Durante la mañana, Carmen y yo
salíamos a andar por Braunschweig y a
tomar fotos de lo que veíamos, especialmente de lo que más nos llamaba la
atención. Nosotros somos de un país de secano y Braunschweig tiene un río de
aguas tranquilas que se puede recorrer en canoa y un montón de parques donde la
hierba está verde y los árboles son enormes. Y en los parques había mucha gente.
A mí siempre me ha llamado la
atención la gente.
La gente es muy parecida en todas
partes, aunque hable en otro idioma, cocine sin aceite y casi nunca coma jamón. La gente que hay en otras partes tiene los mismos sentimientos que
nosotros, sufre y se alegra como nosotros y siente el dolor de los que tiene
más cerca, como nosotros.
No parece que sea tan ocioso recordarlo,
según son las noticias que dan los telediarios. Ni parece tan obvio repetir que
es el fanatismo (no la raza, ni la religión, ni el sexo, ni la nacionalidad) lo
que nos hace a los unos distintos de los demás. Y parece prudente proponer que examinemos
críticamente nuestras propias opiniones, por si tras la solidez de nuestras
creencias anida en realidad un fanático.