En general, las asociaciones han crecido de
forma artificial por los patrocinios y, sobre todo, por las subvenciones. El desarrollo
desmesurado e inarmónico ha traído como fruto el abandono de los fines
iniciales, que son también los naturales, para fijar la atención en objetivos
más altos, pero menos auténticos, de manera que donde había afición, capacidad
de sacrificio y realización personal se ha puesto la ostentación, la comodidad
y el dinero. Es decir, se han confundido los fines con sus consecuencias.
Como el proceso destructivo de lo esencial ha
sido paralelo a la progresión de lo formal, se ha entendido el resultado como
un éxito. Si se trataba de organizar una procesión, lo importante era la
novedad, la belleza de los pasos y el número de nazarenos. Si lo organizado era
una fiesta típica, lo substancial es que acudieran mucha gente de otros pueblos
para que se llenasen los bares. Si se trataba de un club deportivo, lo
primordial era sacar a grandes figuras y militar en la categoría inmediatamente
superior, siempre en la superior.
Respecto de los órganos directivos, el proceso
ha tenido una doble vertiente. Las asociaciones de más relumbrón, que en la
actualidad son las deportivas, han sido copadas por triunfadores en el mundo de
la empresa a los que el dinero no les daba el prestigio y la posición social
que, sin embargo, ganaban con la presidencia de un club. A su llegada, han
impuesto en la gestión de estas entidades modelos empresariales de
comportamiento, en los que primaban la urgencia de los resultados, la ambición
y el riesgo sobre la consolidación del proyecto, la realidad y la prudencia.
Los clubes han estado alentados, además, por la obligación de hacer lo que los
otros para mantenerse a la misma altura y por la emoción individual de
participar en el éxito colectivo más relumbrante en los tiempos modernos, que
es el deportivo. Prácticamente nadie ha estimado que detrás del imponente
montaje de expectativas creadas sólo había deporte y juego, y que en la índole
del juego están el azar y la derrota, a la que hay que tratar con la
naturalidad de lo efímero y no con el dramatismo de la muerte.
Las asociaciones de menos brillo también han
crecido, en número y en dimensión propia, pero la ostentación de cargos
directivos no ha conllevado ningún premio añadido de relevancia social. Si
desgasta el ejercicio de toda acción rectora, pues la suma de decisiones supone
siempre una suma de agravios y el tiempo empleado en su práctica le es negado a
otras esferas de la vida, a los dirigentes los ha desgastado también el escaso
seguimiento que las actividades organizadas por ellos han tenido entre la masa
social, de la cual se han sentido alejadas en no pocas ocasiones. No han
entendido que el alejamiento era causado, esencialmente, por la inflación de
los fines, que los alejaba de las verdaderas pretensiones de los socios, como
ocurrió en el equipo deportivo que nos ha servido de ejemplo, en el que la idea
inicial de hacer deporte por placer y montar el consiguiente espectáculo de los
partidos para el goce de los familiares, amigos y vecinos fue sustituida por la
del espectáculo por el espectáculo y la vanidad colectiva de la marca pueblo,
con el inmediato abandono de los jóvenes locales y el ulterior alejamiento de
sus familiares, amigos y vecinos.
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