercio tradicional, que
no reaccionó al principio, y que lo hizo luego intentando cambiar a la
sociedad, en lugar de adaptándose a ella, es decir, lo hizo presionando a las
autoridades para que de un modo o de otro se dificultara la oferta que
brindaban los grandes centros comerciales. Fue inútil, claro, porque eso iba
contra las demandas de los propios consumidores.
Pero la presencia omnímoda de los
coches ha congestionado las ciudades y ha acabado por cansar a la gente. Por
eso, en paralelo al afán por usar el automóvil para los desplazamientos
medianos y largos, ha surgido otro por usar la bicicleta y las piernas como un
medio de transporte alternativo en los desplazamientos pequeños, así como por
pura realización personal. No hay más que ver la cantidad de personas que salen
a correr o, simplemente, a dar un paseo, ya sea por prescripción médica o por
mero placer, para darse cuenta del cambio que se ha operado en la sociedad, que
vuelve a humanizar lo que había acabado siendo inhumano, esto es, el centro de
las ciudades.
Como es la sociedad la que va en esa
dirección (bien es cierto que bajo el liderazgo de quien lo ejerce
naturalmente, que en la democracia son sus autoridades), los comerciantes de
vecindad han resuelto en casi todas partes sumarse a la iniciativa. Han
considerado, en fin, que una calle no puede competir en fluidez de tráfico con
una carretera ni puede hacerlo en aparcamientos con un parking. Han visto que
en esa lucha tienen todas las de perder y han optado por llevar la batalla a su
terreno, que es el de unir la compra al placer de disfrutar con lo que se hace.
Por ejemplo, el diario Córdoba del 4 de septiembre pasado recogía la pretensión
de los centros comerciales abiertos de Ciudad Jardín, La Viñuela y Santa Rosa,
todos en la ciudad de Córdoba, de peatonalizar distintas calles de esos barrios.
Los comerciantes de vecindad se han
dado cuenta de que ni internet ni los grandes centros comerciales generan
placer y están procurando convertir a sus calles en un lugar agradable, en el
que pasear, en el que hablar, en el que jugar y en el que tomarse tranquilamente
un café o una cerveza. Eso es lo que están solicitando a las autoridades porque
saben que, además de grandes centros comerciales en las afueras, es eso lo que
demandan los ciudadanos. Y porque saben que cuando los ciudadanos se hallan a
sus anchas, consumen más.
Los comerciantes de Pozoblanco se
encuentran inmersos otra vez en un dilema, a cuenta ahora de la implantación en
un lado o en otro de un centro comercial. No quiero entrar en el contenido
concreto del problema, aunque puede afectar a muchas familias. Lo que me
interesa de verdad es apuntar cómo se mueve la sociedad, también la nuestra,
por si a alguien le fuera de provecho. Ya sé que es complicado retomar el
debate sobre la peatonalización, pero el caso es que estuvo muy condicionado políticamente
y que se cerró en falso. En el fondo de lo que pasa ahora está el tratamiento
que se quiera dar al centro de la ciudad. Y en la mano de los propios
comerciantes está el esfuerzo inútil para intentar cambiar la sociedad o la
labor mucho más fácil de adaptarse a ella.
* Publicado en el semanario La Comarca