La división de los votantes
entre izquierdas y derechas es, fundamentalmente, de intereses, mientras que la
división de los votantes entre nacionalistas y no nacionalistas es, sobre todo,
emocional. Que las emociones y los intereses son difícilmente compatibles es
una obviedad que se puede observar sin esfuerzo en la división política
existente en territorios como Cataluña y el País Vasco, en los que hay partidos
nacionalistas y no nacionalistas de izquierdas y de derechas.
Donde se dan esas dos
divisiones, los partidos políticos deben optar entre el interés y la emoción.
Por ejemplo, en el País Vasco, los dirigentes del PNV primaron a la emoción (la
patria, la soberanía propia) sobre el interés (el capital, el dinero) cuando
gobernó Ibarretxe, y entendieron que debían primar el interés sobre la emoción después
de perder el gobierno. Esto es, dedujeron finalmente que era mejor continuar
gobernando y con sus acomodadas vidas burguesas dentro de España que asumir el
riesgo de perder el gobierno dentro de España o su bienestar fuera de ella, en
compañía de partidos anticapitalistas.
Esto último es lo que venían
haciendo los partidos de derechas nacionalistas de Cataluña. En CyU primaba eso
que llamaban seny (cordura), que no es
sino una forma de mirar a lo que interesa antes que al corazón. Cómodamente
instalados en el poder, la extensa burguesía catalana se dedicaba a sus
empresas y a sus oficios al tiempo que le arrancaba poco a poco competencias al
Estado y fomentaba el nacionalismo en las escuelas y en los medios de
comunicación públicos.
Representación de La Arcadia del pintor romántico Friedrich August von Kaulbach |
No viene ahora a cuento
explayarse con los detalles, el caso es que en un momento determinado de hace
poco tiempo los líderes del nacionalismo catalán moderado cargaron las tintas
sobre la emoción de la patria y alimentaron en las masas el deseo de ser
“libres”. No era una tarea difícil, dado el brillo cegador que tiene la palabra
“libertad” y lo realizados que los individuos se sienten cuando entregan la
solución de sus problemas al grupo, sea este una secta o una nación.
Los individuos de la secta (con
sus rezos) o de la nación (con sus banderas) necesitan de un líder carismático,
que se ponga a la cabeza del conjunto y asuma los más ímprobos sacrificios, sacrificios
que pueden acarrear la veneración o la gloria, especialmente cuando llegan a
sus últimas consecuencias. De hecho, los líderes carismáticos prefieren en no
pocas ocasiones inmolarse, con tal de alcanzar la gloria entre los suyos.
El líder del nacionalismo
moderado de entonces (Artur Mas) estaba dispuesto a inmolarse con tal de
alcanzar la gloria nacional y aleccionó a sus seguidores para que renunciaran
al seny y se entregaran a la emoción
de sentirse libres, aunque –y aquí está el meollo de la cuestión– no les dijo
que para ello debían renunciar al interés, sino más bien lo contrario, les
prometió que cuando fueran libres tendrían, además, un mayor bienestar, dado
que podrían gestionar con mejor provecho una mayor cantidad de recursos.
Entusiasmados con la retórica y
la pompa, los nacionalistas moderados se embarcaron en un proyecto emocionante,
con unos compañeros con los que únicamente compartían el lugar de destino, pero
ni sus intereses económicos ni su forma de vida. Allí es donde están ahora:
caminando codo con codo con la izquierda de Esquerra Republicana (que les ha
comido el terreno) y al lado del anarquismo moderno de la CUP. Van contentos,
pero con la mosca detrás de la oreja, por lo que pueda pasar a sus espaldas y
en sus bolsillos. Y lo peor para ellos aún está por venir. ¿Qué pasará cuando
lleguen al destino que les prometieron? ¿Y si ese lugar resulta que no es la
Arcadia feliz, sino un territorio donde gobierne Esquerra o, aún peor, donde
gobierne la CUP?