sábado, 14 de noviembre de 2015

Los valores*

                 Últimamente he oído a varias personas hablar de la crisis de valores que existe en nuestra sociedad. Los que así hablaban eran mujeres y hombres maduros, con bagaje vital y con responsabilidades, que al mismo tiempo que se lamentaban de la situación actual añoraban los principios que regían cuando ellos eran jóvenes. Yo tengo por costumbre huir de la nostalgia y, además, no estoy de acuerdo con semejantes afirmaciones. Creo que nuestra sociedad tiene muchos defectos, algunos de los cuales prácticamente no existían hasta hace unos cuantos años.  Creo, por ejemplo, que florece un desmedido afán de protagonismo, que se confunde la gloria con la fama y la fama con el famoseo, creo que se ha perdido el valor de la palabra empeñada, aquel por el que nuestro padres se obligaban de por vida con un apretón de manos, creo que se ha arruinado buena parte de la capacidad de sacrificio, que se tiene menos tolerancia a la frustración y que muy pocas personas son capaces de empeñarse en un proyecto que no ofrezca réditos a corto plazo, creo que valoramos demasiado el placer y muy poco la satisfacción y creo que se miran demasiado las formas y muy poco el interior, especialmente el de las personas. 

                Pero la mayoría de los defectos de ahora son defectos de siempre, y tienen que ver con la envidia, con la avaricia, con la vanidad, con la ambición y con las demás lacras que vienen envenenando al espíritu humano desde que pisamos la Tierra. Es más, no veo en la sociedad los defectos que algunos ven. Cuando oigo hablar, por ejemplo, de que antes se cuidaba mejor a nuestros mayores, porque se les tenía en casa hasta que fallecían, se olvida que ese cuidado se dejaba exclusivamente en manos de las mujeres (mujeres e hijas), que se convertían en unas esclavas más que en unas cuidadoras, mientras los hombres (marido e hijos) seguían con su vida de amigos y tabernas, como si tal cosa. La igualdad (todavía no consumada) entre hombres y mujeres es un buen ejemplo de lo que ha avanzado la sociedad, pero también lo son los derechos que tienen los mayores, cuyo mayor beneficio es no tener que depender del favor de  nadie para seguir viviendo con dignidad, lo que se consigue con una pensión justa y con un  sistemas de residencias adecuado.

Detalle del cuadro de Goya Perro Semihundido
                Si los valores de una persona se ven por la atención que dispensa a los débiles y, en general, a los que sufren, ese mismo criterio debemos aplicar a las sociedades. Y los débiles y, en general, los que sufren reciben ahora de sus vecinos un trato mucho más humano que antes. Antes, por ejemplo, una muchacha que se quedaba embarazada debía irse del pueblo o sufría un estigma social que no se borraba de por vida. Ese trato ha cambiado totalmente, a mejor, por supuesto. Igual que ha cambiado a mejor el trato que se dispensa a los discapacitados, tanto a los físicos como a los intelectuales, que hasta no hace tanto tiempo eran objeto de mofa. La tendencia sexual, la raza y la religión, que eran criterios con los que se medía a las personas antes de conocerlas, ya no son de aplicación generalizada. Ahora una persona es buena o no y simpática o no, y da igual que le gusten los hombres o las mujeres, sea blanco o negro y de misa diaria o ateo.

                Cuando se habla de la crisis de valores, se hace especial mención a los jóvenes, lo cual es de una injusticia y una ceguera enorme. Y no solo porque en los jóvenes están presentes en su modo más puro las virtudes que ha logrado nuestra sociedad, sino porque ellos están sufriendo los errores de la generación que los crío y los educó. No se puede generalizar sin caer en la injustica particular, por supuesto, pero puede decirse que, en general, nuestros hijos son más solidarios que nosotros, tienen menos prejuicios, están mejor formados y son más libres y honestos. Y puede decirse que deben buscarse su futuro en un mundo que les cierra el paso, especialmente porque nosotros, los mayores, lo estamos ocupando. No hay más que ver quiénes son los que tienen los sueldos altos y los contratos fijos y quiénes los sueldos bajos y la temporalidad para percatarse de lo difícil que les resulta entrar en un mercado laboral que no crece y está copado por sus padres.


                No veo con optimismo el mundo de ahora, en fin, pero creo que no está tan mal armado de valores como nos dicen. Y, desde luego, creo que existe un potencial enorme en las generaciones que vienen, que debe aprovecharse porque es de justicia y porque nos vendría bien a todos, especialmente a los que ya tenemos una edad y pronto dependeremos de ellos.

*Publicado en el semanario La Comarca