Estábamos
cansados y nos sentamos en un banco que había entre dos contrafuertes del
testero sur de la Marktkirche, la iglesia de Hanóver junto a la que hay una imponente
estatua de Martín Lutero. Cerca de nosotros había una pequeña librería de
madera con puertas de cristal y, un poco más allá, otro banco en el que se
sentaba una pareja. Antes de que yo le preguntará,
Juan me dijo que aquellos libros eran de acceso público y creo recordar que yo le
hablé de cierto viaje que hicimos por la Selva Negra y lo que me llamó la
atención que en el pequeño pueblo en el que residíamos los comercios se dejaran
en la calle durante toda la noche los productos que ofrecían a la venta.
En
el corto plazo que estuvimos sentados, se acercaron dos personas que levantaron
el cristal y dejaron varios libros antes de llevarse otros. Ya ven qué simple y
qué extraordinaria es la cosa.